“¡Esto no es normal!”
Los jugadores del Madrid, de rosa, pasaron de felicitarse por el momento dulce con el 2-0 a las discusiones tras ser remontados
El machismo ibérico admite la convención del magenta en el capote, pero no existe acuerdo en lo que concierne a la equipación de ciertos equipos de vena marcial, como el Madrid. Resultó extraño ver a estos muchachos presentarse de rosa en San Sebastián, al pie del alto de Zorroaga, en estas campas agrestes, en esta ciudad de históricas confrontaciones de viril balompié. Pero ahí saltaron todos de rosa, brillantes como señales luminosas, como helados de fresa, como chicles arrojados en la hierba. El calentamiento fue un espectáculo. El último en irse al vestuario fue Sergio Ramos, que se quedó practicando tiros desde fuera del área. Como si quisiera ajustar el toque, recuperar sensaciones, interiorizar gestos. Hasta que no mandó a la red todos los balones que se propuso no se dio por satisfecho. Para entonces sonaba el himno de la Real en los altavoces.
En el minuto seis ocurrió lo previsible. Kroos lanzó un córner desde la derecha de la portería de Zubikarai y Ramos acudió al primer palo con toda su fuerza. Tratándose del futbolista más recio de la plantilla, resultó como si en el área chica cayera un sillar. En contraste con el ímpetu del vuelo, el sevillano cabeceó con un movimiento sutil, girando el cuello para enviar el balón al segundo palo. Desde la grada pareció imparable. Ramos tenía muchas ganas de meter un gol y lo metió con una facilidad que dejó en mal lugar a la defensa de la Real. La gente se revolvió contra su equipo. Cosa rara en Anoeta. Pitaron al entrenador, Jagoba Arrasate, y pitaron a sus jugadores. A la hinchada se le oscureció el horizonte.
Por segunda vez consecutiva en esta temporada, Kroos acababa de abrir el marcador practicando un golpeo perfecto en un córner. El primero se lo puso a Benzema contra el Córdoba. El segundo se lo sirvió a Ramos. Dos maravillas. Dos señales de apariencia providencial. Que hacían pensar que la vida sonreía al Madrid. La vida era rosa. Todo resultaba sencillísimo para el equipo de Ancelotti en el minuto nueve, cuando el árbitro decretó una falta al borde del área. La pidió Ramos y la ejecutó tan bien que mandó el balón a la cruceta. Ramos chocó manos con Bale. Se felicitaron por el momento, por la felicidad, por la ventaja, por tener al rival arrinconado. El central estuvo a punto de meter dos goles en diez minutos, uno de cabeza y otro de falta, lo que habrían hecho 50 con el Madrid, 31 con la cabeza.
El goce era pleno en el Madrid cuando Bale metió su golazo en dos toques. Uno para tirarle el caño a Elustondo, el otro para colocar la pelota pegada al palo. El galés se lo dedicó a Modric, su asistente, su amigo. Corría el minuto diez y aquello era una verbena de contrastes, pitos, risas, rechinar de dientes, colores y estridencias. Elustondo, martirizado por el rival, Bergara desorientado como nunca, De La Bella acosado por el público, por sus errores, por sus nervios, tan evidentes... De pronto la Real estaba en crisis. Todo parecía derrumbarse. Arrasate caminaba por la hierba como un condenado a la dimisión y los futbolistas se miraban unos a otros en busca de respuestas. ¿Nos rendimos?
Ramos se pasó lo que quedaba de partido discutiendo con Casillas después de cada gol
La fascinación del fútbol reside en que, normalmente, casi nada suele ser lo que parece. Hay partidos que revelan estas contradicciones con toda su graciosa potencia. Como epifanías. Lo que la mayoría ve en el campo suele ser engañosamente real. Los que triunfan, pierden, y los que parecen vencidos por la vergüenza están forjando su gloria. Los que atacan con cuatro delanteros no van adelante y los que se defienden con todos están a punto de rodear la portería contraria. Así fue como la Real acabó ganando 4-2.
Ramos se pasó lo que quedaba de partido discutiendo con Casillas después de cada gol en contra. El segundo capitán recriminó al primero su salida en el primer gol de la Real, en un córner peinado en el primer palo. Se lo metió Íñigo Martínez, que le ganó la espalda a él, el héroe rosa del 1-0, repentinamente sorprendido. Es duro ser Casillas y ser Ramos en este Madrid partido por el medio, sin suficientes centrocampistas para robar el balón. Sin protección. Sin Alonso, el organizador, y sin Di María, el que corría por cuatro. Era normal que pasara lo que pasó, aunque Casillas, al encontrarse el micrófono del Canal+, exclamó: "¡Esto no es normal!".
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