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Secretos a voces

Magnífica operación del Movistar, que refuerza el segundo puesto de Valverde y elimina a Van Garderen

Carlos Arribas
Bagnères de Luchon -
Michael Rogers hace una reverencia al cruzar la meta este martes.
Michael Rogers hace una reverencia al cruzar la meta este martes.AFP

El secreto de Nibali, de su belleza ciclista y su forma, está en el sueño, como dicen las estrellas que anuncian cremas antiarrugas. A pesar de todo el estrés que genera el maillot amarillo y el Tour, Nibali duerme bien, y no necesita, como muchos, ni Stilnox ni Zolpidem ni otros somníferos en pastillas, porque por la noche, media hora antes de acostarse, un belga de nombre Eddy Desmedt especializado en medicina china le llena el cuerpo de agujas. Y se levanta fresco como una rosa el tiburón, porque por la mañana, en el autobús, su amigo Eddy le llena las piernas de agujas para activar sus músculos, y se relaja después de las etapas, porque el mismo hombre de las agujas se las clava en la espalda antes del masaje para relajarlo. Y cuenta que la serotonina y la adrenalina y todos los neurotransmisores se vuelven locos de placer con los pinchazos, y Nibali es feliz de amarillo. Y fíjense si será importante Eddy, que en la Vuelta pasada estuvo clavándole agujas al siciliano las dos primeras semanas, en las que iba de líder como un tiro, pero no estuvo la última semana, desgraciadamente para el chico de Messina, que perdió la Vuelta por 37s ante un cuarentón de Oregón, Chris Horner.

Rogers ha empezado a hacer lo que nunca había hecho, ganar etapas difíciles con facilidad

Y termina la etapa más larga del Tour junto al naciente Garona, y Nibali sigue feliz, pero no es el único, porque también Valverde, superafeitado y chupado, sonríe sin necesidad de disculpas, y también Pinot y sus cejas negras, sombrías, y hasta Michael Rogers, quien nunca agradecerá lo suficiente haber comido carne en China contaminada con clembuterol, pues desde su positivo indultado y sus seis meses de sufrimiento pasados, ha empezado a hacer lo que nunca había hecho, ganar etapas difíciles como quien lava, con una facilidad desarmante: ganó dos en el Giro, una tras un largo descenso, similar a la de Bagnères, y otra con el terrible Zoncolan esperándole al final, y ganó en el Tour, el más fuerte de una fuga de 21 que tardó en formarse y necesitó una media de casi 50 en las primeras horas. Y ganó al especialista del lugar, a Voeckler, vencedor las dos últimas veces que el Tour paró en el pueblo que da inicio, con el Peyresourde saliendo de sus calles, y también el Portillon y Balès, a la gran ruta de los Pirineos. Tan solo no se vio felices a Bardet y a Van Garderen. El ligero francés perdió 1m 50s y el maillot blanco y el puesto en el podio en favor de Pinot, su amigo-rival, y al menos tendrá más tiempo para leer cosas serias, pues no tendrá que pasar por ceremoniales y ruedas de prensa; el rubio de Colorado, al ceder 3m 36s, perdió su condición de gran amenaza para el podio, pues era el temido por todos contrarrelojista que esperaba la llegada del sábado con el cuchillo afilado y dosis de antibióticos a escondidas contra su bronquitis.

Valverde y Nibali junto a otros corredores, en el ascenso del Puerto de Balés.
Valverde y Nibali junto a otros corredores, en el ascenso del Puerto de Balés.AP

Así que pese a estar sin equipo, muy solito, cuando vio a Pinot esprintar como un loco en el último kilómetro del acelerado puerto de Balès, entre praderas y laderas generosas, ni se inmutó el calmo líder. Nibali tomó de las manos de su masajista un bidón con líquido azucarado, bebió, y se lanzó al descenso, larguísimo, 21 kilómetros hasta la meta, con la confianza que dan la tranquilidad y el conocimiento. El joven Pinot, tan buen escalador, tan fuerte subiendo (y solo Nibali se ha mostrado este año superior a él: Valverde no ha podido pese a intentarlo) y tan valiente, pues ataca sin pensar en la distancia y en las consecuencias, como casi todos, tiene un secreto que todo el mundo conoce: le da pánico bajar a rueda de otros. Pinot no necesita agujas para estimularse: la adrenalina que genera ante el momento del riesgo le vale y sobra. Y esprinta, y todos lo saben, con una gran fuerza (igual que había atacado cuatro kilómetros antes, después de que el Movistar llevara al límite de ruptura al pelotón, y había conseguido que solo le resistieran Nibali, el primero que fue a por él, el más atento, y dijo el italiano que nunca más le saldría otro Horner como en la Vuelta, y Valverde), porque quiere ser el primero en bajar, porque antes de que le ataquen ataca él. Y esprinta feliz porque sabe que Bardet y Van Garderen están KO.

Veo a la gente sufriendo. Vamos a hacer daño”, dijo Valverde a sus chicos del Movistar

El secreto de Valverde, que también lo tiene y que también todo el mundo conoce, es su equipo, el Movistar al que tan bien se le dan los días montañosos que siguen a las jornadas de descanso (un día así, en la nieve del Stelvio, ganó Nairo el Giro) y al que tanto sentido del compromiso suelda. Mientras en la fuga, 12 minutos por delante, el atómico Kiryienka dejaba atónitos a los aficionados con sus idas y venidas, y Ion Izagirre se paraba para abrigarse y poder ayudar a Valverde en el descenso, en el pelotón, el líder del Movistar sufrió un arrebato de sadismo, síntoma de bienestar en su caso, y comenzó a hablar con su gente para transformar una jornada que para los grandes podría ser de turismo (que también viene de Tour) en una de tormento. “Veo a la gente sufriendo. Vamos a hacer daño”, les dijo. Y primero Visconti, y luego Intxausti (el resucitado: “y te veías en el cementerio”, le recibe abrazándolo en el autobús Jesús Hoyos, el médico del equipo, que le ha estado medicando con antibióticos un catarro rebelde desde hace semanas) aceleran de tal forma el ritmo y tan constantemente (“un ritmo de locos”, confesó Van Garderen. “Imposible para mí”), que cuando le llegó el turno a Gadret, el francés no pudo ni dar dos pedaladas. Ya habían caído Bardet y Van Garderen, y Pinot, la gran amenaza, el gran escalador para los dos días de Pirineos que quedan, remató.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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