Que los jóvenes vuelan
Espectacular victoria de Aru en Plan de Montecampione, donde se impone a Quintana, que sigue recortando tiempo a Urán, el líder
A la hora de la cena, en un hotel con ciclistas se puede ver que lo que ocurrirá al día siguiente en la carretera, en la misma subida interminable, irregular y dura a Plan de Montecampione, sobre los lagos de Brescia, estaba en verdad prescrito, o casi, escrito.
Se puede ver una noche a Gorka Izagirre, ciclista del Movistar, que baja a cenar apoyándose en una muleta, pues ha sufrido, después de terminar la etapa, pasando sencillamente su rueda por encima de una botella de plástico caída junto a su autobús, la tercera caída en lo que iba de Giro, y se ha vuelto a dar en el mismo costado que las otras dos veces. Y dos días después se puede ver al mismo Izagirre, silencioso escalador vasco, escapado camino de Oropa para que su esfuerzo, su sudor, sirva de escalón para el ataque previsto de su líder, de Nairo Quintana. O se puede ver cenando, hablando poco y con un ojo siguiendo el partido del Real y el Atlético a Oleg Tinkov, el dueño del equipo Tinkoff, y a Bjarne Riis, uno de sus empleados mejor pagados, que reapareció por el Giro.
Y al día siguiente, se puede comprobar cómo la táctica presuntamente prudente de su mejor ciclista, de Rafal Majka, cambia de repente, y se vuelve agresiva, y su forma de hacer cambia todo lo que podría pasar en una subida que los ciclistas afrontaron como una obligación pesada de esas de domingo por la tarde, como un último escollo antes del día de descanso, que les espera. O, en una mesa que parece la de la última cena, se observa a Rigo Urán, sonriente, en el centro, siempre sonriente, rodeado de sus discípulos, sus gregarios que luego le arropan, comiendo con apetito y hablando deprisa. O, unas horas más tarde, en el mismo comedor destartalado de un hotel de autopista, a la hora el desayuno ya, se puede ver hablando a Eusebio Unzue, el jefe del Movistar, con su líder, Nairo Quintana, y cómo violentos brotes de tos le obligan al escalador colombiano a ponerse la mano en la boca y aguantar como puede. Y 200 kilómetros más lejos, llegando a Plan de Montecampione, a 1.700 metros de altitud, donde aún las laderas están cubiertas de nieve endurecida, se verá al mismo tosedor colombiano atacar, la mirada impasible aparentemente tras las gafas oscuras, a su compatriota, siempre de rosa, más de rosa al final que el día anterior, una y dos veces; y ver a Urán detrás, inteligente, experto, subir a su ritmo, una calculadora en la cabeza, pensando que pierde unos segundos con Quintana, lo que acerca al más lejano de sus rivales en la general, pero que al mismo tiempo le está sacando más segundos a Evans, al que tiene más cerca, y también aleja al mismo polaco Majka, cuyas piernas no están a la altura de las ambiciones de sus jefes, y a Pozzovivo, la nitroglicerina que no da con la chispa.
Y en el mismo sitio, en una mesa en la recepción del hotel, se puede hojear aburrido un ejemplar atrasado de La Gazzetta dello Sport y encontrarse con una página dedicada a la Italia (ciclista) joven que sube dedicada a Fabio Aru, quien, según el periodista, Claudio Gregori, porta el apellido más corto y las esperanzas más grandes. Habla Aru de su isla, de Cerdeña, y de la vida en la granja, pues no es de la costa, y dice que fue tenista y futbolista antes de subirse a una bici, y cita a Horacio, porque el latín se le daba bien en la escuela, y dice que su motto es horaciano, claro, carpe diem, vive al día. Y ese mismo Aru, unas horas después vuela solo hacia la cima de Plan de Montecampione, mientras detrás sufren Nairo y sus toses, Rigo y su calculadora, Evans y su voluntad, que no es suficiente para suplir su decadencia.
En el coche, camino de la cima, suena Lucio Dalla cantándole a Nuvolari, pero parece que en lugar del piloto imbatible al volante de su Alfa rojo el cantautor boloñés canta, cantor de gesta presciente años antes, lo que haría Aru en una subida en la que Hinault ganó un Giro, el del 82, y Pantani otro, el del 98. Porque como el Nuvolari de Dalla, Aru, aunque es muy alto, 1,81m, son 60 kilos de hueso y unos músculos excepcionales, y una mirada es la mirada de un halcón, y cuando pasa Aru a tanta velocidad, los pájaros del cielo pierden sus alas, y los rivales sienten temor porque su motor es feroz, y el público, que le ve pasar y le mira como a un soldado que va a la guerra montado en un caballo, le grita palabras de amor…
Y así Aru, que aún no ha cumplido 24 años, ha ganado solo en una etapa de montaña del Giro -“y solo correr al lado de estos campeones me da escalofríos”, dirá luego; “así que yo era pura incredulidad pedaleando lo más fuerte posible, sin saber si llegaría victorioso o no”-, se convierte en todo un personaje es este Giro de “las incógnitas y las sorpresas” (así dice Quintana), en este Giro sin patrón aparente ni patrones con los que cortar el traje que cada día se reconstruye partiendo casi de cero, de la cena de la noche anterior.
En la meta, todos cuentan alegres su historia, como si pudiera explicar algo. Rigo está más contento que el día anterior. “Es que es domingo”, dice. “Y también porque las cuentas salen. Soy más líder que ayer. He hecho cuatro Giros y ya tengo experiencia. Sé cómo hay que hacer para ganar”. Quintana también está más contento porque aunque haya sufrido mucho ya “ve una luz verde”. “Cada día estoy mejor. Veo que puedo seguir, porque los problemas que tenía eran para haberme ido a casa”, dice, y muestra un temor: “Espero que no suspendan la etapa del martes, el Gavia-Stelvio-Val Martello, que será clave”.
Riis está estirado en su coche, los pies en la ventanilla bajada de la puerta abierta. Habla de los jóvenes que llegan, de un podio con chavales como su Majka, como Aru o Quintana, de 23 o 24 años. Y piensa en lo bueno que será para el ciclismo…
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.