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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todo resulta mucho más doloroso

Los ganadores llevaron siempre la iniciativa sicológica, independientemente de lo que dijese el marcador

Sergio Rodríguez se lamenta durante la final.
Sergio Rodríguez se lamenta durante la final. Juan Carlos Hidalgo (EFE)

El Madrid se atascó en el momento más inoportuno. En un partido donde el Maccabi llevó casi siempre la iniciativa sicológica, fundamental en este tipo de partidos, perdió una nueva oportunidad de coronarse. El tercer intento en las últimas cuatro temporadas también resultó fallido, aunque en esta ocasión, todo resulta mucho más doloroso. En Barcelona 2011 se consideró ya un éxito simplemente el llegar después de muchos años alejado de la élite europea, y casi ni compitió. Dos años más tarde, en Londres, dio un pasito más alcanzando la final. La derrota se tomó como una lección necesaria que completaría el necesario ciclo de formación. Con las enseñanzas recibidas, los ajustes realizados y el salto cualitativo que ha dado este año su juego, había unanimidad en señalar que había llegado la hora.

Pero tendrá que esperar. El Maccabi fue superior pues manejó mejor los tiempos, fue de menos a más y dejó que al final, como ocurrió ante el CSKA, fuese Rice el que se hiciese el amo del cotarro. El base del Maccabi estuvo espectacular, superándose con el paso de los minutos hasta convertirse en la pieza clave de la victoria amarilla. Ni siquiera le afectó el haber errado el tiro ganador al final del tiempo reglamentario. En la prorroga siguió mandando, asistiendo, anotando y superando una y otra vez la defensa del Real Madrid, que no supo como hincarle en diente en ningún momento. No sólo eso, sino que además del destrozo que hizo en la defensa blanca, Rice consiguió meter en problemas de personales a Sergio Rodríguez, al que atacó una y otra vez con ese objetivo. Cuando llegó el momento cumbre del partido, Sergio no tuvo la continuidad necesaria y terminó, como su equipo, desesperado.

Como ocurrió en la semifinal, al Madrid le costó calentar motores. Salvo Rudy, hiperactivo como acostumbra desde el minuto uno, la salida fue algo fría, con problemas para evitar los destrozos que provoca Schortianitis y también para leer las diferentes defensas trampa que ponía sobre la pista el astuto David Platt. El partido ya pedía la salida de Sergio Rodríguez, pero el que pisó el parquet primero fue Felipe Reyes, lo que tuvo un efecto saludable. Durante unos cuantos minutos volvimos a ver al Madrid de la semifinal, rápido, certero y defensivamente eficaz. Tanto como para colocar un 19-2 de parcial. Pero la entereza moral del Maccabi, alentados por los casi 10.000 forofos que le siguieron hasta Milán, no fue la del Barcelona. Poco a poco fueron apareciendo Rice, Devin Smith, Hickman y se comenzaron a atisbar los problemas del Madrid. Fragilidad en los rebotes, Rudy apagándose poco a poco, dificultad para conectar al juego a Mirotic y Llull, o una creciente falta de claridad para atacar la defensa israelita, que enseñaba zonas que luego no eran, cambiaba constantemente de hombres para evitar que el Madrid sacase ventaja alguna en los bloqueos y, ante cualquier atisbo de verse superados, no dudaban en cargarse con una falta personal.

A partir del segundo tiempo comenzó un ejercicio casi agónico de supervivencia por parte del Madrid. Su defensa hacía demasiadas aguas, atacó con más corazón que cabeza y cada canasta le costaba un mundo. El único lugar donde lucía tranquilidad era en el tiro libre, pero le faltaba su chispa habitual y las caras se iban tensando cada vez más. Todo lo contrario que el Maccabi, que a cada minuto que pasaba crecía su ánimo y con él la confianza y el acierto. Llegó la ruleta final y Rice falló un tiro ganador. Por primera vez en la historia, había prorroga en una final pero para entonces al Madrid ya se le veía superado por el rival, el ambiente y la tensión al ver escaparse la oportunidad soñada. Rice se hizo amo del balón, Tyus de los tableros y el Maccabi, el equipo que había llegado con piel de cordero pero escondiendo un corazón de lobo, terminó dándose un merecido festín.

El vaparalo es enorme, pues con toda la razón, la ilusión y confianza en el equipo se había disparado. Pero es lo que tiene una competición como la Euroliga, que te obliga a no tener un mal día en el fin de semana clave. Después de una gran ascensión y en el último peldaño, el Madrid tropezó. Los jugadores del Maccabi superaron a los madridistas, el laboratorio de Blatt funcionó mejor que el de Laso y en las gradas la relación era casi de 10 a 1 en contra. Con estas premisas, el resultado se puede considerar como una coherente consecuencia.

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