“Para algunos será el último partido”
Mascherano define el aroma a despedida que reina en la plantilla del Barcelona
Mascherano, a pie de campo, fue el primero en evaluar el paisaje después de la penúltima batalla. “Al final, nos servirá solo un resultado. Pero dependemos de nosotros mismos”, afirmó. El central argentino lamentó las ocasiones falladas por su equipo. “No tuvimos acierto en la definición, pero nos miramos a la cara y no nos reprochamos nada porque hemos buscado el gol y nos hemos entregado al máximo”.
Enigmático, el jugador de 29 años y que cumple su cuarta temporada de azulgrana, dejó planear su posible despedida del club. “La semana será bonita por lo que viviremos. Para algunos puede que sea nuestro último partido en el Barcelona”. Poco después, y ante el impacto de sus declaraciones, volvió a ser requerido. “No quiero que se malinterprete”, matizó. “Es lo que pasa cada fin de temporada. Yo no soy el que decido. Llega el último partido de Liga con opciones de ganar el título y no sabemos qué pasara el año que viene. Debemos tratar de vivirlo como el último y, si alguno de nosotros tiene que irse, que salga por la puerta grande”.
No tuvimos acierto en la definición, pero nos miramos a la cara y no nos reprochamos nada porque hemos buscado el gol y nos hemos entregado al máximo”
En el Barcelona, todo olía a despedida desde primera hora de la mañana, en la agonía de una Liga que empezó mal y que está condenada a terminar en un cara a o cruz, aunque el equipo de Martino se empeñe en despedirse de ella cuanto antes. En El Prat sonaba a adiós la mirada de Puyol en su último desplazamiento con el equipo, las sonrisas del Tata en los saludos mañaneros, la melancolía de Mascherano y la tristeza de Afellay.
Ya en Elche, hablaba de despedida la soledad de Paolorroso al repartir los conos sobre el césped del Martínez Valero para el calentamiento, la foto que les hizo Miguel Ruíz a Roura, Altimira, Torras, De la Fuente y Edu Pons, miembros del cuadro técnico, cuyos caminos parecen condenados a separarse a final de temporada, cuando se incorpore Luis Enrique, y también la camiseta que Pinto le regaló a una aficionada antes de retirarse al camerino para ponerse la zamarra negra —el 13 a la espalda— con el que jugó el partido.
La misma alineación del Tata, en la que no estaba Xavi, pero si Fàbregas, en la que, claro, tampoco figuraba Valdés, invitaban a pensar que la Liga se acababa y este Barça olía a página cerrada. Sonaba a despedida de una Liga malquerida y malvivida el resultado del marcador del Martínez Valero, un campo por donde no aparecía el Barcelona desde la campaña 1988-1989, cuando Cruyff ponía los cimientos a una obra que en cierta manera ha llegado hasta aquí, hasta la era de Messi. Pero resultó que sigue vivo el Barça, por mucho que de Barcelona a Elche oliera todo el día a despedida.
Messi, que se hizo cargo de la situación, porque era lo que había y le tocaba liderar al Barcelona en busca de la final del próximo fin de semana, tampoco pudo solucionarlo pero ya tampoco puede con todo, con el legado que dejó Rosell antes de dimitir. Consciente de que si el Barcelona quería jugar la final el próximo fin de semana tenía que ganar para meterse en ella, el Barça lo intentó y Messi sacó la navaja arrastrando al equipo en el primer tiempo. Lleva todo el año persiguiéndole la coletilla a la Pulga de que no está, de que le pasa algo, de que camina cuando no deambula, pero ha marcado más de 40 goles y de no ser por él, el Barcelona ya no tendría ninguna posibilidad.
Al Barcelona, la Liga le había regalado la posibilidad de ganarle la semifinal al Elche, pero había que ganarla contra un equipo en la pelea por el descenso, pero un grupo al que no resulta fácil hincarle el diente en su estadio, atendiendo a los antecedentes. Y no supo. Los de Fran Escribá no habían perdido un solo partido en la segunda vuelta. No pierden desde el 20 de diciembre contra el Villarreal. Además, es el segundo de la liga menos goleado en casa, 12 goles en 18 partidos y buena parte de culpa la tiene su portero, el veterano Manu Hernández.
Las intervenciones del madrileño convirtieron el partido en una cuenta atrás, en una agonía para el Barcelona, que quería, insistía, y no podía. Caía el sol en Elche y al Barcelona le dio un ataque de ansiedad cada vez que rondaba el área ilicitana en un partido contra su propia impotencia. Sigue oliendo a adiós, pero le queda una oportunidad. En Elche se empeñó en hacer evidente el adiós a todo. Y ni por esas.
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