El regreso de la convulsión olímpica
Los Juegos más caros de la historia, con un coste de más de 36.000 millones de euros, comienzan con tensiones y temores que parecían desterrados, como un ataque terrorista
El olimpismo ha vivido una larga historia de tensiones en sus 120 años modernos desde que el barón Pierre de Coubertin lideró su restauración en París, en 1894. Se han disputado 30 Juegos de verano y se llega ahora en Sochi, la ciudad rusa a orillas del Mar Negro, a los 22 de invierno. Las dos Guerras Mundiales obligaron a suspender cinco ediciones, la veraniega de 1916 y las cuatro de entre 1940 y 1944, porque ya estaban en marcha las citas invernales desde 1924. Incluso hubo tragedias, como el atentado palestino de Múnich contra el equipo israelí, en 1972, o la bomba en un parque público de Atlanta, en 1996. El olimpismo también pasó por Berlín, en 1936, o Sarajevo, en 1984, poco antes de tanto horror, pero no sirvió de nada. Casi siempre ha habido amenazas, protestas y cinismos políticos o sociales de distintos colores, con dictaduras y boicoteos. Pero cuando parecía todo eso algo del pasado nunca había planeado por unos Juegos y, menos aún, por los de invierno, tanto temor por un terrorismo muy cercano, y la indignación por un asunto tan superado en gran parte del mundo como el de la homosexualidad.
El Comité Olímpico Internacional, como demostró una vez más en la última elección para los Juegos de verano de 2020 al elegir a Tokio y ridiculizar a Madrid, mira sobre todo el poder económico. Garantías. Incluida Fukushima. Y en muchos otros casos, con el hipócrita paraguas de la universalidad, mira para otro lado. Los derechos humanos o políticos son asuntos internos. Cuando Vladimir Putin eligió personalmente a Sochi hace 10 años y pensó construir allí una “nueva Rusia”, puso en el mapa olímpico el balneario donde iban desde los zares a los últimos mandatarios, pasando por Stalin. Pero la Riviera del Cáucaso está al lado de un polvorín con todas las regiones separatistas tras la desintegración de la URSS. Algo muy distinto de Moscú, en 1980, cuando lo único que se desató fue la ausencia de la mayoría de países occidentales en protesta por la invasión soviética de Afganistán.
Los costes, superiores a Pekín 2008, se han cuadruplicado y los casos de corrupción han sido escandalosos
El 4 de junio de 2007, en Ciudad de Guatemala, Sochi ganó en su primera presentación como aspirante a ser sede olímpica. Fue superada en la primera ronda de votos por la surcoreana Pyeongchang, pero en la votación siguiente se aprovechó de la eliminada Salzburgo. Fue algo poco común y tampoco importó que estuviera peor preparada que Pyeongchang, ya derrotada por Vancouver para 2010 y premiada abrumadoramente después en Durban, en 2011, con los Juegos de 2018 a su tercer intento. Sochi era la gran Rusia, el poder. Pero también se están viendo las lagunas con Río, cuando se atraganta hasta el aperitivo del Mundial de fútbol entre protestas y retrasos.
Sochi va a costar más de 50.000 millones de dólares [más de 36.000 de euros], récord olímpico absoluto, superior incluso a Pekín 2008. Los costos se han cuadruplicado y los casos de corrupción han sido escandalosos. Hasta miembros honorarios del COI, como el antiguo presidente de la Federación Internacional de Esquí, Gian Franco Kasper, lo han denunciado. En el caso más elocuente el mismo Putin destituyó al vicepresidente del Comité Olímpico, Ahmed Bilatov, cuya empresa construyó los trampolines de saltos que “volaron” de 40 millones dólares iniciales a 265. Pese a tanto despilfarro, mientras el COI solo dice que todo está “ready [listo]”. Pero siempre hay detalles. Tres hoteles para periodistas no se han terminado a tiempo y las denuncias de matanzas de perros abandonados son la última guinda siniestra. Insólitamente, el representante de la caza ha declarado a la cadena ABC: “Los perros son basura biológica. Imagine si durante un aterrizaje de un saltador de trampolín a 130 kilómetros por hora entra uno en la pista y chocan. Sería mortal para el saltador y para el perro abandonado….”. Las protestas de organizaciones de defensa de los animales han echado humo.
Los atentados en Volgogrado y Daguestán han hecho que aumenten las medidas de seguridad
Pero con todo esto, bastante surrealista, lo peor es el miedo general a atentados. Los recientes de Volgogrado y Daguestán, y la amenaza en un vídeo de dar un “regalo” a los visitantes, no garantizan precisamente que Sochi vaya a ser un lugar de paz ni de tregua olímpica. Las medidas de seguridad serán enormes y el Departamento de Estado no sólo ha advertido a los estadounidenses de que tengan precaución. Hasta les ha recomendado que compren un seguro médico privado. Cada día que pase será un respiro como no ocurría desde hacía tiempo.
Estados Unidos también ha recordado la prohibición en Rusia de las relaciones sexuales “no tradicionales”. El COI ha mediado por la amenaza de la ley que prohíbe “propaganda homosexual”, y el nuevo presidente, el alemán Thomas Bach, ha declarado que no habrá problemas, como en la seguridad. Pero es solo el optimismo obligado ya a estas alturas cuando los alardes de ignorancia o desprecio sobre el tema se han sucedido. Desde el alcalde de la ciudad, al asegurar que en ella no hay homosexuales, al mismo Putin, que les ha endilgado los abusos infantiles, o advertido de que no les pasará nada mientras no se acerquen a los niños. Estados Unidos, al no ir Barack Obama ni su mujer, ha contestado incluyendo en su delegación a la jugadora de hockey hielo Caitlin Cahow, campeona mundial, plata en Vancouver y bronce en Turín 2006, lesbiana declarada hace mucho tiempo, y al patinador artístico Brian Boitano, oro en Seúl 88, uno de los grandes de la historia, que incluso lo acaba de hacer público en un comunicado: “Ser gay es justamente una parte de quién soy yo”.
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