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Benzema ante la nada

La fase de clasificación transformó a la estrella de Francia en un elemento marginal dentro de un equipo al límite del fracaso

Diego Torres
Benzema, durante el entrenamiento de ayer.
Benzema, durante el entrenamiento de ayer.YOAN VALAT (EFE)

Francia está desesperada porque perdió un partido con España en la fase regular de clasificación mundialista y no logró recuperar los puntos. Acudió a la repesca contra Ucrania y la semana pasada fue derrotada en la ida, en Kiev (2-0). Esta noche, de vuelta en París (21.00), se juega su participación en la Copa del Mundo en un clima enrarecido. En el entorno de los bleus todo el mundo habla como rechinando dientes. El domingo salió a escena Olivier Giroud y masculló cosas lúgubres.

—Estoy listo para morir en el campo—, declaró.

Lo que diga Giroud es relevante porque es el nueve y porque desde hace un mes ocupa el puesto en el que había venido desempeñándose Karim Benzema. Hasta esta fase de clasificación Benzema era, junto con Ribéry, el líder de la selección francesa. Pero se pasó 1.221 minutos sin meter un gol, habló con desdén del fanatismo de los hinchas y se negó a cantar el himno. Que no marcara en ninguno de los primeros cinco encuentros oficiales de la serie, a pesar de ser titular, tampoco le ayudó a ganarse el aprecio del seleccionador, Didier Deschamps. Al sexto partido, después de 60 minutos estériles ante Georgia, fue sustituido. Contra Bielorrusia, en el séptimo encuentro de clasificación, permaneció confinado en el banquillo. Deschamps lo devolvió al campo en el minuto 80 de la última jornada, frente a Finlandia, cuando ya todo estaba perdido y el equipo se había abocado al segundo puesto del Grupo I. Entonces Benzema metió el gol más inútil, el 3-0, en el minuto 87, tres minutos antes de ir oficialmente a la repesca.

El punta marcó un único tanto: el último gol de la fase de grupo, el más inútil

No deja de resultar misterioso que una potencia como Francia se estrelle contra Ucrania, grupo de muchachos laboriosos que no se distingue por la clase tanto como por el espíritu de abnegación y hermandad. Vincent Machenaud, el reportero de France Football que durante años entregó el Balón de Oro a los elegidos, es tan severo como gran parte de la afición francesa: “Los jugadores de esta selección son herederos de los campeones de 1998 y se creen campeones ellos mismos. Han nacido con una cuchara de plata, impregnados de un prestigio ajeno, sin haber luchado por el éxito. Tienen un problema de educación. Se creen que son los mejores solo porque son millonarios”.

Benzema fue suplente en Kiev. Al salir del campo se presentó ante los micrófonos con aire sereno y, de forma tácita, despreció a los ucranianos. “Vamos a clasificarnos”, dijo, “porque tenemos más talento”.

Decía hace unos días Paco Jémez, el entrenador del Rayo, antes de enfrentarse al Madrid, que Karim Benzema era el que mejor jugaba al fútbol de los tres delanteros madridistas. El hombre entendía lo que pasaba en la cancha mejor que Cristiano y que Bale. Pero, por algún motivo, el público no se percataba de ello porque el muchacho no transmitía emoción. Era un artista que componía su obra con indiferencia. Como si no se concediera importancia, o como si no le entusiasmara lo que hacía. Los anglosajones habrían dicho que Benzema era un natural. Jorge Valdano, que por entonces era director deportivo del Madrid, le definió con sensibilidad de futbolista después del desastre de Alcorcón en los últimos días de 2009. Benzema había sucumbido al remolino del Santo Domingo con ese aire lánguido, distraído, que ha caracterizado su carrera.

Giroud, que le ganó el puesto, contrasta por su populismo: “Estoy listo para morir”

—Benzema es un poeta—, sentenció Valdano, después de explicar que no todos los jugadores se mueven en el mismo registro creativo, que unos producen sudando, gritando y arrastrándose, y otros lo hacen dulcemente adormecidos en el Parnaso.

La sustitución de Giroud por Benzema en la segunda parte del partido en Kiev concentró una gran tensión. La estrella apagada, el rapero frustrado, el antihéroe, ingresó al campo sin hacer el más mínimo gesto de compañerismo hacia Giroud, el joven burgués, el educado, el correcto, el meticuloso nueve de discurso populista. Ni se tocaron, ni se saludaron, ni se miraron. Después de todo, uno canta La Marsellesa y el otro calla, y la hinchada francesa rebusca en estos símbolos superficiales una explicación que aclare lo que pasa en las profundidades del juego. Una razón que justifique el fracaso de quedarse fuera del Mundial.

A sus 25 años Benzema representa a la perfección el papel de culpable nacional. Su situación es dramática pero a él, siempre impasible, el guion parece importarle un rábano. Está ante la nada. Ahí donde muchos pierden los nervios, a él se le ve listo para ser el mismo de siempre.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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