Tenía el talento y la velocidad. Uno cualquiera no irrumpe en el campeonato del mundo y, de golpe y porrazo, empieza a ganar carreras en circuitos en los que nunca había estado. Eso fue lo que hizo Maverick Viñales en su debut en el Mundial. Fue hace dos años, el 2011, y ganó en Le Mans, en la cuarta cita de la temporada, repitió hazaña en un circuito tan complejo y técnico como Assen, en Sepang y también en Valencia. El curso pasado ganó cinco grandes premios, pero se borró de la pelea por el título cuando pensó que lo tenía perdido. Si en su primera temporada pecó de inexperto, en la pasada le faltó aplomo: se armaba de razones en la pista, a golpe de vuelta rápida; y perdía sus argumentos en cuanto se bajaba de la moto, descontento por cómo gestionaban sus representantes, y al tiempo dueños del equipo para que el que competía, sus intereses. Pudo tener razón, pero no le acompañaron las formas: abandonó el campeonato en pleno gran premio de Malasia. Aunque logró arreglar la situación contractual y, finalmente, hacerse con su moto soñada para este curso. Este año solo le han faltado unos caballos más de potencia, pero la madurez que adquirió el pasado invierno ha marcado la diferencia con el Maverick que fue y el que es.
El Maverick del 2013, además de no ser tan parco en palabras, ha ganado saber estar y tranquilidad. No se le ha visto ni una mala cara en todo el curso, ni siquiera cuando se quejaba de que su KTM era siempre más lenta que las otras también oficiales. Él sonreía y apelaba al gran trabajo del equipo, al que ha cubierto de agradecimientos. Se ha sentido bien asesorado y acompañado. Algo muy importante tratándose de un chico de solo 18 años. Y esa paz interior que no tenía hace un año le ha permitido ser constante hasta la extenuación.
No ha habido piloto más regular que Viñales, que no se ha bajado del podio más que en dos ocasiones y saldó aquellas dos pruebas con un cuarto y un quinto puesto. Y todo a pesar de que sufrió un terrible accidente pocos días antes de que empezara el Mundial: se amputó la primera falange del dedo anular de la mano y aquello, explicaba ayer, condicionó su pilotaje: “Limitó mi estilo”, reconocía. Sin embargo, donde no llegaba la moto, lo hacía él con su inteligencia.
Nunca pensó el chico de Roses (Girona) que su equipo, uno de los pocos que se atrevió a ofrecerle una segunda oportunidad después de la espantada de Malasia, estaría al nivel de los poderosos equipos dirigidos por Aki Ajo y Emilio Alzamora. Pero la tripulación dirigida por Pablo Nieto no se ha quedado muy lejos. En cualquier caso, ya se encargaba él de hacer el esto. La paciencia con la que ha masticado el campeonato le hacen merecedor de un título al que aspiraron hasta la última carrera otros dos pilotos magníficos, Rins y Salom. Pero Viñales sacó toda la agresividad que esconde su pilotaje, tiró de atrevimiento y, como no le valía más que ganar, se lanzó de cabeza a por el triunfo. Mientras Salom perdía el control de su moto en su intento por seguirle, y Rins era incapaz de ganarle el último y definitivo duelo, él mandó. El día en que debía arriesgarlo todo, vació sus bolsillos.
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