Una perla rodeada de matadores

Sin Arda, lesionado para un par de semanas, Simeone otorgó por primera vez la titularidad a Óliver Torres, la perla de la cantera, el jugador en el que la hinchada ve a un futbolista distinto, especial y del que se siente orgulloso porque peloteros así cautivan. Fue despedido en pie en una noche en la que, con una goleada rotunda, el Atlético se reafirmó como perseguidor del Barcelona, Villa se reencontró con el gol y Diego Costa hizo su decimotercer tanto para justificar aún más los deseos de Scolari y Del Bosque.

La decisión de Simeone de alinear a Óliver ofreció manejo por manejo, toque por toque, cintura por cintura. No optó por la llegada y el juego aéreo de Raúl García, ni por la profundidad revoltosa del Cebolla Rodríguez o la fría velocidad de Adrián. Fue un relevo natural, un paso adelante dado por el técnico bien correspondido por Óliver. El chico llevaba tiempo esperando la oportunidad de anoche. El maridaje entre técnico y futbolista no es fácil, pero están condenados a entenderse. El Atlético no juega a lo que juega Óliver ni viceversa. Al chico le gusta perseguir la pelota, estar en la sala de máquinas permanentemente. Tocar mucho y si es por el centro, mejor, pero el dibujo que ha disparado al Atlético no concibe un mediapunta central, así que jugó primero orillado a la derecha y después a la izquierda.

Esa disparidad entre el fútbol que emana del chico y el libreto de su técnico ha generado cierto debate mediático en torno al chaval en los minutos que ha disfrutado, unos con más acierto que otros. Como todo novato necesitaba Óliver comenzar ese estreno como titular con una acción que le afianzara y a los 13 segundos cazó un rechace tras una insistente jugada de Koke. Con el interior embocó el gol, el más rápido en la historia del Atlético. Apareció desde segunda línea para machar el gol, justo lo que le pide su entrenador a los centrocampistas

El tanto tan madrugador fue demasiado ya para el Betis, plagado de bajas, pero valiente por no renunciar a sus principios que parten de salir jugando desde atrás. Con ese gol a favor, el partido se puso en modo Simeone muy rápido: control del partido a través de los espacios y cesión de la pelota. Eso le permitió al Betis mostrarse aseado con el balón desde Matilla hasta los tres cuartos de cancha. Ahí apretaba el Atlético a la espera de cazar una contra. Y tuvo varias. Un par de ellas que no culminó Diego Costa, autor también de un centro pasado que cabeceó Villa y obligó a Sara a un escorzo. En esas, los detalles corrieron de parte de Óliver, que no ofrece dudas con la técnica, aunque en alguna acción quiso imaginar demasiado. Con todo, hizo cambios de orientación, no se complicó en las zonas que le ponen el corazón en la boca a su técnico y se atrevió en el uno contra uno.

Dominado el tablero a su manera, tardó también poco el Atlético en cerrar el partido en la reanudación. Fue Villa con un escorzo de cabeza tras una comba precisa de Filipe Luis, que está de dulce. Había enseñado Villa varios gestos técnicos exquisitos en un par de transiciones, pero necesitaba marcar porque su sequía empezaba a cuestionarle. Celebró el tanto con la misma rabia con la que reventó la pelota en el tercer tanto, fruto de una contra. Hacía tiempo que al Atlético no ganaba un partido con tanta holgura tras dedicarse a esperar en su campo con ventaja en el marcador. Ahí la presencia de Tiago es definitiva porque es más vertical que Mario. Probablemente Simeone desearía juntar las características de los dos futbolistas en uno solo. Como eso es imposible, todo parece indicar que cuando necesite más trabajo que salida del balón jugará Mario. Fue Villa también el que propició el cuarto tanto, en otro contragolpe de libro. Le filtró el pase a Diego Costa, que marcó con un remate cruzado. La fiesta la cerró Gabi, al que por fin le acompañó el gol. Y fue de esos que le gustan, de centrocampista alemán. Un disparo potente desde fuera del área que cerró la tunda a un Betis que sufrió el modo Simeone en su máxima expresión.