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Flaco Nibali

El italiano cede ocho segundos ante Valverde y Purito Rodríguez y se deja el liderato en Peñas Blancas en una etapa ganada por otro checo, Konig ● El irlandés Roche, nuevo maillot rojo

Konig celebra su triunfo en Peñas Blancas.
Konig celebra su triunfo en Peñas Blancas.JOSE JORDAN (AFP)

Por la mañana, en el hotel de Jerez, los ciclistas del NetApp alemán y los del Radioshack luxemburgués se confundían a la hora del desayuno: todos delgadísimos, consumidos, todos vestidos de civil y todos de negro, con la única diferencia de la marca del equipo en el final de las mangas cortas del polo. Hombres de negro antes de colorear el pelotón y ciclistas mezclados en busca de un desayuno frugal pero no excesivo. Los del Radioshack con el pedigrí que le da la experiencia, los del NetApp con la ilusión de ser un equipo nuevo e invitado, casi desconocido. Unas cuantas horas después, su líder Leopold Konig, checo como el vencedor de ayer, Stybar, se subía al podio de Estepona, en el Alto de Peñas Blancas, una subida pensada para tipos como Purito Rodríguez o Valverde y sobre todo para reorganizar la clasificación general, hasta ayer marcada por la contrarreloj inicial por equipos, acabada la primera semana de escarceos, revueltas, sorpresas y alguna que otra emboscada. Y ganó el checo de la perilla rubia que desayunaba relajado horas antes mezclando dulce y salado. Y hubo cambio de líder porque Roche sorprendió a Nibali en las ultimas rampas, como también lo hicieron Purito Rodríguez y Valverde. Y todo dio un pequeño vuelco, se formalizó, aunque aún la lista siga un tanto desordenada.

En Peñas Blancas había que ponerse serio, para demostrar la fortaleza o para encubrir la debilidad. Unos y otros, los fuertes y los débiles. Había que ponerse serio porque la Vuelta enfila sus primeros exámenes parciales y no conviene dejar asignaturas pendientes para el final. Por eso el pelotón permitió que catorce ciclistas buscaran desde el kilómetro 14 una quiniela que estaba reservada para el resultado número 15. Y ese lo acertó Konig, saliendo como el contrarrelojista que es, impulsado músculo a músculo y perseguido por Dani Moreno, que esta vez calculó mal la distancia para lanzar su habitual disparo. Komig era un blanco difícil, demasiado móvil para afinar el tiro.

Antes, es decir, después de que los catorce quinielistas, doce europeos y dos norteamericanos (un estadounidense y un canadiense), soñaran con un premio que no estaba en su bombo, Igor Antón, a falta de cinco kilómetros, cuando el pelotón se deshilachaba (y por allí se descosían Kreuziger, Samuel Sánchez, Mollema, Nieve y algunos otros), lanzó un ataque rabioso, hizo acto de presencia recordando al escalador que no hace tanto tiempo fue. Sabía Igor que esperando no llegaría ningún sitio, que los tiburones (Valverde y Purito, afilaban los dientes) y que lo suyo tenía que ser caza mayor, desde lejos o no ser nada. "O lo hacía entonces o no serviría para nada". No sirvió porque la victoria es un ansia permanente en el ciclismo. Y vale mucho, más de lo que parece. Y tras Antón se movía el pelotón, troceándose, moviendo la sopa. Hasta Nibali había amenazado con irse en un levísimo movimiento sin futuro. No estaba el italiano para ruidos aunque quiso golpear con los nudillos. Hasta Horner puso a su equipo a trabajar porque el cuarentón amarillo y la etapa. Pero todo cambió cuando el checo Konig cambió las revoluciones llevándose a Pinot, a Basso, a Dani Moreno. La segunda vez que Antón miró hacia atrás se dio cuenta de que aquellas locomotoras eran de alta velocidad. A 700 metros se acabó su pequeña gran aventura.

Y Konig clavó la perilla en el manillar y enfiló hacia la meta como si de un sprint largo se tratara aunque había desniveles que cubrir. Dani Moreno, el listo de la clase, el avispado en finales explosivos, se fue en su busca, pero el galgo había desayunado bien y la distancia se le hizo larga al madrileño y corta al checo. Otro que estrenaba su palmarés en las grandes Vueltas deshaciéndose en elogios para la organización por haberles invitado. Era el triunfo del jefe de filas de un equipo pequeño que ayer se hizo grande.

Por arriba, por la zona noble quedó la duda de las piernas de Nibali ante lo que se avecina y del trabajo sobrio de Purito y Valverde, más preocupados de momento en estar bien situados y de paso en enseñarle la rueda al italiano, ayer demasiado flaco. Los platos fuertes de la Vuelta se sirven al final. Aún están con los entrantes Nibali se le atragantó el desayuno. A Konig, no.

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