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El viacrucis de Melki

El bracista superó una larga y rara enfermedad y logró la mínima para Barcelona, pero la Federación Española no le incluyó en el equipo

Robert Álvarez
Melquiades Álvarez
Melquiades Álvarez

“Mis rivales se echaban las manos a la cabeza, se reían, me decían ‘¡pero cómo no te van a dejar ir al Mundial. Eso es imposible!’ Pero sí, era posible”. La peripecia de Melquiades Álvarez (Sevilla, 1988) es larga y desdichada, el cuento de nunca acabar de un nadador de élite que se pasó un año y medio con un brazo en ristre, con la mala suerte de que, entre medias, se jugaba su participación en los Juegos de Londres y el Mundial de Barcelona. Se ha perdido ambas citas.

La mayúscula frustración de Londres quedó pequeña comparada con la tragedia que supuso quedarse fuera del Mundial. Entre otras cosas porque dos meses y medio después del plazo dado por la Federación Española logró la mínima en los 200m braza, prueba en la que fue plusmarquista y subcampeón de Europa en piscina corta. Y la Federación tenía la potestad de repescarlo. Pero no lo hizo.

Durante meses, cuando se trasladaba desde Mataró hasta Sant Andreu para entrenarse, veía el skyline de Montjuïc, donde debía nadar la próxima semana. “Ahí tengo que estar, ahí tengo que estar”, se motivaba para sus adentros. La empresa no era fácil. Su calvario empezó en septiembre de 2011, con un dolor en el brazo derecho. Radiografías. Las sospechas habituales, una inflamación, una bursitis, un nervio pinzado. Nada. Electromiografías. Ahí ya observaron que la conductividad nerviosa no era normal. “En noviembre, no tenía brazo. Era como un dolor de muelas o una otitis”, compara. Siguió entrenándose, con los Juegos entre ceja y ceja. El dolor no remitía. Más pruebas isocinéticas. En el Open de Málaga, donde trataba de obtener la mínima para Londres, le ocurrió algo insólito. Mediada la prueba se le dormía la mano. “Se me cayó el mundo encima. Se me escapaba algo sobre lo que no tenía control. Me quedé en estado de shock. Entonces no conté lo que me había pasado. No quería excusas”, zanja. Llegaron los resultados de las pruebas médicas. No se trataba solo del nervio. Estaba afectada la masa muscular, empezaba a perderla. “En junio tenía un agujero en la espalda”.

El nadador no pudo obtener la marca en el plazo que exigían los directivos

Le enviaron al Centro de Alto Rendimiento, le derivaron a un especialista en compresión de hombros de Terrassa que suele tratar a los castellers y a músicos que sufren de distonía, un trastorno del sistema nervioso central. Ese especialista le envió a un fisioneurólogo en Bellevitge. Y allí sí, allí ya le diagnosticaron. “Me dijo: ‘tienes una enfermedad muy grave a nivel nervioso. Debes tener mucha paciencia. Restablecerse le lleva de uno a dos años a una persona normal. Es la primera vez que diagnosticamos esta enfermedad a un deportista”. Era el síndrome Parsonage-Turner, una neuritis del plexo braquial catalogada entre las enfermedades raras, de origen desconocido. Afecta a 1,6 de cada 100.000 personas.

Para más inri, Melki tenía que pagarse los gastos de los análisis porque no estaba en el Centro de Alto Rendimiento, sino en su club, el CN Sant Andreu. Harto, en junio de 2012 cogió por banda a los presidentes de la Federación Española y de la Catalana. A partir de entonces se normalizó su proceso de rehabilitación. Valoraron su situación y se consideró que podía conseguir la mínima para el Mundial, pero no en el plazo fijado por la Federación, en el Open de España que se disputó en marzo en Pontevedra. La mínima la obtuvo en el Ciutat de Barcelona, el 12 de junio. “Yo esperaba que al Mundial fueran cuantos más mejor. Vivo en Barcelona. Era mi ilusión. Pero me comunican que no. El director deportivo [José Antonio del Castillo] me dice que no es su decisión, sino de una comisión formada por cinco personas. Ni siquiera sé quiénes son. No sé quién me vetó. Me rendí”, se resigna Melki.

Ahora, barrunta la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, posiblemente a los Bolles de Jacksonville que dirige Sergi López, bronce olímpico en 1988, o bien a Miami. Alba, su novia, licenciada en relaciones laborales, tiene trabajo en Washington y eso le facilita los planes. Se ha propuesto no ver el Mundial. “He demostrado nivel para estar. En la final que gané en el Open de Barcelona había cinco finalistas de Londres”.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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