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¡Esto es la Vuelta!

Froome se impone por la mínima en la contrarreloj a Contador, Purito y Valverde, y siente el aliento de los españoles en los Alpes

Carlos Arribas
Froome, durante la contrarreloj
Froome, durante la contrarreloj JACKY NAEGELEN (REUTERS)

Antes de que anegaran el valle y sus pueblos, y su vida viva, para convertirlo en aguas muertas, uno de los lagos artificiales más grandes de Europa, la iglesia de Saint Michel dominaba el pueblo de Chorges, orgullosa sobre un montículo. Cuando terminaron de construir el dique que cerraba el paso al río Durance, y cuando estaban a punto de derribar la linda iglesia blanca, los ingenieros calcularon que por mucho que subieran las aguas nunca llegarían al nivel del montículo, y decidieron salvarla, convertida ahora en un pequeño islote, mínimo, con la ermita y su torre puntiaguda respirando por encima, y unos árboles, un pequeño milagro. Quizás así, a salvo del diluvio y las aguas tumultuosas, con la naricilla por encima, y también gran parte de la cabeza, se podría ver a Froome, rodeado pero aún superior (aunque no tan totalmente seguro como podría pensarse dada su ventaja en la general, 4m 34s sobre Contador, ya segundo, y dada su superioridad manifiesta en todos los terrenos, incluida la curiosa contrarreloj, ni montaña ni descenso ni nada, que ganó sin esperarlo).

Los que pugnaban por convertir el Tour de las 100 ediciones en el primer Tour señalado de su vida se enteraron al fin de lo que es bueno

La causa de su margen de inseguridad, que crecerá en los tres días alpinos que restan hasta París (Alpe d’Huez en doble ración el jueves; Madeleine y Glandon, viernes; Semnoz el sábado), podría encontrarse en el súbito cambio de paisaje sufrido por el Tour, donde el sol que quemaba ha sido sustituido por nubes oscuras que descargan al atardecer lluvia en gotas gordas (pero, este miércoles al menos, lo hicieron a lo grande después de que hubieran terminado de arriesgar los corredores sus espinazos por cuestas salvajes con bicis ingobernables, como si toda la energía eléctrica de la tormenta que se preparaba ruidosa se hubiera transformado en energía cinética para sus piernas finas), y donde el paisaje montañoso casi calcáreo de las tierras de Gap y sus alrededores se hubiera transformado en unos Pirineos de bolsillo (los de la vertiente española, claro) en los que bulliciosos los españoles hubieran encontrado oxígeno nuevo y piernas renovadas, lo que hasta ahora les faltaba para acompañar a lo que siempre les ha sobrado, su alma guerrera, generosa e inoxidable. Y tanto fue así la contrarreloj entre Embrun y Chorges (32 kilómetros con dos puertos de segunda empotrados en ella, dos ascensos y dos descensos, y bicis de todos los gustos, y cambios, montadas según la fantasía del mecánico de cada equipo: Contador salió con bici normal con acoples y rueda lenticular trasera para hasta subir los puertos, todo un invento, mientras que los demás salieron con bici normal más o menos tuneada y cambiaron a cabra para el último descenso) que si a cualquier aficionado al ciclismo se le enseñaran los cinco primeros puestos de la etapa (Froome, Contador, a 9s; Purito, a 10s; Kreuziger, a 23s y Valverde, a 30s) sin decirle de qué carrera se trataba, este habría exclamado: ¡Esto es la Vuelta! ¡Sin duda es la Vuelta! Porque allí estaban ellos, además del Kreuziger guadianesco al que la compañía de Contador ha transformado en checo seguro, los mismos que tanto juego dieron la última Vuelta: ¡el bullicioso trío hispano y el inglés al que sacaron los ojos!

Fuente: elaboración propia.
Fuente: elaboración propia.EL PAÍS

Y los otros, los que pugnaban por convertir el Tour de las 100 ediciones en el primer Tour señalado de su vida, se fueron volando, se enteraron al fin de lo que es bueno: los holandeses de los pólders, el gran Mollema (al que el esfuerzo agónico para el que está preparado le hace retorcerse sobre la bici como en sus años Escartín, y en el equipo, por eso, le cantan el Fernando de los Abba cuando le quieren tomar el pelo) y Ten Dam, que estuvieron al nivel que esperaban (pero no esperaban que el nivel saxo-español fuera tan alto); el gran Quintana, que pese a todo logró acabar sexto un contrarreloj de su primer Tour…

Y mientras duraba el ánimo caliente, antes de la cena y del frío análisis sin vino ni emociones sobre los perfiles y las tropas de lo que queda de carrera, las declaraciones de los ciclistas estuvieron a su altura. “Pero si esto no era una contrarreloj, esto era como una escapada”, dijo el feliz Purito, de habitual alérgico a las cabras y lo que las rodean y capaz de terminar a 10s de Froome, nada menos. Y este, el inglés, dijo que no pensaba que pudiera ganar porque se había reservado, no se había entregado a tope, y que le sorprendía tanto la victoria como se esperaba estos días ataques de españoles por todas partes. Y Contador dijo que tenía la rodilla hinchada y que seguiría intentándolo, pero que no había arriesgado.

Y lo queda puede ser menos de lo que figura en el libro de ruta, pues una corriente interna se mueve para que se suspenda, en caso de lluvia, el insólito descenso del primer Alpe d’Huez por un verdadero camino de cabras, a lo que Bjarne Riis, el director del Saxo, respondió que esto es el Tour, señores, no una excursión escolar, seguramente con el mismo tono de superhombre con el que Vincent Lavenu, el director del Ag2r, convenció a su ciclista Peraud de que saliera a compartir después de haberse roto la clavícula unas horas antes entrenando. El gesto le valió a Lavenu varias horas de publicidad televisiva intensa, con un comentarista llamando héroe al pobre pedalista, que, inseguro como aquel que llevaba el destornillador para apretarse los tronillos de la clavícula recién operada, volvió a caerse inevitablemente y acabó la prueba en coche.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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