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Cruce de caminos en Lieja

La reina de las Ardenas atrae ciclistas de todos los pelajes para clausurar la primavera de clásicas

Carlos Arribas
Alejandro Valverde, alza su brazo celebrando la victoria en la clásica de Lieja en 2008.
Alejandro Valverde, alza su brazo celebrando la victoria en la clásica de Lieja en 2008.AFP

En la cartografía ciclista de Bélgica, en Flandes y en Valonia, aparte de pavés y viento, hay muros, cuestas y cols entre bosques de abetos bordeando hermosos valles profundos, y cada uno de los elementos genera a su alrededor una carrera, una clásica de fin de semana de invierno y primavera, un ciclismo cada día diferente al anterior. Y unos ciclistas que en la fiesta de clausura, el día de la Lieja-Bastogne-Lieja, el último monumento de la primavera, se cruzan, unos de isa hacia las grandes vueltas (el Giro ya asoma su nariz), otros de vuelta hacia su madriguera de reposo. Es la ‘decana’ (nació en 1892: la 99ª edición se corre el domingo), una prueba abierta a ciclistas de todos los pelajes, sprinters, rodadores, escaladores, clasicómanos, hombres Tour, y un palmarés en el que se mezclan van Looy y Anquetil Merckx, que está en todas las salsas, e Hinault, Argentin, Bartoli, Jalabert, Andy Schleck y Valverde, así lo puede probar.

 El recorrido son 261,5 kilómetros por las colinas de las Ardenas, 10 cuestas y el col de la Haute-Levée, mucho polvo histórico y unas cuantas telarañas que la irreprimible evolución del ciclismo (una muestra: el desarrollo previsible y decepcionante de las últimas Amstel y Flecha Valona) amenaza con acrecentar: viejos nombres que solo suenan a pasado, como Stockeu (a 95 de meta) que hizo grande Merckx (y allí tiene su monumento el caníbal), la Haute-Levée (a 89) de la Lieja nevada de Hinault en el 80, La Redoute (a 39) que se convirtió en el trampolín de casi todos los ganadores… Lugares que cada vez pesan menos en el resultado de una carrera que cada año es más controlable por los juegos de equipos y parece decidirse cada vez más cerca de la meta (o con intercambio de cheques y favores entre los favoritos, como hace tres años, con Valverde como testigo derrotado, entre Vinokúrov, obsesionado con ganar el monumento tras cumplir su sanción por dopaje, y Kolobnev). O lugares que desaparecen, como la Roche-au-Faucons, tan querida por los hermanos Schleck, pues situada a solo 15 kilómetros de la última subida a Ans permitía desencadenar el ataque definitivo. Pero la Roche-au-Faucons está en obras y ha sido sustituida por una cuesta de carretera ancha y suave pendiente, nada que ver.

El ciclismo español, con su alergia a las clásicas,  no comenzó a descubrir la Lieja más que con el cambio de fechas de la ronda española

El ciclismo español, entre su alergia a las clásicas y sus malas fechas para los que pensaban en la Vuelta, no comenzó a descubrir con ganas la Lieja, tan próxima al espíritu de los escaladores, más que con el cambio de fechas de la ronda española, que pasó a septiembre en 1995. En 2000, David Etxebarria, el vizcaíno de Abadiño que ponía de los nervios a los especialistas pues esprintaba con las manos en la parte superior del manillar, logró el primer podio español (y repitió en 2001), al terminar segundo detrás de Paolo Bettini. Otro podio vizcaíno (el de Iban Mayo tras Hamilton en 2003), preludió la primera victoria, la de Alejandro Valverde en 2006. Repitió en 2008 y ahí se acabó todo.

 Liderados por el murciano, quien habla de una tercera Lieja con su gente, en 2013 el ciclismo español en la Lieja serán los ciclistas de siempre (los de los últimos años, todos treintañeros) contra sus rivales de toda la vida: Valverde, Purito (y su ayudante Moreno), Samuel (quien regresa tras tres semanas de reposo) y Contador, que quiere sentir el vértigo de la carrera, la necesidad de afirmarse en una clásica. Para todos ellos, Lieja es camino de paso hacia objetivos más queridos, el Giro para Samuel o el Tour para el otro trío. Y así es también para otros favoritos, como Nibali, el tiburón de Messina que llega con el tiempo justo después de apabullar en las montañas del Trentino al Wiggins traicionado por el cambio electrónico, y al que volverá a encontrarse en el Giro, o Froome, quien piensa en el Tour y pasa por Lieja para comprobar cómo han ido sus entrenamientos el último mes. No será así para Gilbert, el hombre del lugar y campeón del mundo, para quien, tras una triste primavera, la Lieja será un o todo o nada, o para Gerrans. Ni tampoco para los jóvenes que, salvando a Rolland, el escalador francés que llega también del Trentino, son tres y colombianos, Quintana, Henao y Betancur, y llegan con los ojos bien abiertos y el corazón acelerado, como aquellos aprendices que superan al maestro casi sin querer.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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