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Entre la empatía y la fascinación

David Millar, un ciclista redimido del dopaje y portavoz del pelotón para el asunto, reflexiona en Madrid sobre la confesión y la figura de Lance Armstrong

C. ARRIBAS
Fotografía obtenida del Twitter de Lance Armstrong, publicada en la red social por el ciclista el 10/11/2012
Fotografía obtenida del Twitter de Lance Armstrong, publicada en la red social por el ciclista el 10/11/2012EL PAÍS

Cuando cayó Lance Armstrong, hace unos meses, cuando el informe de la USADA deconstruía su mito, la reacción de los grandes del pelotón se movió entre el hastío y la fascinación por el personaje. El cansancio de Bradley Wiggins, ganador del último Tour, el británico que se dijo harto de tener que seguir arrastrando los pecados de sus viejos; la simpatía de Contador, Valverde o Samuel Sánchez, que más que los pecados del tejano lamentaron el trato humillante a que había sido sometido por las autoridades: condenado sin pruebas, decían, solo por la palabra de unos envidiosos que se habían hecho ricos gracias a él. Uno de los suyos, claro. Tan ágiles de tuit por otros motivos, ayer apenas se dejaron oír, cuando el reconocimiento de la mentira.

No hace tanto de aquello, pero ayer, en Madrid, en el ambiente de máxima expectación que se respiraba en el INEF, parecía cosa de la prehistoria. Nunca el antidopaje, un mundo gris y silencioso, había tenido tanto sex appeal. Aire de grandes tardes en el INEF, deportistas, federativos, chavales de futuro y hasta todo tipo de autoridades. Invitado por la Agencia Estatal Antidopaje (AEA), hablaba David Millar, hablaba de dopaje, claro, de su experiencia de redención, y lo hacía justamente, como si lo hubiera calculado, justamente unas horas después de que urbi et orbe, desde un hotel de Austin, Lance Armstrong hubiera iniciado el mismo camino.

A Millar, que quería ser como Miguel Indurain, Tony Rominger le dijo que no se podía ir a ninguna parte sin dopaje y, joven, ingenuo, idealista, como era se lanzó al lado oscuro sin hacerse preguntas. “Por entonces [comienzos del siglo XXI] tener un buen hematocrito gracias a la EPO era ser un buen profesional”, dijo Millar, en una declaración que hace eco, curiosamente, a uno de los argumentos de Armstrong, clavado en aquella época aún, el de que la ley permitía a todos elevarse artificialmente el oxígeno en la sangre siempre que no se pasara del límite del 50%. El argumento, también, de todo el pelotón entonces, que se escandalizaba de que se les llamara tramposos a sus componentes. “Pero una cosa es la legalidad y otra la ética. Todos nos decíamos que aquello era la cultura del ciclismo y no nos dábamos cuenta de que estaba mal. Del error nos sacó la policía. Solo la policía ha liquidado el dopaje”.

La policía le sacó de allí, al borde de la depresión, y tras una detención que fue como la caída del caballo de San Pablo camino de Damasco, y tras una sanción de dos años, Millar volvió al pelotón, converso y convencido, viejo e ingenuo e idealista dispuesto a trabajar para cambiar el mundo. Escribió un libro en el que se vació ante el mundo; se convirtió, en cierta manera, en el portavoz del pelotón para los asuntos del dopaje. “Soy la voz de los jóvenes, y me lo agradecen, pues a ninguno le gusta hablar de este tema”.

“Necesitamos otros 10 años para que la gente crea limpios a los campeones”, dijo Millar

Él habló y debatió en Madrid del tema, y de Armstrong, por supuesto. “Como yo, Armstrong ha hablado después de una investigación, cuando era inevitable, aunque nuestra brújula ética nos llevó a diferentes destinos”, dijo el escocés, de 36 años, quien se siente “mejor persona” por haber podido superar sus errores, que es en lo que consiste la redención. “Por Armstrong siento ahora empatía, no simpatía. Entiendo lo que le pasa, soy una persona compasiva. Le conozco bien y sé que lo estará pasando mal. Su vida no va a ser igual. Sus hijos, por ejemplo, iban al colegio antes siendo los hijos de un héroe; ahora son los hijos de un paria”.

Más que el pasado, más que Armstrong, a Millar le preocupa el futuro, la necesidad de que el nuevo edificio del ciclismo se construya sin olvidar lo que ha pasado en los últimos 20 años, la necesidad de que se sepa todo, de que todos los que quieran pasen por una comisión de verdad y reconciliación (y hasta Armstrong se mostró dispuesto a ello ante Oprah Winfrey, paso previo a la reducción de condena) que reescriba la historia. “No me sorprendió Armstrong ante Oprah, con quien interpretó un juego táctico. Dijo la verdad, aunque solo en parte, y eso está bien para empezar a cerrar la puerta al pasado, aunque no podrá evitar la tormenta de mierda que se le avecina”, dijo Millar. “Por desgracia, su legado es también que, por ejemplo, habiendo ganado este año limpios Hesjedal, Wiggins y Contador, Giro, Tour y Vuelta, tres limpios quizás por primera vez, mucha gente no se va a creer ese logro. Necesitamos otros 10 años para que la gente crea limpios a los campeones”.

Sobre la firma

C. ARRIBAS
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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