Año nuevo, mismo Balotelli
El delantero del Manchester City llega a las manos con su técnico, Mancini, otro incidente más de un jugador incontrolable
Una entrada a destiempo de Mario Balotelli sobre Scott Sinclair desencadenó otro episodio dantesco en el largo historial del controvertido delantero italiano del Manchester City, que esta vez se enzarzó con su entrenador, Roberto Mancini, quizá la persona que más haya hecho por comprenderle y ayudarle a atemperar su explosivo y excéntrico carácter. A Mancini no le gustó nada la entrada que Balotelli le hizo a Sinclair y el técnico no solo se lo recriminó, sino que, enfurecido, se fue a por su compatriota con la intención de hacerle abandonar el entrenamiento.
El preparador acabó por agarrar de la pechera a su pupilo, que le respondió y se negó a tomar el camino de los vestuarios. La mediación de miembros del cuerpo técnico del City y de algunos jugadores evitó que la enganchada acabara a puñetazos. A sus 22 años, SuperMario, cuando destapa sus mejores virtudes futbolísticas, o Locotelli, cuando se desata su indómito y extravagante pronto, ha tardado tres días de 2013 en protagonizar otra trastada de las suyas. Los incidentes le persiguen en una carrera que parece dirigir con la anarquía egocéntrica de una estrella de rock ensimismada en creer que el mundo funciona al son de sus biorritmos. Sobre esa tendencia a hacer y a decir lo que le viene en gana le había advertido recientemente el propio Mancini en una entrevista en La Gazetta dello Sport, en lo que parecía ser un ultimátum ante los rumores de un posible traspaso en este mercado invernal: “Creo que Mario se quedará, pero el futuro depende de él. Nuestra relación ha sido siempre buena, incluso en los días que hace alguna de las suyas. Le quiero por todo el tiempo que hemos estado juntos, le he visto crecer, pero la relación personal es distinta a lo profesional”.
Mancini dio a entender que ya no le pasaría una más a Balotelli, que su paciencia se había agotado
Mancini dio a entender que ya no le pasaría una más a Balotelli, que su paciencia se había agotado con un futbolista al que le había llegado la hora de decidir entre ser un profesional con condiciones de número uno o seguir siendo un showman histriónico allí donde se lo consientan. “Mario sabe lo que quiero de él, el tiempo de las charlas baratas se ha acabado. Le pido una mayor seriedad y compromiso, una vida privada más estable y un comportamiento correcto en el campo”.
Esa solicitud de Mancini, apuntando a todos los ámbitos, supondría el nacimiento íntegro de otro Balotelli. Una reinvención de un tipo capaz de prenderle fuego a su propia casa con fuegos artificiales, de ser confundido con un ladrón cuando días después fue a recoger de la vivienda electrodomésticos y un fajo de billetes, de ponerse la camiseta del Milan siendo jugador del Inter o de autoproclamarse el escudero de Messi —“solo es un poco mejor que yo”— o de tener que escuchar de boca de su compañero Tévez, ante su dificultad para envolver regalos navideños, una frase cargada de su cruda realidad: “¡Mario, boludo, usa la cabeza, con razón la gente dice que estás chiflado!”.
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