El equilibrio zen de San Andrés
El portero de Osasuna, adentrado en el budismo, compensó la temporada pasada el 8-0 del Camp Nou con un recital en Pamplona
Pocos trenes pasan por segunda vez en la vida. Bien lo sabe Andrés Fernández (Murcia, 1986), cuyo asentamiento en la portería de Osasuna tiene un origen rocambolesco. El curso pasado, tras defender antes el marco del Huesca y alzar el Trofeo Zamora en Segunda, un chasquido en la rodilla de su compañero Asier Riesgo le brindó una oportunidad de oro.
Aún frío, sin tiempo para ajustarse las manoplas y con el estruendoso aliento del estadio Calderón en el cogote, saltó al césped. “Sin miedo, como siempre”, detalla tras ejercitarse en Tajonar, colosal aquella mañana en la que negó el gol al Atlético y sedujo a su técnico, Mendilibar, decidido a dar relevo al veterano Ricardo. “Echo de menos a Riki. Era como un hermano mayor”, dice el meta, amo y señor ahora de las mallas de El Sadar. Un bloque de hielo al que su madre, ama de casa, introdujo a edad temprana en el mundo zen del budismo.
“Creo en la autorrealización. Es fundamental detenerse un rato para trabajar la mente y conocerse mejor. En los partidos se plantea una situación especial, con mucha tensión, y meditar te ayuda a relativizar las cosas y estar más concentrado”, explica Andrés, admirador de Ghandi y lector empedernido que devora los libros y estudia Informática en la Universidad cuando el fútbol le concede una tregua.
No así el exigente Mendilibar. “Transmite pundonor. En los entrenamientos no te deja respirar. Está encima. Te grita mucho. Para él, no existe la perfección. Pero luego afloja y llegan las recompensas", desliza San Andrés, como le apoda la parroquia navarra por su agilidad y sus reflejos.
Creo en la autorrealización. Es fundamental detenerse un rato para trabajar la mente y conocerse mejor Andrés Fernández, meta de Osasuna
Aguarda hoy al arsenal ofensivo del Barça con recelo tras su primera experiencia en el Camp Nou, un 8-0: “Primero pensé: ‘¡Qué malo soy!’. Después vino Valdés, me dio un abrazo y reflexioné. Hay que mirar siempre adelante”. No fue la única muestra de apoyo. “Luis Helguera, hermano de Iván y compañero en el Huesca, me mandó un sms que decía: ‘Los ciclistas, aunque parezca que no van a llegar a la cima, bajan la cabeza, siguen pedaleando y no se detienen’. Eso me llegó”, dice el cerrojo rojillo, que pudo redimirse en la vuelta con numerosas intervenciones, una sobre el bocinazo ante un testarazo de Cesc: “Nos tuvieron contra las cuerdas. Por suerte, salió bien”.
Desconfía sobremanera, no obstante, del Barça. “Con Vilanova conserva la base de Guardiola, el juego de toque. Llega en tromba”, explica a la vez que da la receta para plantar cara de nuevo al coloso; “lo importante es hacer lo que sabemos hacer: ser nosotros mismos. Apretar y apretar para ahogarle. Son nuestras siglas, las de Osasuna”.
Metódico, analítico a más no poder, rehúye el halago, por más que hoy sea uno de los bastiones de Osasuna. “Nunca debe haber nadie por encima de nadie. Los elogios son fugaces. Prefiero sacar partido a la crítica”, concluye.
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