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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Síntoma Del Bosque

Ahora es costumbre poner al seleccionador español como ejemplo de casi todo. Algunos lo han propuesto como presidente del Gobierno y alguna vez, como es marqués, le van a pedir que aspire al trono

Juan Cruz

Alguien le preguntó a Vicente del Bosque, después de su triunfo, por una imagen que hubo antes de que empezara el partido decisivo de la selección de España contra la selección de Italia en la Eurocopa. En esa imagen se veía al seleccionador hablando y riendo, con las largas manos metidas en los bolsillos de su pantalón gris. Relajado, risueño, parecía la estampa misma de la alegría (la alegría contenida: Del Bosque no se carcajea), y eso pareció dar confianza a los telespectadores.

 ¿Qué sentía usted en ese momento?, le preguntaron. ¿Estaba efectivamente relajado? El seleccionador respondió esto exactamente:

— Estaba muerto de miedo.

Como ahora es costumbre poner a Del Bosque como ejemplo de casi todo, e incluso algunos lo han propuesto como presidente del Gobierno si se terciara, y alguna vez, como es marqués, le van a pedir que aspire al trono, conviene detenerse en esa sintomática respuesta del hombre más famoso de España.

En primer lugar, no es común que los hombres públicos, puestos ante la tesitura de contar cuál es su estado de ánimo con respecto a un asunto grave, digan exactamente qué es lo que sienten por dentro. Los notables de cualquier ámbito suelen solemnizar lo obvio y ocultan en un manto de nubes lo que les pasa.

De ese modo, escritores, políticos, sacerdotes de mucha púrpura o jueces van dándole al remolino de su ego para terminar diciendo que ellos son seres superiores capaces de doblarle la mano a la realidad para salir sin heridas de cualquier batalla.

En esa misma conversación en la que Vicente del Bosque admitió que (como decimos en Canarias) antes del partido final estaba chijado de miedo, el seleccionador español describió la táctica que le enseñó a sus chicos para llegar al menos dignamente a la culminación del campeonato. Su teoría es la de las tres P: presión, profundidad, posesión. Podría haberse extendido, podría haber hecho un tratado, e incluso podía haber dado de sí el discurso del método Del Bosque, pero llegó a la síntesis. Muerto de miedo, pero asistido de un vocabulario que, en el curso de un partido, los jugadores degluten como un mantra. Y poseen, profundizan y presionan naturalmente, van derechamente a las cosas, que es lo que les hubiera dicho Azorín, que alguna vez era como Del Bosque, aunque por otros procedimientos.

Estaba muerto de miedo, pero tenía el librillo de las personas sencillas, que no dicen al oído frases de Shakespeare o de Schopenhauer para contar lo obvio, y que, como el sabio, no le da al fútbol otra trascendencia que la que tiene, que por lo que se ha visto ahora en las calles es tan grande que parece excesiva. Él sabe, esto también se lo escuché decir, que si Cesc no mete el primer gol o el último penalti, tanta celebración hubiera sido uñas teñidas de burla.

Y no era por eso por lo que estaba muerto de miedo, sino porque es una persona que ante un acontecimiento que puede afectarle (a él y a tantos, en este caso) siente, padece, suda, llora, hace lo que cualquiera hace. Y eso tan sencillo de decir muchas veces se calla porque tendemos a ser muy estúpidamente solemnes. Pues aprendamos de Del Bosque, ya que lo nombramos tanto. 

jcruz@elpais.es

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