Contra la melancolía, Cavendish
El jovial inglés gana su 21ª etapa en la ronda francesa en un ‘sprint’ en solitario frente a Greipel
Si se está por estar melancólico, un día de Tour puede ser demoledor, incluso uno como el de ayer, el de la brillante travesía de la plana Valonia de Este a Oeste, con sol. Fabio Baldato usa gafas de sol de espejo, muy italiano, que reflejan el día cóncavo y cuando recuerda que cuando tenía veintipocos años y debutó en el Tour, en 1995, él también, como Sagan el domingo, ganó la primera etapa, es como si pintara con su memoria un cuadro, pongamos que un Antonio López, en el que cada pincelada, cada punto de color, fuera una persona, un nombre. Y habla del paso del tiempo, y vuelve a pintar el mismo cuadro en los espejos de sus gafas, la misma Gran Vía quizás, pero no al amanecer, sino al anochecer.
Las pinceladas, las personas, siguen y parecen iguales, pero son distintas. A cada uno que deja de acudir al Tour de un año para otro le sustituye otro, y el color del ausente queda como una sombra. Hace años que dejaron el Tour el viejo Ferretti, que le dirigió a Baldato aquel 1995, y Echávarri, que dirigió aquel año a Indurain en su quinto Tour. Y este año ya no está Flecha, ni tampoco Bruyneel, que le ganó aquel año a Indurain en Lieja como Sagan a Cancellara, y luego dirigió a Armstrong siete Tours victoriosos, ni el médico Pedro Celaya, que se come las uñas viéndolo por la tele. Es el mismo paisaje, es diferente por el peso de los ausentes a los que nadie echará de menos llegado el día.
“Gané el día de mi debut, pero entonces no le di importancia porque había derrotado a los mismos a los que había ganado en otras carreras”, dice Baldato, sprinter inteligente. “Me di cuenta de lo que había hecho dos años más tarde, cuando volví a ganar una etapa en el Tour, la de París, y vi lo difícil que era repetir victoria”.
Mientras habla Baldato, que ahora es uno de los cientos de directores de la armada del BMC de Evans, pasa por su lado Sagan montado en una bicicleta de colores atómicos y toda una declaración de principios sintetizada en una palabra que cruza su barra: Tourminator. Una pincelada de color en el cuadro, otra. “Ya me habría gustado a mí tener la frialdad de Sagan, la claridad mental”, dice Baldato. “Pero, claro, a un italiano no se le puede pedir que sea frío como un eslovaco”. Ni tampoco a un español, como Freire, que apura sus etapas, que contempla el mundo detrás de unas gafas retromodernistas —“sofisticadas, ¿eh?”, dice orgulloso—, que sufre cada día la insolencia de los jóvenes —ayer Goss le tocó las narices—, tan pretenciosos, tan sobrados y peligrosos, como hace 10 años, cuando tenía 26 y ganó su primera etapa en el Tour, su impaciencia sufría ante los pesados de los viejos sprinters que no se apartaban a su paso.
Sagan, que solo tiene 22 años, aún no está para miradas melancólicas, y seguramente nunca lo estará, pues tiene toda la pinta de tardar menos de dos años en volver a ganar otra etapa del Tour. Ayer no le tocó, lo que no es extraño pues no es un sprinter puro, como los que reclamaba la etapa, tan llana. En un día que se pareció al anterior como una gota de agua a otra, o como un lunar a otro en el maillot de la montaña de Morkov, todos los días en la fuga, pero solo hasta 25 kilómetros de meta (no hubo caídas), el Tour tuvo la amabilidad de sacar de su chistera un magnífico remedio contra la melancolía y la seriedad de los favoritos de este año, los Wiggins y Evans tan concentrados en su importancia: el jovial Cavendish, que, hecho un adefesio de colorines —casco amarillo muy aerodinámico pero que parece una cofia de panadero, dorsal amarillo brillante, un arcoíris de campeón del mundo…—, se manejó con absoluta suficiencia y estilo para, sin apoyo de compañeros (todos para Wiggins), la barbilla en el tornillo que aprieta la tija del manillar, las manos bien bajas, desbordar al tenaz Greipel tan bien lanzado por su compañero Henderson. “Soy campeón del mundo y aún sin equipo lo he querido demostrar”, dijo Cavendish después de su 21ª victoria en cinco Tours —debutó en el de 2007, pero sin victorias—, antes de rendirse, no, él también, a la inevitable melancolía de la memoria. “Y ganar con el arcoíris es especial, el color que tantos campeones del pasado han llevado, el recuerdo”.
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