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España, enamorada de La Roja

El éxito llena de emoción a decenas de miles de personas en todas las ciudades

Seguidores españoles a las afueras del Bernabéu.
Seguidores españoles a las afueras del Bernabéu.ÁLVARO GARCÍA

A las más de 40.000 personas reunidas en los alrededores del estadio Santiago Bernabéu no les importó que lo que veían en una pantalla gigante, el gol de Silva, no se correspondiese con lo que oían, la narración de lo que había ocurrido 10 segundos antes. Mejor creer lo que se ve, así que poco importó que la voz llegase con retraso. Tocaba celebrar, que todo se perdona con euforia de por medio. Y un gol en una final bien vale olvidar el fallo técnico, criticado con silbidos minutos antes, coincidiendo con la primera ocasión de Xavi. Marcó Silva, una masa roja vibró y se olvidó de la tensión con la que había recibido el comienzo del partido y el final de una tarde de fiesta e impaciencia.

La agenda del campeón

Programa de hoy.

15.00. Llegada a Barajas.

17.00. Recepción en Zarzuela con el Rey.

19.00. Desfile en autobús por el centro: Princesa, Plaza de España, Gran Vía...

20.30. Fiesta en Cibeles.

Si no hay letra, bien vale un lololo, debieron pensar cuando sonó el himno nacional. Antes hubo poco respeto para el de Italia. Entre miles de voces abucheando el himno azzurro estaban las banderas italianas pintadas en las mejillas de Michele. Italiano jubilado de 62 años, lleva seis en España por su esposa, María Ángeles, de 60, a la que conoció hace 18 veranos en un viaje por Australia. Ya antes del partido no confiaba en que su selección cantase victoria. Menos aún después del gol de Jordi Alba, saludado, como lo fue también el cuarto y último, el de Mata, con una lluvia de confeti rojigualda. Michele dice que se alegra cuando gana España, que lleva en medio corazón. Pero no esta vez.

Mucho rojo y poco azzurro se veía en el exterior del estadio donde España logró la primera de las tres Eurocopas con las que cuenta: en 1964; la última, la lograda ayer, la ganó a varios miles de kilómetros de Madrid, pero los aficionados que se reunieron junto al estadio la sintieron muy cerca. Cosas del fútbol.

Antes de que la pelota rodase todo eran buenos presagios, pero con reservas. Italia traía consigo una acreditada historia de bestia negra. “No tenemos miedo de Italia. ¿A quién le vamos a tener miedo?”, sueltan a coro los miembros de una pandilla de madrileños. Pablo y Raúl, cara roja y amarilla, matizan: “Miedo no, respeto sí”. Y luego se desdicen, porque Pirlo, aclaran, “sí da miedo”. Habían conseguido un lugar en la primera fila; llegaron ocho horas antes de que comenzase el encuentro.

"No tenemos miedo de Italia. ¿A quién le vamos a tener miedo?”, decían dos madrileños

“Alcohol, alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos…”. Lo cantaba El Capitán Canalla, y eso que en el recinto estaba prohibido introducir bebidas alcohólicas. A los que el resultado les daba igual se quedaron fuera del cordón de seguridad policial. Decenas de personas se reunían en una calle aledaña alrededor del carrito de supermercado de Nacho y Miguel Ángel. El sistema de sonido casero que montaron en los pasados carnavales, con cinco altavoces, una batería y una radio les convertían en el centro del prepartido.

Hacían la competencia alternativa a Bisbal, aupado a icono musical de los éxitos de la selección desde que puso banda sonora al triunfo en el Mundial de 2010. Despachó su actuación en una canción; les supo a poco a Leonor y Ana María, madre e hija con fotos de su ídolo en el llavero incluido. La final les importaba poco, pero tan lleno estaba el recinto que tuvieron que quedarse a verla. “¡Sube la mano y grita gol!”, cantó Bisbal, y ellas pudieron darse por aludidas.

No hubo pantalla gigante en Barcelona, pero sí en ciudades del área metropolitana

Las concentraciones fueron múltiples y variopintas en las diferentes localidades españolas. A diferencia del despliegue en Madrid, no hubo pantallas gigantes en Barcelona, como sí ocurrió hace dos años, cuando la falda de Montjuïc se llenó hasta la bandera para ver coronarse campeona del mundo a la selección. Sí las hubo en localidades como Cornellà o L’Hospitalet del Llobregat, ciudad natal de Jordi Alba, uno de los héroes de la final, o en ciudades como Lleida y Tarragona.

También Badalona quería sumarse a la fiesta, pero el acto organizado por el Ayuntamiento tuvo que suspenderse con motivo de la incesante lluvia. Del mismo modo, se quedaron sin juerga en Leganés, pero por diferentes motivos: la pantalla en la que debía verse en partido se cayó durante su montaje por un fallo de los operarios durante su instalación.

En otras ciudades como Valencia, el pabellón de la Fuente de San Luis cambió el baloncesto por el fútbol y reunió a miles de aficionados que vibraron con una final que sintieron muy suya gracias a los goles de Silva, Alba y Mata, adorados y añorados en Mestalla.

Pero no había sentimiento de clubes, sino una inmensa felicidad por ver hacer historia a España en todas las ciudades.

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