La fiel España y la infiel Italia
La Roja convierte el ganar en un hecho natural y su rival se ha impuesto a la ortodoxia del ‘calcio’
“El fútbol no se puede enseñar porque lo impide la infidelidad de una sola pelota destinada a que jueguen 22”. Nadie como España ha desmentido el maravilloso aforismo de Dante Panzeri en su incunable El fútbol, dinámica de lo impensado. Fiel al balón, el equipo de Del Bosque ha logrado que le sea dócil, ya sea como principal arma defensiva —lleva 15 horas sin encajar un gol en las eliminatorias finales de un gran evento, el último se lo marcó Zidane en el Mundial de 2006— o como broche ofensivo. Porque esta España juega dos partidos en uno. Desde el inicio del torneo, la selección ha calcado sus actuaciones. Un largo trecho de control y gobierno, del discurso con la pelota al pie, y un tramo final con otra velocidad, la que introduce el entrenador con sus cambios, con el vértigo de Torres, Navas o Pedro. No es casual que cinco de sus nueve goles hayan llegado en la media hora final y solo dos (Torres ante Irlanda y Alonso frente a Francia) en el primer tiempo. La explosiva prórroga contra Portugal y los minutos finales ante Italia, subrayan esa quinta marcha del equipo, su sabiduría para domesticar los encuentros. Un dato elocuente: la media de internacionalidades de los titulares ante Italia fue de 70,9 partidos; la de su oponente, de 42.
Para llegar a esa calculada gestión de los partidos se precisa del juicio y cuajo de esta factoría de jugadores, fruto de su emancipación generacional, de un semillero de jóvenes que han convertido el ganar en un hecho natural, su linaje. Nada que ver con castas quijotescas precedentes. Estos jugadores son alemanes, han incubado las victorias desde el parvulario, desde sus podios en categorías inferiores. Como Pau Gasol, Rafa Nadal o Fernando Alonso.
La media de internacionalidades de los titulares ante Italia fue de 70,9 partidos; la de su oponente, de 42.
En Kiev, el pasado jueves, resultaba extraordinario comprobar en directo la campechanía con la que paseaban su agónico triunfo ante Portugal mientras disfrutaban con sus familias a la vista de los medios españoles, con total espontaneidad, como si hubieran llegado de un mero trámite administrativo. Es un equipo tutelado por la sencillez de Del Bosque, el mecenazgo de un jovial capitán como Iker Casillas o el apadrinamiento de un chico que podría pasar desapercibido en la Gran Vía como Xavi, cuya principal pasarela es una partida de futbolín en Terrassa. No es extraño, por tanto, que gente como Jordi Alba encaje a la primera, que Arbeloa no tirite ante Cristiano, que Pedrito se coma el mundo en cada rato de juego o que Sergio Ramos tenga la bendita y genial imprudencia de Curro Romero. En las fotos de la algarabía tras el acierto de Cesc en el último penalti ante los lusos, no hay casi nadie más felizmente alborotado que Reina, Valdés y Llorente, tres de los que, junto a Albiol y Mata, no han disputado un segundo. En este gremio no se conoce la vileza del suplente. Son mosqueteros. Ganar es un do de pecho general.
Con esa frescura, sin divismos, España ha impuesto su talento y ahora le queda el reto final, la cúspide que jamás en la historia ha conseguido ninguna selección. Enfrente, Italia, que siempre destila fútbol, más o menos vistoso, pero este deporte no se entendería sin el calcio. Ahí está la Italia sigilosa, la que nunca arranca con favoritismo, siempre sufriente, mordaz como pocas. Y esta Italia, la de Cesare Prandelli, tiene algo de contracultural. Con la eterna juventud de Buffon y Pirlo, la resurrección de Cassano y la niñería de Balotelli ha sido capaz de desterrar a Alemania con todo el merecimiento del mundo, sin racanerías, con grandeza. Italia ha cambiado el lenguaje, ya no es aquel equipo con un tendal defensivo. Hoy tiene dos direcciones y va muy bien en las dos. Hubo italias muy eficaces, pero esta cautiva. Prandelli ha españolizado el equipo con muchos jugadores que hasta esta Eurocopa no habían cogido vuelo. Una aventura maravillosa por intrépida, casi conspiradora para los ortodoxos del calcio. La infiel Italia también quiere rectificar a Panzeri.
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