Eduardo da Silva nació en Río de Janeiro y se crió en la barriada de Bangu, sede de la celebrada escuela de los Estados Unidos da Samba. Es un garoto [chico] mulato que va peinado con brillantina, a lo Didí. No le imaginamos leyendo misales en glagolítico, ni comiendo jamón de Dalmacia, ni mucho menos peregrinando a Medgujorje. Sin embargo, ayer celebró audiencia en la base de la selección croata, con el escudo a cuadros en el pecho, representante egregio de uno de los países más nacionalistas de Europa. Su manejo de la lengua croata es perfecto, aunque de vez en cuando sus cuerdas vocales emiten notas calientes, demasiado tropicales para ser de verdad balcánicas. La voz aterciopelada no le resta vehemencia a su afirmación cuando dice: “Yo me siento como un croata”.
Martin Taylor, un defensa de 100 kilos, jugador del Birmingham, le mandó al hospital conectado a una bombona de oxígeno. Le tuvieron que reconstruir la pierna
La patria de Eduardo son sus goles. Suma 23 con Croacia, cifra que le convierte en el segundo máximo anotador de esta selección por debajo de Davor Suker. Sin embargo, hasta ahora no había disputado un gran torneo internacional. En 2006, fue elegido mejor futbolista de la Liga croata pero el seleccionador no le convocó para el Mundial de Alemania. En 2008, logró la clasificación para el Europeo prácticamente él solo con 10 tantos en 12 partidos, pero se le cruzaron los tacos de Martin Taylor, un defensa de 100 kilos, jugador del Birmingham, que le mandó al hospital conectado a una bombona de oxígeno. Le tuvieron que reconstruir la pierna: tenía deshecha la tibia, el peroné, y el tobillo izquierdo, el instrumento de precisión con el que manejaba su pie de artista.
Cuando le lesionaron, Eduardo emergía como la figura ingeniosa, elegante y resolutiva que podía devolver al Arsenal a lo alto de la Premier. Su técnico, Arsène Wenger, emitió esa misma noche su veredicto: “La temporada se ha acabado para Eduardo... Mucho más que la temporada se ha acabado para Eduardo…”.
Eduardo se perdió la Eurocopa de 2008 y el Mundial de 2010. Nunca volvió a ser el mismo futbolista. Se mostró tímido en el campo, reticente al contacto con los defensas, inseguro. En 2010, fue traspasado al Shakhtar Donetsk, que le paga siete millones de euros brutos por temporada. Hasta ahora, no ha podido afirmarse en la titularidad ni en su club ni en la selección. Esta temporada disputó 224 minutos de Champions pero no hizo ningún gol.
“En este momento me encuentro como antes de la lesión”, aseguró ayer el delantero. “Pero tardé dos años en recuperarme. Me sentía distinto en el campo. Me faltaba sensibilidad y fuerza. Y me lesionaba cada dos o tres partidos. Tenía problemas musculares continuamente. Ahora mi cuerpo se ha adaptado totalmente al máximo nivel”.
Dice que su ídolo brasileño fue Romario. Su ídolo croata, Robert Prosinecki, y sus españoles más admirados Xavi e Iniesta
Bilic, el seleccionador croata, le hizo entrar en el minuto 89 contra Irlanda y en el 82 contra Italia. Es probable que mañana contra España disponga de más tiempo para intentar burlar a Casillas. Él asegura que pondrá en la empresa toda la pasión de la que es capaz un croata. “Llegué a Croacia en 2004, con 15 años, para ingresar en la cantera del Dinamo de Zagreb”, dice. “Viví allí durante nueve años y me convertí en un croata total. Llegué con mi talento desarrollado. Lo que aprendí en Zagreb fue el estilo europeo, el desarrollo físico, la velocidad, la potencia que dedican a las jugadas. Me hice un competidor experimentado”.
Eduardo ha tenido tan mala suerte que hasta le llamaron para el control antidopaje y tuvo que quedarse a dormir en Poznan, tras el partido con Italia, antes de regresar el viernes por la tarde a la base croata de Warka. “He jugado en varias posiciones”, recuerda, con el orgullo de quien se siente tan superior técnicamente que se ve capaz de adaptarse a cualquier función; “como centrodelantero, como segunda punta, como extremo derecho y como extremo izquierdo. Ahora tengo unas ganas terribles de jugar. Bilic me ha tenido mucha confianza, sobre todo para jugar detrás de los puntas”.
Dice que su ídolo brasileño fue Romario. Su ídolo croata, Robert Prosinecki, y sus españoles más admirados Xavi e Iniesta. “Son los más importantes de España”, observa, “porque ponen la tranquilidad, esa paciencia que es el estilo de juego de su selección”.
Eduardo defiende a la hinchada croata a pesar de los indicios de racismo y del plátano que alguien arrojó a Balotelli durante el Italia-Croacia. “Son una afición envidiable”, dice. “¿Quién puede asegurar que la banana vino de un corata? Al campo van aficionados de de todas partes. Había polacos, rusos, irlandeses, ingleses… No se sabe. Tampoco fue agradable. Espero que la próxima vez no ocurran estas cosas”.
El estadio de Poznan fue un crisol de naciones. Pero sólo uno en la multitud fue croata y de Bangu a un tiempo. Mañana en Gdansk, a sus 29 años, Eduardo da Silva se aferrará a los minutos que le den para tratar de volver a ser un grande.
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