Partidazo, el clásico más moderno
Holanda y Alemania vuelven a verse hoy las caras en un pulso que es infinito La final de 1974 fue el punto álgido de una rivalidad que desde entonces se ha exportado a otras Ligas
“Nos odian mucho más que nosotros a ellos”, suele ser la frase de cualquier futbolista alemán antes de toda rivalidad con Holanda, que nunca es mínima, como dijo ayer el defensa alemán Mats Hummels. No hay paréntesis entre ellos, y mucho menos cuando uno de los dos, en este caso la oranje, necesita imperiosamente la victoria. El duelo entre ambos está consagrado como el “clásico más moderno”. El duelo Cruyff-Beckenbauer no fue episódico: desde Koeman, que se limpió el culo con la camiseta del germano Thon, hasta Rijkaard, que escupió a la selvática melena de Rudi Völler.
La eterna final mundialista de 1974 fue el gran colofón al primer clásico moderno. Entonces, mucho más que un partido
Los historiadores del fútbol sitúan el epicentro de este esgrimista duelo en los años 70, más precisamente en el 7 de marzo de 1973, en los cuartos de final de la Copa de Europa de aquella edición. Con un tal Johan Cruyff al frente, el Ajax vapuleó al Bayern de Múnich por 4-0 en Ámsterdam, con el visionario rumano Stefan Kovacs en el banquillo y el alemán Udo Lattek, a punto de ser azulgrana, en la otra caseta. En la vuelta, ausente Cruyff, el equipo ajacied resistió en la capital bávara (2-1), donde Beckenbauer, Breitner, Müller y compañía tuvieron que aplazar una temporada su etapa dorada en el torneo. El Ajax conquistó su tercera Copa de Europa y comenzó, con Cruyff y Neeskens, el primer éxodo naranja. Una desbandada que dio paso a la hegemonía del Bayern en el mismo torneo en las tres temporadas siguientes. Unos y otros exportaron su rivalidad a otras Ligas: el Barça se hizo naranja hasta estas fechas, con Cruyff, Neeskens y Rinus Michels como pioneros, hasta Van Gaal y sus reizigers y bogardes, luego Rijkaard y hoy Afellay; el Madrid, partió con Netzer (Moënchengladbach, como Stielike y Heynckes) y Breitner, hasta desembocar en Özil y Khedira. España, donde Bernd Schuster hizo patria en los dos grandes, no fue una excepción. Su derbi germano-holandés de mediados de los 70 se reprodujo en el calcio a finales de los 80: los milanistas Rijkaard, Gullit y Van Basten frente a los interistas Matthäus, Brehme y Klinsmann. Un reto transfronterizo que todavía perdura.
La eterna final mundialista de 1974 fue el gran colofón al primer clásico moderno. Entonces, mucho más que un partido. “Ellos mataron a mi padre, hermana y dos hermanos”, declaró Willem van Hanegem, el cerebro del Feyenoord, poco antes de aquella cita, en referencia a la invasión nazi de mayo de 1940. Desde entonces, todo han sigo agravios para los holandeses, que se han tomado cada uno de sus 38 enredos oficiales con los teutones (14 victorias para Alemania y 10 para Holanda) como algo más que fútbol. Van Hanegem y sus compañeros cayeron en Múnich en julio de 1974 y pocos lo celebraron tanto como el futuro valencianista Rainer Bonhoff, otro de la escuela de Moënchengladbach, que nacido en Holanda (Doentinchen, en la frontera con los germanos) se crió en Emmerich, en el norte de Renania-Westfalia, y decidió alistarse con los alemanes. Cuatro veces se midió Bonhoff a los holandeses, y la primera en la final en la que Cruyff sucumbió ante Beckenbauer. También con Cruyff, cuando Alemania, que había conquistado la Eurocopa de 1972 y el Mundial de 1974, se disponía a pelear por la misma triple corona por la que ahora sueña España, en el gran reto de selecciones de 1976. Holanda tuvo que aplazar su venganza tras caer en la prórroga, expulsados Neeskens y el propio Van Hanegem, ante la Checoslovaquia de Panenka, que luego haría patinar a Alemania en la final.
La revancha se demoró hasta la Eurocopa de 1988, en cuyo tránsito Holanda apeó a la Alemania que entrenaba el káiser Beckenbauer. “Ganarles es algo más, es un tributo a la memoria de nuestros antepasados”, proclamó en las horas previas Van Breukelen, portero oranje. Al término del choque (2-1), Ronald Koeman, que había marcado, de penalti, el primer tanto holandés se intercambió la camiseta con uno de sus adversarios, Olaf Thon. El defensa naranja se dirigió a su hinchada y, ya descamisado, se limpió el trasero con ella. Años después, el exazulgrana pidió perdón. No fue el único incidente con eco universal entre unos y otros. En el Mundial de 1990, tras ser expulsados en el cruce de octavos, Rijkaard escupió hasta en dos ocasiones en la ensortijada cabellera de Völler. Y no fue el último incidente. El pulso entre ambos es infinito. Hoy, el penúltimo capítulo.
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