El Madrid saca brillo a sus estrellas
Mourinho reúne a su corte de ilustres para derrumbar a un Osasuna irreconocible (1-5).- Benzema abre el marcador con un gol espectacular y Cristiano e Higuaín lo cierran con sendos dobletes
Era de noche en Pamplona, pero había estrellas. Quizás acuciado el Madrid por el recurso a los suplentes, los generales tomaron el mando. Y Osasuna rindió armas con demasiada prontitud. Cristiano se dio un festín, no solo de goles (dos) sino de recursos, a veces cinematográficos, generalmente profundos, Higuaín ratificó su condición goleadora y Granero reclamó unos galones que al parecer nunca tendrá. Hasta Mourinho se permitió el truco de colocar al final del partido a Varane de pivote defensivo, quizás para que se advirtiera su presencia ante el polvo derramado abundantemente por sus estrellas.
OSASUNA, 1 - REAL MADRID, 5
Osasuna: Andrés Fernández; Roversio (Echaide, m. 80), Sergio, Miguel Flaño, Damiá; Puñal, Nekounam; Álvaro Cejudo (Lamah, m. 66), Raúl García, Loe (Lekic, m. 46); y Nino. No utilizados: Riesgo; Anunciatta, Lolo y Timor.
Real Madrid: Casillas; Arbeloa, Albiol, Sergio Ramos, Marcelo; Granero, Xabi; Benzema (Varane, m. 84), Özil (Di María, m. 80), Cristiano; e Higuaín (Coentrao, m. 78). No utilizados: Adán; Sahin, Kaká y Altintop.
Goles: 0-1. M. 6 Preciosa volea cruzada de Benzema. 0-2. M. 36. Zambombazo de Cristiano. 0-3. M. 39. Vaselina de Higuaín. 1-3. M. 47. Nino, de cabeza. 1-4. M. 69. Cristiano, de falta. 1-5. M. 76. Higuaín.
Árbitro: Muñiz Fernández. Amonestó a Sergio, Sergio Ramos (se pierde el próximo partido) Andrés Fernández. Expulsó a Mendibilibar (m. 10) y Lamah por doble amarilla.
Lleno en el Reyno de Navarra.
Con el paso del tiempo, El Sadar, aún Reyno de Navarra, ha acuñado su particular miedo escénico, su mística guerrera, su indesmayable carácter. Todas sus virtudes teatrales, que anunciaban una prueba de esfuerzo del Madrid, se derrumbaron en apenas seis minutos, cuando Benzema empalmó un centro de Cristiano, que ni siquiera necesitó quitarse de encima a Roversio, un central desubicado al lateral derecho, para poner el balón donde quería. Fue como si un par de arqueros hubieran derribado con dos flechas, a lo Robin Hood, pero más adinerados, a todos los guerreros del rey. Era el gol que necesitaba para serenar una presunta batalla que no se produjo contra un oponente que no existió en su fiereza prevista.
Mourinho eligió a los tiradores más precisos. Sería por las bajas de sus leales escuderos, más guerrilleros que finos, sería que ante un león vale más la red que la espada, el técnico apostó por sus más acreditados futbolistas, Granero incluido, para meterle tacto al partido. Si, presuntamente Osasuna, quería porfiar, el Madrid quería disfrutar con el balón, manejarlo como su principal arma, como el mejor despiste.
Y Osasuna se lo permitió. O no supo evitarlo en la primera mitad. Desarmado en el centro del campo, con futbolistas de pocos recursos, no siempre bien colocados (Raúl García era una sombra de sí mismo), el Madrid manejó las marchas a su antojo, acelerando y frenando, sin sufrir, conduciendo por puro placer. El mismo que sintió Cristiano cuando se decidió a disparar desde unos 30 metros y poner el balón entre el poste y la manopla de Andrés Fernández. Fue el gol de un genio tranquilo que sale de la lámpara a ver qué hay sin que nadie le frote. Higuaín, un tanto desconsolado, encontró su premio en un pase inteligente de Granero que el argentino volteó por encima del portero.
El Madrid había marcado desde todos los sitios. Empezó por la derecha (Benzema), siguió por la izquierda (Cristiano) y terminó por el centro (Higuaín). Una cuestión de repertorio. Una cita con las estrellas que está vez decidieron protagonizar una película muy cómoda. Tanta fue el ansia que tenían que hasta Cristiano, en su afán de marcar derribó a Higuaín que se había fabricado un quiebro e iba a disparar a puerta vacía. Hasta en eso reclamó protagonismo el portugués convertido en esa acción en el último defensa de Osasuna, quizás en el mejor defensa.
El partido nació tenso, pero murió pronto. Y no fue por hipertensión aguda. Fue más un debilitamiento progresivo, que apenas tuvo un atisbo de resurrección cuando Nino cabeceó, sí, cabeceó, un centro de Cejudo y puso el 1-3. Volvía la mística de Osasuna, el sueño de una noche de primavera. Pero los sueños, sueños son y el gol del almeriense fue un leve ronquido en la placida siesta. Al menos él, consiguió el objetivo que al parecer le faltaba: marcar al Madrid. Hasta las derrotas severas tienen su momento de ternura.
Cuesta abajo, el Madrid se gustó, disfrutó, protegido por Xabi Alonso, propulsado por Granero, el único futbolista del Madrid al que su calidad no le alcanza para el reconocimiento que se merece. Parece condenado a ser una estrella fugaz por decisión técnica.
Los goles cayeron porque un defensa desvió una falta de Cristiano —el primer gol de falta del portugués en Liga este curso— y porque ningún defensa osasunista se acordó de Higuaín —un desconocido— para cabecear en el área pequeña. Y no cayeron más por la falta de aplicación de Coentrão. Y porque el castillo estaba ya tomado hacía mucho tiempo y dentro se vivía una placida fiesta. En verdad, El Sadar no parecía El Sadar. El Madrid lo cerró a cal y canto.
Órdago a los españoles
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