El derecho a la gloria
En la misma temporada del cese del terrorismo de ETA, el Athletic de Bielsa contribuye a recuperar la autoestima vasca
“Dentro de 50 años se hablará de nosotros y nos harán entrevistas”, dijo el capitán del Athletic, Andoni Iraola, a sus compañeros en el vestuario de Old Trafford tras la victoria frente al Manchester United. Evocaba con ello el reconocimiento que, en forma de entrevistas en la prensa local, hubo en vísperas del partido para los supervivientes del Athletic que en 1957 disputó con ese equipo inglés el pase a los cuartos de final de la Copa de Europa: Carmelo, Mauri, Etura, Artetxe, Merodio, Uribe y Maguregui, todos los cuales, excepto este último por enfermedad, estuvieron en el palco de San Mamés en el partido de vuelta del pasado jueves.
Las palabras de Iraola expresan una nostalgia anticipada del recuerdo que quedará de lo que hoy es presente. De tanto buscar consuelo en un pasado glorioso (pero brumoso), los seguidores del Athletic se habían quedado sin presente y sin futuro. Los niños de Bilbao han visto estos días las fotos del famoso partido de la nieve de hace 55 años, del que tal vez habían oído hablar a sus padres o abuelos, pero que estaban tentados de considerar perteneciente al género legendario más que al histórico. La eliminatoria que acaban de superar los de San Mamés, y precisamente por el tanteo global de 5-3, el mismo resultado de aquel mítico partido, ha devuelto credibilidad a lo que habían oído: que hubo un tiempo en que el Athletic había marcado cinco goles al Manchester.
Muchos aficionados veteranos estaban convencidos de que ya nunca verían a su equipo no ya derrotar a rivales poderosos (algo que siempre puede ocurrir por mera estadística), sino hacerlo con la grandeza con que lo ha hecho ahora. El derecho a la grandeza (la expresión es de Jorge Valdano) de clubes como el Athletic estaba hipotecado por las consecuencias que para la política de cultivo de la cantera ha tenido la sentencia Bosman, de 1995, que abolía la posibilidad de retención de jugadores. El director deportivo del Athletic, José María Amorrortu, declaró tras la superación de la eliminatoria que era “un espaldarazo” a la filosofía del club.
Para conservarla, el Athletic ha tenido que ir adaptándose a los cambios producidos en la estructura del fútbol. Primero, tras su conversión en un deporte de masas, ampliando el ámbito de captación de jugadores, antes reducido a los sportmen de la burguesía bilbaína, a los barrios y pueblos de la margen izquierda del Nervión: lo que se llamó “jugadores de alpargata”; luego, en la década de los treinta del siglo pasado, aceptando, tras años de resistencia, el profesionalismo a fin de contener el éxodo de algunos de los mejores jugadores vascos.
En tiempos recientes, a las consecuencias de la sentencia Bosman se han unido los efectos de la globalización, sobre todo a través de la televisión, principal fuente de financiación de los clubes, pero que ha acentuado la desigualdad de oportunidades: Madrid y Barça (desde la aplicación de esa sentencia han ganado 12 de las 15 Ligas disputadas) han dispuesto en los últimos años, gracias a los contratos televisivos, de presupuestos de entre 400 y 500 millones de euros, unas 10 veces mayores que los de la media del resto de los equipos.
Este factor explica la paradoja de que el Barça de Pep Guardiola sea en gran medida un equipo de cantera y, sin embargo, apenas se vea afectado por la famosa sentencia. Sus ingresos le permiten retener a los jugadores criados en La Masia cuando se convierten en figuras.
Algo que es más difícil para equipos como el Athletic. En la transmisión del 2-1 del jueves pasado en San Mamés, el exdefensa internacional Rafa Alkorta comentó: “Lo malo es que esto lo está viendo media Europa y no tardarán en querer llevarse a los mejores jugadores”. Ante la imposibilidad de competir en el terreno monetario, Amorrortu apela en sus negociaciones con los futbolistas pendientes de la renovación del contrato al sentimiento: lo que significa jugar en el Athletic y, ahora mismo, lo que supone ganarse el derecho a ser recordados dentro de 50 años.
Una de las adaptaciones necesarias tiene que ver con las prioridades en el gasto. La idea de que el Athletic debía destinar sus ingresos antes a la contratación del “mejor entrenador del mundo” que a recuperar jugadores vascos emigrados fue considerada una bilbaínada y en parte lo era. Pero es más o menos lo que se ha hecho con el fichaje de Marcelo Bielsa y hoy pocos dudan del acierto de la decisión. Sin restar mérito a sus predecesores, el actual entrenador ha sabido ver que había en la plantilla que se encontró jugadores de gran clase y de inculcarles mentalidad de ganadores: sin concesiones a la resignación, pero tampoco a la complacencia. Nada más entrar en el eufórico vestuario de Old Trafford, esto es lo primero que dijo a los que acababan de derrotar al Manchester: “Esta victoria solo será importante si superamos la eliminatoria tras el partido de vuelta. Conozco al Manchester y sé que va a pelear a muerte por pasar. Va a ser un partido mucho más difícil que el de hoy”.
La adaptación ha llegado también al estilo de juego. Partiendo de la intensidad característica, pero ahora no solo en San Mamés, y de esa forma peculiar de desplegarse al ataque en oleadas, Bielsa ha conseguido que los jugadores redescubran algo que los escoceses del Queen’s Park averiguaron a fines del siglo XIX: la idea revolucionaria de que la distancia más corta hasta la portería contraria puede no ser la línea recta, sino la quebrada; es decir, la combinación: tocar y salir, buscando el desmarque. Nadie podrá alegar que es un sistema demasiado lento de llegada cuando entre los dos partidos de la eliminatoria con el Manchester el Athletic ha disparado 46 veces a puerta frente a 18 el contrario.
Otra cosa que la eliminatoria ha dejado para el recuerdo son varios emocionantes detalles de deportividad, como la ovación de San Mamés al veterano Giggs al ser sustituido o los aplausos al gol de Rooney en las postrimerías del encuentro o a la hinchada visitante al final. Emocionante porque suponen un soplo de aire fresco frente al sectarismo dominante en las relaciones políticas, mediáticas, territoriales o deportivas.
Pero quedan sobre todo dos imágenes que resumen el significado de la rebelión contra la resignación que encarna el Athletic de Bielsa. La primera, el gol de Muniain en Old Trafford. Cuando arranca a correr, pese a que a mitad de camino entre el balón y él está el defensa Rafael, lo hace con tal convicción que el otro se le queda mirando asombrado y solo alcanza a ver cómo el delantero, de 19 años, se la cuela por arriba al portero. La segunda es la de la foto de Santos Cirilo publicada el pasado viernes en este periódico. Llorente acaba de batir de un voleón tremendo a De Gea y levanta los brazos en aspa con el benjamín Muniain encaramado sobre sus hombros mientras los dos especialistas en el último pase, De Marcos y Susaeta, extienden sus brazos en torno al goleador no se sabe si para protegerle de algo o para evitar que se lo lleve algún club con un millonario presidente ruso al frente. Una foto que viene a sustituir, o a actualizar, como alegoría de la victoria, a la tantas veces evocada de Gainza, con su perfil de león, levantando la copa de 1956 que acababa de ganar el Athletic en aquella temporada en que también ganó la Liga. El tiempo dirá si esas dos imágenes de la eliminatoria contra el Manchester, en la misma temporada en que se ha producido el fin del terrorismo que ha quitado o amargado la vida de tantas personas, contribuyen a devolver a los vizcaínos y a los vascos en general la autoestima que casi dábamos por irrecuperable.
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