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La revolución chipriota

El Apoel doblega al Lyon en la rueda de los penaltis y logra un histórico pase a los cuartos

Jordi Quixano
Lisandro, delantero del Olympique de Lyon, pelea el cuero con Poursaitides.
Lisandro, delantero del Olympique de Lyon, pelea el cuero con Poursaitides.Petros karadijas (AP)

El Apoel venció en la rueda de los penaltis y puso a Chipre en el mapa futbolístico, guillotina para un Lyon inerte y sin fútbol, pase milagroso e histórico a los cuartos en la Champions.

El efecto acordeón del Apoel resultó de nuevo tremendo, sobre todo porque supo cuándo estirarse, cuándo lanzar el contragolpe para desnudar al Lyon, equipo de pega porque su sala de máquinas fue un auténtico chisgarabís. Más que nada porque en el eje juegan dos y nadie más, porque los delanteros se hacen los remolones en la fase defensiva y porque los zagueros, expuestos y sin coberturas, reculan hasta anudarse con el portero. Equipo roto; edén para el Apoel y su látigo, por más que las leyes futbolísticas, físicas o mnemotécnicas sugirieran lo contrario antes del duelo, con el Lyon incrustado entre los habituales de Europa y con el Apoel empeñado en situar Chipre en el mapa balompédico. Acabó por lograrlo.

APOEL, 1 - O. LYON, 0

Apoel: Chiotis; Poursaitides, Oliveira, Paulo Jorge, Boaventura; Nuno Morãis, Hélder Sousa (Alexandrou, m. 94); Charalambides (Marcinho, m. 77), Aílton, Manduca; y Solari (Trickovski, m. 74). No utilizados: Urko Pardo; Kaká, Satsias y Solomou.

O. Lyon: Lloris; Réveillère, Koné, Cris, Cissokho; Gonalons, Källström, Briand (Lacazette, m. 100), Ederson (Gomis, m. 74), Bastos; y Lisandro. No utilizados: Vercoutre; Lovren, Dabo, Fofana y Grenier.

Goles: 1-0. M. 9. Manduca empuja un centro de Charalambides.

Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Manduca, Solari, Bastos, Aílton, Boaventura, Gonalons. Doble tarjeta amarilla para Manduca (m. 115).

GSP Stadium. 20.000 espectadores. El Apoel ganó en la tanda de los penaltis (4-3).

El impulso inicial del Apoel, por fiero y desatado, por irreflexivo y sugerente, fue capital para desajustar al contrincante, ataviado con pantuflas y no con botas, dormido porque entendió que el caché validaba su superioridad y, hasta cierto punto, desidia. Se equivocó el Lyon, incapaz de contener las oleadas rivales, con Solari como boya y referencia, delantero infatigable para codearse con cualquiera y perseguir el hueco definitivo, con Charalambides como aguijón, estupendo en el desmarque y en la lectura del juego, además de en el primer regate. La clave, en cualquier caso y perenne durante todo el duelo, se generó en la medular, donde el Lyon no atina a conjugar el balón —Gonalons actúa de eje pero tiene alma de central— ni a robarlo, porque Källström siempre prefirió el toque a la carrera.

Con tiempo y huecos para tocar en campo ajeno, el Apoel explicó una versión desconocida en la Champions, dominador y con una capacidad excelente para romper desde la segunda línea. Como esa de Aílton que solo Koné, en su propio error, acertó a corregir, pero que en el despeje originó el hueco y el pasillo para la carrera de Charalambides, que pisó área, centró al segundo palo y asistió al oportunista Manduca, que envió el cuero a la red. Mundo al revés; gol de valientes; escenario inesperado.

Pero la diana anestesió en parte la voluntad del Apoel, como si hubiera cumplido el expediente, ya solo pendientes de la contra. Ese es el papel que le sienta como un guante y que tanto le incomodó al Lyon, estéril en la confección, con Bastos anulado, Briand anónimo y Lisandro abrumado por la responsabilidad de un gol que no se cobró. Solo Ederson, en una falta lateral envenenada, a punto estuvo de sorprender. Un aviso lejano, poco para hacer tambalear la primaria y efectiva propuesta del Apoel.

Poco más se supo del OL, definido por disparos kilométricos y desatinados (Gomis, Källström y Lisandro), desfigurado porque ni en sus pesadillas se imaginó tal competitividad. Hasta se creyó superior el Apoel, que se alió con una jugada a balón parado que Cissokho remató a propia puerta con la fortuna de que el balón peinó el larguero por arriba. A Jovanovic, sin embargo, le pudo el vértigo con la prórroga y quitó del tapete a Solari —así nadie aguantó el cuero arriba y el Apoel jugó 30 metros más atrás— y a Charalambides, el desequilibrio. Menos control, más contragolpe y un arreón sofocado del Lyon. Tocaba la rueda de los penaltis. Chiotis, inseguro durante el duelo, cambió de versión en las penas máximas y detuvo los lanzamientos de Lacasette y Bastos. Suficiente para que el Apoel prolongara el sueño, la revolución chipriora en Europa.

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