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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cerebro de los capitanes piratas

Popovich y Thibodeau usaron el All Star para dar descanso a sus jugadores y flagelar a los de los de su adversario

Tim Duncan y Tony Parker, en un paratido con los Spurs.
Tim Duncan y Tony Parker, en un paratido con los Spurs.DARREN ABATE (AP)

Si utilizáramos una paleta de colores, la primera mitad de la temporada de la NBA de este año sería blanca, con todos los colores del espectro mezclados de tal manera que resulta imposible distinguir uno de los demás.

El ritmo de vértigo, combinado con la expectación contenida y las oportunidades para estrellas insospechadas (Jeremy Lin, Ricky Rubio, todos los Pacers de Indiana y los Sixers de Filadelfia) hicieron que tratar de procesar todo lo que estaba sucediendo fuera tan difícil como mirar fijamente al sol.

Si la primera mitad de esta temporada de la NBA era blanca, la segunda mitad será negra y estará definida por las ausencias. El equipo que gane el campeonato de este año será el que evite esas ausencias: las lesiones, los soponcios de finales de marzo, una catastrófica derrota en casa o dos en la primera ronda de las eliminatorias.

Entre toda la neblina de la primera mitad del año, hemos podido apreciar una cosa que destacaba, los cuatro equipos que están mejor situados para huir de las tinieblas: los Bulls, los Heat, los Spurs y los Thunder. Entre estos cuatro, los Heat y los Thunder son probablemente los que más talento tienen. En un año normal, esto bastaría para llevar rápidamente a estos equipos a la final. Como le gusta decir a Alvin Gentry, de los Suns de Phoenix, la mayoría de las veces los partidos de la NBA los gana el equipo con el talento. Pero este no es un año normal. Es un año hecho para poner de manifiesto las deficiencias técnicas. O, más bien, las eficiencias técnicas. Es posible que el entrenador sea lo que saque a un equipo de las tinieblas y lo guíe hasta la luz.

A decir de todos, Erik Spoelstra y Scott Brooks son bastante buenos como entrenadores y como seres humanos. Pero ninguno de los dos tiene la clase de cerebro que la genética ha otorgado a Gregg Popovich y Tom Thibodeau, dos hombres que inspiran confianza tan automáticamente como unos curtidos capitanes piratas. Y, como refuerzo de esta capacidad innata para el liderazgo, ambos tienen un buen coco táctico. Dos días antes de la pausa del All Star, Popovich dejó descansar a Tim Duncan y Tony Parker a pesar de poner en peligro la racha ganadora más larga de este año. Durante el partido del All Star, Thibodeau, técnico del Este, mantuvo a sus Bulls fuera de la refriega (Luol Deng jugó seis minutos; Derrick Rose, 18) al tiempo que flagelaba a los jugadores de su principal adversario como si fueran mulas alquiladas (Dwyane Wade, 33 minutos; LeBron James, 32; Chris Bosh, 20).

A lo mejor estas maniobras no parecen obra de un genio. A ustedes y a mí se nos podría haber ocurrido lo mismo.

Pero, en una temporada en la que toda la presión recae en el entrenador, unas cuantas maniobras sencillas como estas podrían bastar para dar a San Antonio y Chicago las mayores probabilidades de cambiar las tinieblas de la segunda mitad por la luz cegadora de un título de la NBA.

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