¿Y si gana la Vuelta un keniano?
En 1951, el argelino Zaaf, fue farolillo rojo del Tour; 60 años después, Froome aspira a ganar la ronda española
A Christopher Froome no le extrañan las carambolas. Para él la vida es una aventura constante desde que nació en Nairobi (Kenia) hace 26 años Quizás por eso, quería ser ciclista, por la aventura que supone ese ir y venir diario de las grandes Vueltas y esos cambios inevitables de ángel a diablo con un par de cuestas de por medio. De no haber sido por su origen, Froome hubiera pasado desapercibido en el pelotón ciclista internacional, con una victoria en el Tour del Cabo, antes de que el cazatalentos Claudio Corti lo fichara para el Barlowordl. Froome no era nadie, un espigado ciclista de ojos azules que ahora, sin embargo, tiene la posibilidad de ganar la Vuelta Ciclista a España, a 20 segundos del líder Cobo, y quizás ya sin la tarea de ayudar a su líder Wiggins, a 46s, pero con peores impresiones tras el Angliru. En una Vuelta tan global, tan democrática, tan abierta, ¿puede un keniano ganar la carrera? Puede. Está en ello. La distancia que separa Cabezón de la Sal, donde nació el líder, y Nairobi, donde nació su perseguidor, es enorme, pero en la carrera están a 20 segundos. Hasta ahora solo un africano pasó a la historia, el argelino Abdel-Kader Zaaf, por ser farolillo rojo del Tour en 1951. Los tiempos cambian.
A Froome siempre le ha tirado España. Le llama la atención su mestizaje cultural (él, que ha vivido en cinco países) y su espíritu festivo. Ahora, ha conocido también sus montañas, que tanto le inquietaban. Una, el Angliru, le dio el espaldarazo final. Allí hizo de niñera de un dolorido Wiggins, hasta que el niño le dijo que se fuera para adelante, visto que sus piernas no daban para más. Fue como darle el liderato del equipo tras las magníficas exhibiciones realizadas en la montaña en auxilio de su jefe. En el Angliru, el gregario se acabó quitando el buzo y poniéndose una corbata. Wiggins le había atado en corto cuando en Salamanca el keniano blanco, de nacionalidad inglesa, hijo de diplomática en Irak, con hermanos contables, se enfundó el maillot rojo de líder de la Vuelta: "Las ideas están claras en el equipo. Froome sabe que venía para ayudarme", dijo Bradley, exhibiendo sus galones en el Sky.
Ahora no está tan claro. No es tanto la distancia sobre Cobo lo que le ha dado un nuevo impulso, sino las sensaciones que Froome ha transmitido en esta Vuelta, donde ha confirmado lo que Corti, su cazador, esperaba: un buen contrarrelojista y un buen escalador. Ahora le quedan dos etapas para asaltar el maillot definitivamente. Peña Cabarga, con final en alto, y Bilbao, una etapa enrevesada y propicia a las emboscadas.
En el fondo el keniano que descubrió la bici a partir de un medio de transporte, está a una bonificación del liderato. La duda es si Wiggins le dará rienda suelta o le seguirá sujetando como lazarillo en las subidas que restan. Froome calla. Está feliz por haber superado una infección parasitaria, esquistosomiasis, que ataca a los glóbulos rojos, y por "haber aprendido a ser más regular y no tan descuidado con mi energía", afirmaba en Salamanca cuando se puso de líder. De todos los que están detrás de Cobo es el único que nunca ha fallado. El enamorado de las montañas españoles acaricia su luna de miel.
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