Una noche de instantes únicos
La final de las vallas fue lo más espectacular, pero no lo único en una gran sesión de atletismo
El atletismo, una vez, es la perfección en la ejecución de un gesto después de miles de repeticiones, de miles de entrenamientos. Unos cuantos gestos llenaron la noche de Daegu, y no solo los de la final de los 110 metros vallas.
Fue el gesto técnico, perfecto, de estudioso de la parábola, casi físico nuclear, Koji Murofushi con el martillo, conjugando la violencia con el tacto, la adrenalina con el swing. Así consiguió el japonés, un místico de su aparato, desde su nube de inspiración, su primer oro mundial, siete años después de su victoria olímpica. En el gesto generoso de la lanzadora de peso neozelandesa Valerie Adams, quien en su sexto intento, y ya asegurada su tercera medalla de oro consecutiva (más una olímpica), regaló al público como despedida un lanzamiento de 21,24 metros, lo más largo que ha lanzado una mujer desde hace más de 10 años, una distancia que igualaba el récord de los campeonatos establecido por Natalya Lisovskaya en 1987, en los tiempos en los que los anabolizantes se consumían como el agua.
Fue la sonrisa forzada de Allyson Felix, hija de pastor educada para mostrarse feliz en los malos momentos, generosa en la derrota, a quien la atleta de Botsuana Amantle Montsho acababa de romperle el sueño de un doblete nunca alcanzado en un Mundial por una mujer de 200 y 400 metros. Todos los intentos de doblar título doblando distancia han quedado abortados de salida en la ingrata Daegu. El de Bolt (100-200), el de Mo Farah (5.000-10.000), el de Felix, cuya ambición quedó rota prácticamente a los 150 metros de la carrera de 400, cuando tras una carrera impresionante, ágil, alada, por la calle tres que le llevó a comerle la compensación a la africana (cuatro), pura potencia y determinación, vio como esta se recuperaba y entraba por delante de ella en la última recta, 100 metros de agonía con viento de cara para dos que se negaban a perder y en los que Felix recortó centímetro a centímetro la ventaja de Montsho hasta quedarse a nada, tres centésimas, pero segunda. La lucha llevó a ambas a mejorar sus respectivas marcas personales: 49,56s para Montsho, 49,59s para la californiana.
Fue la rebeldía y la determinación de dos pertiguistas jóvenes con los que nadie contaba, un polaco de 22 años llamado Pawel Wojciechowski, y un cubado de 25, Lázaro Borges, capaces de pelear contra lo establecido, de acogotar al gran favorito, el francés Lavillenie, quien tras un concurso inmaculado -ni un nulo hasta franquear 5,85m- se desesperó ante la resistencia feroz de ambos y fue incapaz de superar los 5,90m. Mientras el polaco, finalmente ganador por menor número de nulos, fue capaz de salvar con éxito la jugada arriesgada de pasar de intentar 5,85m tras un primer nulo, el cubano, que llegaba con una mejor marca de 5,75m, fue capaz en la final de batir dos veces el récord de su país y elevarse hasta los 5,90m que le dieron la plata. Hasta hace nada, Borges, que solo mide 1,78 metros y se entrena en Navarra, era un marginado en su país, que no lo admitía en su selección. Tenía una sola pértiga, con la que practicaba día y noche en el exterior del estadio nacional de La Habana.
Fue, también, la aclamación con la que recibió el público, tan emotivo, tan receptivo a los gestos fáciles, la presentación de Oscar Pistorius erguido sobre sus cuchillas de carbono en la salida de las semifinales de los 400 metros. Fue, quizás, la que pensaban haber dedicado la víspera a Usain Bolt y que tenían guardada sin querer desperdiciarla. Fue una ovación de recibimiento, de designación como rey del Mundial y también de despedida, ya que, como era lógico, el amputado sudafricano no sobrevivió a la prueba y quedó eliminado.
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