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Reportaje:

De Paula y la eterna juventud del gol

Artillero de la Real Sociedad durante once años, el delantero conserva intacta su ilusión por el fútbol en la Ponferradina

Por su frente todavía se desliza el flequillo que cautivó a infinidad de adolescentes. Media melena, ojos almendrados y una barba de dos días perenne que envuelve sus facciones, endurecidas con el devenir de los años. Parece que la huella del tiempo discurra a otra velocidad para Óscar de Paula (Durango; 1975), aquel ariete fino, incandescente y de gatillo fácil que sedujo a la hinchada de Anoeta con sus goles y que hoy día, al filo de los 36 años, conserva la ilusión de un cadete por castigar las redes rivales, ahora con la elástica de la Ponferradina.

"He visto muy pocos arietes con esa precisión en el remate", apunta Mikel Etxarri, exsecretario técnico de la Real Sociedad y precursor del aterrizaje del futbolista en Donosti. "Primero se fue Kodro y después el Athletic pagó esa barbaridad (3,5 millones) por Etxeberria", recuerda. Con las arcas rebosantes, el club vasco lanzó sus redes sobre Pürk, un atacante austriaco de escaso calibre, y sobre un muchacho de disparo seco y pegada certera que llegaba avalado por un informe de Paco Herrera, por entonces preparador del Badajoz.

"Es un referente, un espejo para mí", arguye el jugador, que con 19 años dio un paso al frente, hizo las maletas y emigró a San Sebastián acompañado por su padre, trabajador de la construcción, y su madre, "una fabulosa ama de casa". No faltó a su lado Herrera, que se desplazó junto a ellos para sellar el contrato con la entidad donostiarra. "Fue una etapa maravillosa", recuerda De Paula, que rubricó la friolera de 60 dianas con la Real.

Comenzó jugando en punta, como referencia, pero la llegada de Javier Irureta alteró los planes, recolocándolo a la derecha. "Encaraba muy bien, driblaba y desbordaba con facilidad", apunta Jabo; "era un jugador muy bien dotado técnicamente, con un golpeo al primer toque espectacular. Llegó a Zubieta con muchas ganas y a pesar de tener delante hombres de la talla de Kovacevic o Nihat, no se rindió nunca. Su gran virtud fue esa, saber persistir". Paciente, metódico en los entrenamientos y consciente de su papel, el ariete se empapó de otros registros para evolucionar y hacerse un hueco. "Siempre he sido un futbolista muy permeable. La capacidad de adaptación es un fundamental para una persona", apostilla.

Académico en el remate, poderoso en el juego aéreo, al más puro estilo de un nueve clásico, no esconde sus fuentes de inspiración. "Crecí viendo los goles de Hugo Sánchez y Van Basten. Admiro a ese tipo de delanteros, como Van Nistelrooy, que te permiten diseccionar sus acciones e identifican el momento exacto para enchufarla", remarca De Paula, al que todavía se le quiebra la voz cuando reconstruye su primer gol en Primera, en La Romareda. "Lo recuerdo como si fuese ayer. Karpin centró desde la derecha y la voleé sin pensármelo dos veces", evoca.

Culminado un idílico ciclo en Donosti, con 303 partidos a sus espaldas, un Europeo sub 21 en el bolsillo y después de haber experimentado la sensación de marcar en la Champions, ante el Galatasaray, el futbolista puso rumbo a Cádiz. Allí, con 30 años y su musculatura diezmada por las lesiones, una tendinopatía le impidió tener continuidad en el ambicioso proyecto gaditano en Segunda. Surgió después la propuesta de la Ponferradina, de Segunda B, cuyo presidente, José Silvano, maquinaba el sueño de relanzar a su equipo a cotas más altas y tuvo la habilidad de embriagar al delantero. "Fue un flechazo, cuestión de feedback", señala el jugador.

"Nos encantó la ciudad y el plan deportivo. No importa la categoría. Han sido los mejores años de mi vida deportiva y es donde más futbolista me he sentido", incide con rotundidad. Firmó 16 goles en su primer año, 16 más el segundo y 11 en la campaña que el equipo logró el ascenso a Segunda. Su motor, "la pasión por esta profesión. Me encanta entrenar, cuidarme y la adrenalina de los partidos", reconoce el 9, que esta temporada solo marcado cinco tantos.

Como su equipo, colista, que lucha contra viento y marea por eludir el descenso. Pese a todo, él, cerca de cumplir los 36, se rebela y mima su puesta a punto. "La madurez te hace exigirte más, aquello que llaman entrenamiento invisible", admite al otro lado del hilo telefónico. Lector compulsivo, enamorado del golf, la Bolsa y de su mujer, María, sus estudios de Fisioterapia ocupan ahora la mayor parte de sus horas. El resto, los goles. Su vida.

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