Ámsterdam acoge con resignación el triunfo español
El centro de la ciudad permanece lleno de seguidores holandeses durante la madrugada
Horas después de acabar la final del Mundial, de madrugada, el centro de Ámsterdam parece más lo que queda después de un gran festival de música veraniego que una ciudad. Las calles se llenan de gente buscando comida, el suelo tiene una alfombra de latas de cerveza y bolsas de plástico, el ambiente huele a alcohol y sudor. Hay gente de aspecto perjudicado y otros parecen eufóricos. La derrota en la final ante España no parece haber hecho mucha mella en los miles de personas que de madrugada siguen rondando por el centro. Alguna lágrima cae, pero sobre todo hay resignación, mucha. "Es lo que nos toca, ser los segundos... otra vez", comenta de pasada un seguidor de la oranje de unos 60 años.
En los bares la música sigue tronando como si fuera un sábado por la noche. Desde la explanada de los Museos siguen llegando decenas de miles de personas al centro. Algunos, los más tristes, se desvían por las calles laterales, camino de casa. La mayoría hace lo que los demás, buscar comida y bebida o hacer cola para usar el servicio en algún bar. Algunos siguen cantando, otros siguen disfrazados (de leones, de granjeras holandesas, de Ruud Gullit con sus rastas), muchos caminan en silencio.
Un poco más lejos del centro, por una calle junto a un canal se ve venir una bicicleta. Su ocupante, que conduce rápido pero de forma despreocupada, es español y grita a los cuatros vientos "¡Viva España!" una y otra vez entremezclando una risa de felicidad. No se para ni aun cuando le hablan en español.
Alegría discreta de los campeones
Nada más finalizar el partido, los seguidores españoles que ocupaban algunos de los bares de la plaza Rembrandt, uno de los lugares donde más gente se concentró durante el partido desaparecieron respetuosamente o quizá fue más precaución que otra cosa. Horas después van apareciendo. Incluso algunos holandeses se hacen fotos con ellos. "Habéis jugado mejor, sois justos vencedores", dicen al saltar el flash de la cámara. "Gracias, ha sido una final muy igualada", contestan, sorprendidos por la deportividad.
La policía antidisturbios recorre las principales arterias de la ciudad y sus plazas. Pero los altercados son inevitables, casi todos entre holandeses con más de una cerveza encima. En cada plaza hay una ambulancia, cuyos operarios atienden alguna herida poco importante o algún seguidor que no admite más alcohol. "Este trabajo es peor cuando ganamos", comenta uno de los conductores.
Dos calles más arriba aparece de nuevo el ciclista español. Sigue sin parar, pero feliz. No pide más. Las plazas continúan llenas de gente, sentadas sobre el césped o sobre el pavimento. Parece que nadie se quiere ir todavía. El lunes hay que trabajar y, quizá, al levantarse por la mañana vuelvan la vista atrás y se den cuenta de que el sueño naranja acabó con el gol de Iniesta. Por tercera vez, los segundos en un Mundial. Algo que parecía inimaginable horas antes y que era uno de los mantras de los seguidores holandeses: "A la tercera va la vencida, nos lo merecemos". El festival terminó.
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