"Pelé no era humano"
Pepe, compañero de O Rei en el Santos de los 60, recuerda aquel equipo legendario
Acaba de regresar a casa después de asistir a un partido del Santos en el campeonato Paulista. Se deshace en elogios hacia Neymar y Paulo Henrique, Ganso, dos imberbes garotos con los que hoy se ilusiona la torcida de su amado equipo. Habla con la autoridad que le otorgan los 405 goles que firmó con la camiseta del Santos desde 1954 a 1969, la época dorada del club. "Soy el máximo artillero de la historia del Santos. Porque Pelé no cuenta. Pelé no era humano", afirma con orgullo. José Macia, Pepe, (Santos, 1935) era el puntero izquierdo de lo que define como "un equipo de artistas": el mítico Santos que conquistó la Copa Libertadores en 1962 y 1963. Su juego era un compendio de inteligencia, sutileza y velocidad, coronado por la devastadora potencia de una pierna izquierda que le valió el apodo de El cañón de Vila Belmiro, capaz de percutir la pelota a 122 kilómetros por hora. El santoral del fútbol guarda un lugar de honor para el primer brasileño que se proclamó campeón de América. Era el Santos de Pelé. Y también de Zito, Dorval, Coutinho, Mengalvio, Pepe y otros grandes que, desde el litoral paulista, exportaron su embriagadora magia al continente. Una fascinante cuadrilla en la que según Pepe "no había celos ni envidias. Jugábamos bonito dos veces: para el público y para el equipo".
A sus 74 venerables años, Pepe mantiene en su afinada memoria mil detalles de aquellos días. Y, por si acaso, también guarda con mimo un viejo y pesado cuaderno en el que ha ido anotando todas sus gestas desde que era infantil. Ese maravilloso manuscrito alberga algunos secretos de la célebre final de 1962. El Santos había ganado al Peñarol en Montevideo por 1-2. Pero en el partido de vuelta en tierra brasileña el durísimo equipo uruguayo vencía por 3 a 2. El tiempo se agotaba, y en la grada, brasileños y charrúas comenzaron a saldar viejas rencillas de rivalidad a botellazos que llegaron a alcanzar a un linier. "Pagao marcó el empate a tres que nos hacía campeones", cuenta Pepe, "y al terminar el partido, cuando ya estábamos celebrando el título camino del vestuario, nos advirtieron de que el árbitro no convalidaría el gol en el acta: había alargado el partido de manera ficticia por miedo a que se desencadenara un grave problema de seguridad". Tan surrealista desenlace, según Pepe, activó el gen competitivo santista: "En el partido de desempate, en Buenos Aires, ganamos 3-0. Fue un "chocolate". "Un auténtico baile". "La Libertadores de ahora es una broma comparada con la de aquellos tiempos" "Hoy han evolucionado los transportes, y, sobre todo, la seguridad: en la final del 63 que ganamos en la Bombonera al Boca Juniors nos recibieron 50.000 personas al grito de "hijos de puta", con una presión tremenda. Miles de personas pegadas a la alambrada. Parecía que estuvieran dentro de la cancha. Como si formaran un tobogán hacia nuestra portería. Pero éramos un equipo ya maduro y experimentado. Ganamos en aquel ambiente infernal 1-2 y levantamos la Copa por segunda vez".
Aquel escuadrón celestial nunca más volvió a conseguirlo, porque la prioridad de los dirigentes era mantener aquel gran equipo y cambió la disputa de otras ediciones de la Libertadores por rentables excursiones a Europa. Pepe rememora con nostalgia que él "habría preferido ser campeón de América tres o cuatro veces más". "En la Libertadores no había nada de divertido. Los partidos eran batallas. Yo tengo mucha familia en Uruguay, y, si jugábamos en Montevideo, todos iban a verme al estadio. Yo quería marcar, pero no lo conseguía porque fuera de casa variaba mi juego, tenía que defender mucho y nos pegaban demasiado. Luego venían mis primos y mis tíos y me decían: ¿Tantos goles que haces en Brasil y no eres capaz de marcar aquí? Me mataban. Pero todo valió la pena: lo que generaba en la gente por toda América las maravillas de Pelé y de mis otros compañeros, jugadas que nadie había siquiera imaginado porque no había tanta televisión como ahora, era una sensación increíble". De ese material intangible y mágico, guardado a buen recaudo en la memoria del viejo y entrañable goleador, sigue bebiendo la leyenda de la Copa Libertadores.
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