Siempre ganará Ferrari, nunca Fernando Alonso
Además de ganar, el piloto asturiano tendrá que asumir la filosofía de su nuevo equipo para entrar en la leyenda roja
Una cláusula en su contrato con Renault permitía a Fernando Alonso rechazar la renovación en 2009 y cambiar de garaje. Su fichaje por Ferrari era cuestión de tiempo, un secreto a voces, pero la escudería italiana dijo no, entre otras cosas, por mantenerse fiel a una filosofía en la que el compromiso con sus corredores prima incluso sobre los intereses deportivos del equipo, y el bicampeón tuvo que esperar. Así es el estilo Ferrari: la marca por encima de todo, tal y como estableció Enzo Ferrari en 1929, el año en que fundó el Cavallino. Así tendrá que sentirlo Alonso para llegar a formar parte de la familia que ahora dirige Montezemolo. "Siempre gana el coche, nunca el piloto", ha repetido Il Comendattore, aunque Ferrari haya reclutado al asturiano para volver a lo más alto.
El espíritu Ferrari persigue el triunfo en todos los ámbitos. Además de la consigna de ganar por encima de todo de su creador, la estrategia de poder basada en la elegancia y el glamour han convertido a Ferrari año a año, mundial a mundial, en un valor social, un referente estable, inalterable en el tiempo, capaz de desplazar a miles de fanáticos tifosi en cada gran premio, sea éste en Australia o en Estados Unidos, como una marea roja fiel a los valores de su marca, a las duras y a las maduras, aunque las carreras no terminen siempre en lo más alto del podio o la situación interna del equipo sea un caos.
A lo largo de cinco décadas, muchos han pasado y muchos se han ido. Ferrari, al contrario, ha permanecido desde el principio. Sin embargo, la trayectoria de la Scuderia no es un pleno de éxitos. Desde 1950, la etiqueta de equipo imbatible se ha visto devaluada en al menos dos ocasiones. Niki Lauda rompió la primera crisis de resultados. Duró diez años. La segunda, más profunda aún que la primera, se prolongó más de dos décadas (1979-2000). Tuvo que llegar Michael Schumacher en los albores del nuevo milenio para que la época dorada del automovilismo británico de McLaren, Williams y Lotus llegara a su fin y la hegemonía de Ferrari retomara su curso. Bicampeón con Benetton en 1994 y 1995, el teutón tardó tres años en asimilar el carisma del gigante italiano. Después fue invencible. Hasta 2005. Su pilotaje, siempre al límite, al gusto de un ya fallecido Enzo Ferrari, y su maridaje con Jean Todt, Ross Brawn y Rory Byrne constituyeron un tándem tan exitoso que Ferrari monopolizó la F-1 con cinco títulos consecutivos (2000-2004), superando incluso el récord de Juan Manuel Fangio, ganador de cuatro campeonatos seguidos entre 1954 y 1957. El mensaje era claro: ningún objetivo era imposible. El coche podía estar tocado. El alma, intacta.
Sólo hubo una persona capaz de desbancar a Schumacher: Fernando Alonso. Con él llegó el ocaso del teutón y su adiós en 2006. Desde entonces, Ferrari volvió a competir con la nostalgia de un pasado mejor. La ilusión se renovaba a cada temporada, pero al final era Renault o McLaren quien derribaba la imagen celestial de la Scuderia en el podio. Cansado de varapalos, buscó Montezemolo en el paddock y encontró a Raikkonen, que le dio un título, pero no encajaba en el engranaje ferrarista. Necesitaban un ganador dentro y fuera de la pista, y se encontraron a Fernando, el verdugo del Kaiser, apasionado y experimentado, incombustible en cada carrera y magistral a la hora de desarrollar el coche. La magia del cavallino hizo el resto. Cualquier piloto, salvo excepciones como Ayrton Senna, ha soñado con vestir de rojo. Alonso, también, aunque tenga que retractarse de haber dicho lo contrario.
Montezemolo confía en el ovetense. Cree que encajará en la familia, pero el asturiano se forjará un hueco en la leyenda roja únicamente a base de victorias. Alberto Ascari, Juan Manuel Fangio, Niki Lauda o Michael Schumacher lo lograron así, si bien la historia del equipo más laureado de la historia no esté hecha únicamente de reyes: Alain Prost, Nigel Mansell o Gilles Villeneuve no pudieron coronarse de rojo, pero se ganaron con creces el sello de piloto Ferrari. Pertenecer a la Scuderia implica algo más que ser un ganador. Kimi Raikkonen no cuajó esa personalidad. Fernando Alonso, el flamante fichaje de Montezemolo, espera hacerlo ahora.
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