Una curva maldita
El descenso de La Cresta del Gallo volvió a poner el nudo en la garganta de los ciclistas
Hay puertos que se eligen por su exigencia en la subida y otros que se escogen por la dificultad de su descenso. La Cresta del Gallo pertenece al segundo grupo: no se pueden hacer muchas diferencias en la ascensión, pero puedes perder la Vuelta y algunas costillas cuando desciendes. Ya dicen los alpinistas que su vida se pone más en juego cuando descienden un ochomil que cuando lo atacan. Allí, en La Cresta del Gallo, un espectador le salvó a Carlos Sastre en 2001 algo más que unas costillas cuando le puso el brazo y amortiguó su caída por el precipicio. Este martes, Beñat Intxausti repitió la escena. El guardarraíl le frenó la caída, pero no el impacto. Luego se le fue la bicicleta en otra curva y tuvo que echar el pie al suelo para evitar una segunda caída. Todo el esfuerzo realizado en la subida para dar caza al escapado Gerdemann se fue al traste en el descenso. El alemán, que lideraba la etapa, fue el segundo en caer. Otra vez una curva maldita y ¡zas!, ilusiones y costillar por los suelos. Y luego otro compañero de Intxausti, en otra curva, y varios más con el pie en el suelo como freno suplementario para estabilizar la dirección perdida. En cierto modo, éste es un puerto que se baja con un pie en el suelo. ¿Dificultad o mística? No se sabe.
La Cresta del Gallo definitivamente es un puerto para saberlo bajar más que para sufrirlo subiendo. Era el contraste con la pared del Xorret, ascendida el lunes entre retortijones. No se sabe qué hubieran preferido muchos ciclistas, si subir otra vez esa corta pared o bajar por la cresta encendida de ese gallo con demasiados espolones. Fue el momento cumbre de una jornada que más que una escapada permitió una aglomeración de 19 ciclistas en cabeza con representación de 10 equipos. El éxito estaba asegurado: mucha gente arriba, nadie peligroso, etapa posterior a la montaña y mucho calor entre Alicante y Murcia. Que corran ellos, debió pensar el Caisse d'Épargne, limitándose a gestionar las tiempos para evitar cualquier susto inoportuno a Valverde (léase pérdida del maillot oro en su ciudad por exceso de confianza).
La fuga era una mezcla de desheredados, compungidos y meritorios. Entre los primeros estaban, por ejemplo, Vinokurov, ya sin opciones en la general o Gerdemann. El compungido era Gerrans, un buen esprinter vapuleado por los ilustres de esta Vuelta que ayer por fin pudo encontrar su minuto de gloria. Meritorios eran casi todos los demás, algunos además con buen pedigrí, como el danés Fulgsang, un joven escalador del que se esperaba más en esta carrera.
Ganó Gerrans en un sprint táctico después de múltiples ataques de Vinokurov, que tenían ese aire de derrota que siempre acompaña a la desesperación. Tras el último, los cuatro fugados de aquella aglomeración de 19 (Gerrans, Hesjedal, Fuglsang y Vinokurov) se frenaron, casi se pararon, sesearon por la carretera, se miraron hasta que atacó el kazajo en su último canto de sirena y dio la salida a un sprint que Gerrans ganó con cierta comodidad. Más cómodo llegó el pelotón, reducido en La Cresta a 39 unidades entre las que estaban todos los favoritos. Ninguno cayó ni se despistó. No era día para ir de gallo ni de gallina. Con pasar desapercibido en el corral era suficiente.
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