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GOLF | MASTERS AUGUSTA

Mandan los hombres, no los niños

Los veteranos se juegan la chaqueta verde y demuestran lo que valen las canas

Revolución frustrada. Mientras el golf esperaba al Masters de 2009 como el de la llegada de los nuevos tiempos, el golpe de estado de los jovencitos arrogantes dispuestos a comerse el mundo, como Woods hace una década, como prometía también entonces Sergio García, los abuelos del circuito se conjuraron para defender con uñas y dientes su trono. La revolución juvenil quedó para otro momento, puesto que la chaqueta verde se la jugaban anoche los hombres y no los niños. Entre los 10 primeros clasificados al inicio de la ronda final brillaban cuatro cuarentones (Perry, Stricker, Hamilton y Ames), sin rastro de ningún jugador menor de 33 años. Y a la fiesta final se unió como un rayo Mickelson (38), otro peso pesado.

Los veinteañeros, aquellos incluso más jóvenes, bajaron la cabeza y se quedaron tomando notas (o eso deberían haber hecho). Para quitar de en medio a gente con tantas cicatrices hace falta mucho más que un drive potente y una agencia de representación vendiéndote como el futuro del golf. Anoche el Masters se lo jugaban a cuchillo el argentino Ángel Cabrera, a punto de cumplir los 40 años, un tipo que sabe lo que es ganarse el sueldo como caddie; Kenny Perry, un viejo zorro estadounidense de 48 años en busca del récord de longevidad de Jack Nicklaus, que ganó en Augusta con 46 en 1986; Chad Campbell, que en la madurez de los 35 ha encontrado su mejor juego... Hasta Mickelson remaba con seis birdies en los ocho primeros hoyos en busca de una remontada de leyenda al alcance de muy pocos. Todos gente que sabe de qué va el negocio. Como resumió Jiménez, que siempre tiene a punto una frase de sabio: "Augusta respeta las canas". Que aprendan los recién llegados. Ni Quirós, un pegador español de acero, ni Danny Lee ni Ishikawa pasaron siquiera el corte -qué se esperaban ellos, en un campo como Augusta-, y sólo el genial McIlroy aguantó la bandera de los imberbes.

Tampoco la clase media aguantó el tirón de los más antiguos de la clase. A Sergio García ya se sabe que Augusta se le ha cruzado, y este campo sólo doctora a alguien con la cabeza bien puesta. No es el caso del Niño, que en la jornada de ayer volvía a bajar posiciones conforme subía su resignación. Ni Perry ni Campbell tenían peso algunas en las quinielas antes del torneo. El espacio para Cabrera en las crónicas locales era minúsculo, apenas una ficha estadística, y eso que ganó el Open de Estados Unidos en 2007. Pero se ganaron todo el derecho a ser tenidos más en cuenta.

El gancho del día fue el duelo entre Woods y Mickelson, números uno y dos del mundo, emparejados para felicidad de la televisión norteamericana en la final que no pudo ser. Y mientras El Tigre demostraba que todavía no está para muchos trotes, sobre todo en Augusta -se acercaba a su cuarto año seguido sin vencer en el Masters, su peor racha- y tiraba el palo desesperado, Mickelson se ganó el favoritismo del público con un comienzo arrollador, la mayor amenaza para Cabrera, Perry y Campbell.

El Masters, en cualquier caso, parecía dispuesto a recompensar a un corredor de fondo más que a un sprinter. Cabrera buscaba la venganza para Roberto di Vicenzo, el argentino que en 1968 perdió sus opciones de luchar por el Masters por un error de otro jugador en la anotación de los golpes en la tarjeta. También Perry tenía una deuda pendiente, aquella eliminatoria de desempate que perdió hace 13 años en el US Open de Valhalla. En el caso de Mickelson, ya doble ganador del Masters, la motivación era comerle terreno a Woods en busca del número uno. Y conseguir una de las mayores remontadas en la historia del Masters. En los primeros nueve hoyos de ayer igualó con 30 golpes el récord de Johnny Miller (1975), Greg Norman (1988) y K.J. Choi (2004).

Ángel Cabrera.
Ángel Cabrera.

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