Las carreteras, contra Valverde
El murciano se da una buena costalada tras tragarse un reflectante incrustado en el asfalto
Christian Laborde, escritor de Pau amoureux del ciclismo, lleva unos años de campaña denunciando cómo la modernización de las carreteras departamentales francesas, las comarcales españolas, estaban acabando con el ciclismo. En su lista negra de los horrores de la modernización figura como primer enemigo del ciclista las rotondas que han sustituido a los cruces en ángulo recto, y en segundo lugar están las medianas que fabrican chicanes en mitad de las largas rectas para regular la velocidad, tal como aquella en que se dejó la cadera el lunes Litu Gómez. Después de la etapa de ayer bien haría Laborde en añadir otro monstruo a su catálogo, los reflectantes incrustados en el asfalto como el que provocó la caída y el susto de Alejandro Valverde, quien perdió un empaste de una muela por el impacto y acabó por la tarde en el sillón de un dentista.
Especial: Tour de Francia 2008 |
"Nada, íbamos tan tranquilos hablando cuando, de repente, Alejandro pasó por encima de un reflectante y se soltó de manos, voló por el aire y aterrizó sobre el costado derecho", cuenta su ex compañero José Luis Arrieta. "Iríamos a 50 [km por hora] o así, con viento de espaldas y por delante del pelotón. Yo me llevé enganchada su bici unos 100 metros, y él se quejaba un poco al principio, pero luego, no". Por fortuna para el murciano, resistió sin hacer palanca la placa que aún lleva en su clavícula derecha, la que se rompió en el Tour de 2006, y todo lo que sufre, tras un reconocimiento superficial, son las abrasiones habituales tras una caída tal y una bola como un huevo en el gemelo derecho, cerca del tobillo. "Nada que nos haga pensar que la caída es algo más que un susto, aunque siempre sienta mal que se produzca y más hoy, en vísperas de la llegada a Superbesse, un puerto de segunda que no debería irle mal al chico, siempre, claro, que el huevo del gemelo no se deba a una rotura de fibras. En ese caso, sí, habría que preocuparse", cuenta su director, Eusebio Unzue, a quien el percance, acaecido en el kilómetro 87, magro consuelo, arrancó del sopor en el que andaba sumido el pelotón durante la etapa más larga del Tour (232 kilómetros remontando el Loira hacia su nacimiento a través de la región, llana como la palma de una mano, erizada de castillos fantasiosos) y también la más sosa del recorrido y también la primera en la que se sintió, por fin, el calor de julio. La etapa, claro, acabó en sprint ?aunque el pelotón apuró tanto la caza de los tres fugados del día, los tres franceses, que al último, al campeón galo, lo cazó en los últimos 500 metros, cuando la manada era jauría desatada?, que por poco no ganó Freire.
"Bueno, no por tan poco", dice el sprinter cántabro, un espíritu libre. "El que me ganó, Cavendish, lanzado es muy difícil de superar, me habría hecho falta un poco de viento de cara para poder remontarlo". Freire, que ya no es un niño, tiene 32 años, llegó al Tour de malas pulgas, no muy contento con la actitud de su equipo, el Rabobank, que sólo ponía a su disposición para las etapas llanas, y a tiempo parcial, a dos corredores, Flecha y Langeveld. En protesta silenciosa, se retiró en la última etapa de la Vuelta a Suiza, y en sus primeras declaraciones dejó caer que no pensaba ni por asomo acabar el Tour. Coincidía la tormenta con un estancamiento en las negociaciones para renovar el contrato, debido, sobre todo, a una cláusula que limitaba su libertad de expresión ante los medios, que deberían someterse a la censura previa de su jefe de comunicación. Pero el lunes, se produjo un síntoma de que algo había cambiado: por primera vez en su vida, Freire, que no encuentra en España quien le pague lo que vale, disputaba un sprint por una quinta plaza, lo nunca visto en el chico que sólo arriesga por la victoria.
"Es que no estaba seguro de que hubieran llegado los fugados", intenta disimular el de Torrelavega aprovechando su fama de despistado. "No, no pensaba en los puntos para disputar el maillot verde". El segundo puesto de ayer, que coincide con el anuncio oficial de su renovación por dos años con el equipo holandés, le coloca ya segundo en la clasificación de los puntos, pero Freire sigue sin comprometer su palabra. "Aún no sé si terminaré el Tour, pero sí, me siento mejor que al principio. Hablaremos después de los Pirineos". En su carrera Freire ha ganado tres etapas en el Tour, pero sólo ha terminado uno, el de 2003.
Mark Cavendish, el inglés de la isla de Mann que ganó la etapa, es un pistard compacto, un poco tocho y muy rápido, que empezó a hacer ciclismo porque de chico era muy gordo y se burlaban de él sus compañeros. "He ganado la etapa para mi gloria, ahora ganaré una medalla en Pekín, en Madison, por el honor de mi país", dijo Cavendish, de 22 años, a quien en primavera le gusta recorrer Toscana, donde se entrena, en Lambretta.
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