Cómo competir sin alardes
Un tanto de Capdevila resuelve un pésimo partido en el que España quiso ser Francia y Francia imitó a Italia
Más allá de anacrónicos debates estilistas y de los particularismos de los seleccionadores de turno, a España siempre le han faltado atributos para alcanzar el podio en las grandes ocasiones. Nunca se ha distinguido por su capacidad para gestionar con eficacia los envites decisivos, aquellos en los que se requiere más oficio que destreza. Luis Aragonés sostiene desde su nombramiento como seleccionador que el futbolista español no sabe competir. Pagó la factura en el Mundial de Alemania, precisamente contra los franceses, y anoche su dictado cambió. España se encogió; Francia fue Italia, un mimetismo que no le ha ido mal en los últimos tiempos. La selección, en nada se pareció al equipo festivo y dicharachero que cerró con éxito la fase de clasificación para la Eurocopa. Nada que ver con el estilismo que destilan futbolistas como Xavi, Cesc e Iniesta. España quiso ser Francia, y planteó el encuentro como si se tratara de unos cuartos de final de un torneo de alcurnia en el que competir significa, según Luis, poner los grilletes al adversario y dejar pasar el tiempo hasta que la ruleta gire a favor. Eso hizo España y eso hizo Francia. Pero en el caso del grupo de Aragonés resultó más postizo, porque la epidermis española no es la francesa.
Hace tiempo que Francia desprende un aroma italianizante. Para España resulta un imposible, un guión que desnaturaliza al jugador español, más proclive al cuidado de la pelota, a un discurso más retórico, sin aristas, refractario a la contemplación. En definitiva, una cuestión genética, por mucho que al final de un partido indigesto la fortuna sonriera a España.
Angustiada por su destierro alemán, España recibió a Francia con un exceso de cautelas. Ideal para el grupo de Raymond Doménech, un mosaico de jugadores con cicatrices acunados en un fútbol de corte raso, en el que predomina el físico por encima de cualquier cuestión. Francia lo tiene ensayado, se articula en función del contrario y no cambia jamás el paso salvo que la exigencia sea máxima, como ayer tras el acierto de Capdevila. Al equipo le protege su físico y la sabiduría de algunos pretorianos eternos. España no tiene otro antídoto que el descaro, la imaginación de un pelotón de jugadores a los que distingue su imaginación, su picaresca. Ante los franceses no hubo huellas al respecto, España quiso ser Francia y uno y otro evitaron cualquier rasguño. No hubo partido, más bien una tregua desde el calentamiento. Un pulso muy medido.
En pleno armisticio, la cita resultó un tostón, sin señales de lo mejor de cada bando. No hubo rastro de Henry, que en esta Francia se pasea con un aire aristocrático que no le alcanza. Ni de Cesc, que más cerca que nunca del ariete español, anoche primero Torres y luego Güiza, de nuevo se vulgarizó con la selección. Su rendimiento con España resulta vampiresco, nada que ver con el chico que guía al Arsenal con descaro imperial. Por razones sobrenaturales, entre Cesc y España no hay lazos. Más pendientes de la estrategia rival, tampoco hubo noticias de Xavi e Iniesta, dos mutantes. España les necesita para ganar; para no perder hay otros con distinta vocación.
Con Francia a lo suyo y España travestida, el encuentro resultó huesudo de principio a fin, con dos porteros sin escena, fuera de plano toda la noche. Un tostón al que contribuyeron dos equipos tan desteñidos que hasta mudaron los colores que les distinguen en la pasarela internacional. Sin más, una cita para homenajear a Albelda, desterrado en el Valencia, y para evidenciar que, pese a la barra libre de Luis, hay jugadores sin peso para la selección, caso de Güiza y Pablo, por ejemplo, dos futbolistas muy planos a los que el técnico ha popularizado por su particular condena a Raúl, caso del mallorquinista, y por el barbecho defensivo del fútbol español, caso de Pablo y alguno más. En Capdevila, al menos, la selección ha encontrado a un lateral izquierdo muy capaz ante la portería contraria. No es Roberto Carlos, pero el catalán tiene gol, y a Francia se lo demostró en uno de los pocos remates registrados en todo el partido. Ocurrió hacia el final, con Francia ya muy plomiza y España menos timorata, sin alardes pero con un poco de picante. Luis quería un equipo competitivo ante un aspirante al trono europeo. Le salió cara, aunque ello significara que el equipo cambiara de fórmula. La pócima quizá le surta efecto en el cruce de cuartos en Austria. Quién sabe si entonces Henry fallará dos goles tan posibles como los que desperdició anoche a última hora ante Casillas, uno tras un remate de Benzema que el portero madridista desvió al larguero y otro en un asalto directo con el capitán español. Una pócima resultadista que podría alterar el funesto tránsito de España en la alta competición. Mientras tanto, aunque sea de forma amistosa, la selección ya sabe que hay otras vías.
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