El Madrid se desenchufa
En un actuación para olvidar, el líder no pasa del empate ante un Murcia que le perdonó la vida
El peor Madrid de la temporada cazó un pobre empate en Murcia, donde mostró una incompetencia desconocida. Le salvó de la derrota una jugada de ensueño, finiquitada por Robinho, y la falta de acierto de un rival que tembló más de lo debido ante Casillas. Pero el partido fue del Murcia, que frenó a su encopetado rival, a excepción de Guti, al que sólo él mismo puede frenar. Con una ridícula expulsión, por ejemplo. Como la que se ganó a pulso.
El partido comenzó de baile, el que parecía que el Madrid iba a regalar a su rival. Nueve minutos, ni uno más, tardaron los de Schuster en enseñar la inspiración que les invade. Bastó que Van Nistelrooy bajara la pelota, hacia Gago, que la mandó al área, a la carrera de Guti, y el 14, iluminado como está, la tocó con la derecha, perfecto, dirección a Robinho, que cabeceó en el segundo palo. Un prodigio de jugada, uno, dos, tres, cuatro toques, fácil, limpia, de manual. Mortal.
El Madrid había golpeado a la primera, en cuanto tuvo ocasión, seña de identidad de un equipo que marca en uno de cada cinco remates. Y se vio tan superior el equipo, tan insultantemente superior, que ocurrió lo inesperado: entró en coma. Bastó que el Murcia presionara con ahínco, que endureciera mínimamente el partido, para que todo cambiara. El equipo de Alcaraz cercó a Gago y el Madrid perdió la brújula, pues Diarra no está llamado para empresas que tengan que ver no ya con la fantasía, sino con el sentido común, más allá de pedir alguna que otra subida de sueldo. Sólo Guti se hacía presente. Pero nadie entonó su mismo discurso.
El partido se convirtió en una patraña. El Murcia le echaba coraje pero se ahogaba en su impotencia. El Madrid era un espectador de su propia indolencia. Las arrancadas de Baiano obligaban a trabajar a Sergio Ramos, Pepe y compañía, que resolvían el entuerto sin mayores complicaciones. Tras 40 minutos —los que habían transcurrido desde el gol de Robinho— sin que se produjera una sola acción digna de elogio, el Murcia puso boca abajo el partido. Lo hizo gracias a un córner que el Madrid defendió de modo insultante. Voló el balón al punto de penalti y allí, solo, con Guti observando los hechos a su vera, apareció De Lucas, que cabeceó en plancha para ejecutar el empate.
Era un justo castigo a la mezquindad del equipo de Schuster, que nunca trianguló, que nunca enlazó con el peor Raúl del año ni con un Van Nistelrooy perdido. El Murcia demostró valentía y se asomó al área de Casillas con cierta reiteración. Y tan solo se vio Richi en aquel cabezazo fácil que la mandó fuera. Aterrado, quizá. Y tan solo se vio Abel en aquel sencillo cabezazo que lo envió fuera. Incrédulo, tal vez.
Así las cosas, Schuster movió ficha. Sacó de escena a Raúl y a un Robinho que, más allá del gol, vivió enredado en sí mismo, y dio paso a Higuaín y al reaparecido Robben. Pero nada cambió. El Murcia redujo su ímpetu y el Madrid cogió aire pese al lastre que ayer supuso un Gago al que Abel pasó por encima.
Todo en el Madrid era Guti, que bajaba a auxiliar a los dos medios centro, que se ofrecía aquí y allá, acarreando el balón, buscando el pase definitivo. Pero en uno de sus acelerones perdió el norte. A punto de pisar el área grande fue cazado por detrás. Se fue al suelo, dolido, dando vueltas sobre sí mismo como una peonza mientras agarraba su rodilla derecha. Y entonces le dio el ataque, dando paso al Guti que se creía desterrado. Soltó sin mirar su pierna izquierda, pateando al que pasaba por allí (Arzo), que exageró algo los hechos, lo que no eximía de culpa a Guti. Que vio la roja.
Quedaban ocho minutos y el Madrid, sin su mejor futbolista, optó por no correr riesgos. El Murcia hizo lo contrario, teniendo como tenía al líder al borde del colapso. Buscó su oportunidad y la tuvo en el pie de Goitom, que se encontró solo ante Casillas. Demasiado para él. Su disparo fue una ruina y el portero lo rechazó con cara de susto.
Fue el último acto de un partido en el que el Madrid sólo existió durante nueve minutos, convertido en un líder de pega, incapaz de disparar más que dos veces entre los tres palos. Un líder en el que sólo Guti vio la luz antes de que, de nuevo, le nublaran las sombras.
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