_
_
_
_
_
Crónica:FÚTBOL | Copa del Rey
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Madrid golea a un Athletic deprimente (4-0)

El equipo madridista arrolla sin despeinarse a un rival que no hace los deberes básicos en ninguna zona del campo

El Madrid resolvió sin dificultades el duelo frente a un equipo deprimente. Es el Athletic, que pasó por el Bernabéu sin dejar rastro. Confirmó su debilidad con un juego espantoso, sin nadie capaz de dejar un apunte de clase. Ni los veteranos, ni los jóvenes. El Athletic extendió sus miserias por todas las líneas y permitió un partido sencillo al Madrid, que ganó sin despeinarse. Ganó porque no tuvo más remedio. Sólo fue una cuestión de lógica. Sus jugadores podían pasarse la pelota. Los del Athletic, no. Así de sencillo. Cuando un equipo desconoce las cuestiones básicas del juego, su destino está sellado. Le espera la derrota.

Se manifestaron todos los déficits actuales del Athletic. Sus defensas son una invitación al gol. A los centrocampistas les falta clase y personalidad. Los delanteros no se distinguen por ninguna cualidad: no tienen fiereza, ni atrevimiento, ni habilidad, ni tampoco olfato en el área. El Athletic pertenece a esa categoría de equipos que convierten una buena oportunidad en la mejor ocasión del contrario. Es casi mejor que no disponga de un córner o de una falta favorable: es el anuncio de un contragolpe letal. Le falta organización, picardía y la arrogancia necesaria para saltar con alguna garantía a un campo de fútbol. No sólo le faltan buenos futbolistas, sino que sus pocos jugadores medianamente solventes han perdido la fe en sus posibilidades. Hay algo patético en el funcionamiento de sus centrales, sean quienes sean. Son gente que vive aterrorizada con su oficio de futbolistas. El balón representa para ellos una tortura, tanto para interceptarlo, como para manejarlo. Juegan en un estado de perpetua tensión, agarrotados, abrumados por la idea de hacer aquello que debería definirlos: jugar al fútbol. El virus es contagioso: el Athletic no hace los deberes básicos en ninguna zona del campo. Le esperan muy malos tiempos.

El único peligro que sintió el Madrid fue su propia comodidad. No se vio exigido nunca y en ningún momento del buen juego para evidenciar la superioridad de sus jugadores. El asunto quedó todavía más claro después del tanto de Robinho, que parece despertar cada vez que se enfrenta al Athletic. No resulta difícil. El Athletic estimula a cualquiera. El gol de Robinho fue una continuación de la película que se vio en el partido de San Mamés. Conectó con Guti, magistral en la pared con el brasileño. Del resto se encargaron los centrales del Athletic, desordenados y blandos. Robinho resolvió el mano a mano con el portero, y se acabó. Antes del gol, apenas había ocurrido nada. Después, tampoco. El Madrid no estaba para excesos. El Athletic persistió en su alarmante vulgaridad. Le quedó tan lejos la portería que Diego López estuvo a punto de pillar un resfriado. No se estiró en todo el partido.

El trámite sólo necesitó de un par de detalles de Guti y de la energía competitiva de Sergio Ramos. El chico se toma cada partido como si fuera el último de su vida. No ofrece tregua a nadie. Anotó el segundo tanto en una acción sencilla, pero muy expresiva: apareció en el segundo palo y se llevó el balón con todo. Quizá fue con la mano, o con el pecho. Poco importa. En su vigorosa acción estaba el reflejo de todos los jugadores del Madrid que se hicieron figuras por su espíritu indomable. A Sergio Ramos le corresponde un papel capital en el futuro del Madrid, un equipo que se ha aburguesado en los últimos tiempos. Jugadores como Ramos son necesarios para cambiar unos hábitos muy peligrosos.

Entre los dos goles, no hubo casi nada. Si a Guti se le ocurría infiltrar un pase, la jugada cobraba vida. Por lo demás, poca cosa. Aunque marcó a última hora con un espectacular cabezazo, Soldado pasó casi desapercibido. Baptista remató en dos ocasiones con los mismos resultados de siempre y Robinho ofreció el destello del gol en una noche que le garantizaba una fiesta si lo hubiera querido. La defensa funcionó con eficacia y sin aspavientos, dirigida por Sergio Ramos, que ganó todos sus duelos con Aduriz. El único que dio la nota fue Gravesen, autor de una curiosa transformación. El centrocampista mediocre, pero optimista, de la pasada temporada, se ha convertido en un futbolista descontrolado y desagradable. No se ahorra una patada y va por esos campos con ganas de armar bronca. En un partido sin historia, de una comodidad total, Gravesen le buscó el tobillo a Gurpegui en una entrada alevosa y luego se lió en una bronca considerable con sus compañeros. El hombre no sabe cómo conducir sus impulsos. Es un caso para el diván. El Athletic también es un caso. Más grave todavía. Se trata de la mediocridad llevada a su máxima expresión.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_