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Crónica:FÚTBOL
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Madrid exprime lo que tiene

Un penalti marcado por Roberto Carlos premia el voluntarismo del equipo de Luxemburgo ante un Zaragoza sin alma

Una sabia decisión de Roberto Carlos alentada por Luxemburgo permitió al Madrid sumar una nueva victoria, lo que no es poco en estos tiempos de penurias médicas en la entidad de Chamartín. Del triunfo tuvo mucho que ver Robinho, víctima y verdugo en los tres minutos decisivos del choque. Dos desmarques suyos retrataron a los dos torpes laterales del Zaragoza, Toledo y Ponzio, que arrollaron al brasileño dentro del área. Penalti y penalti. De la ejecución del primero se encargó el propio Robinho, pero César le dejó en vilo al desviar su disparo. Una jugada fallada que permitió a la hinchada descubrir un rasgo sobresaliente de la personalidad de este chico recién llegado al gran escaparate: a Robinho le sobra gallardía. Ante el segundo penalti, el que le hizo Ponzio, el famélico delantero brasileño respondió de forma sensacional. Cogió la pelota de inmediato y se dirigió, con premura y decisión, a redimir su fallo anterior. Ya se sabe que el penalti es esa suerte del fútbol en la que el verdugo puede convertirse en la víctima. Le había pasado a él, pero no se achicó. En esas llegó uno de sus padrinos, Roberto Carlos, le susurró al oído, y apuntó a César. El lateral, por orden del técnico, puso sobre la hierba sus galones y evitó a su compatriota otra posible condena. O un alivio mayúsculo, quién sabe. Pero la actitud de ambos fue irreprochable.

El gol de Roberto Carlos premió la mejor disposición del Madrid que, falto de estrellas y con la alineación parcheada, se vio obligado a exponer una alta dosis de voluntarismo. Todo lo contrario que su rival, un equipo sin alma, tan blando como un bizcocho. Entre las rebajas en la alineación del Madrid y la parsimonia del Zaragoza, el encuentro resultó un tostón hasta que el equipo local metió una nueva velocidad al duelo, lo que no ocurrió hasta la segunda mitad. El equipo maño sedó el partido desde el calentamiento y el Madrid apenas encontró respuesta a la escuálida propuesta del grupo de Víctor Muñoz. Lejos de ensañarse con un equipo tan lleno de cicatrices, el Zaragoza se tomó la tarde de forma pachanguera, a la bartola, sin una chispa de energía, sin ninguna convicción. Así que cerrado el primer tiempo, el conjunto aragonés no había rematado una sola vez, ni al tercer anfiteatro siquiera. No tuvo otra propuesta que abanicar el juego sin ton ni son. Una apuesta birriosa, pero suficiente para complicar la victoria al Madrid, que tiene a la mayor parte de sus patricios en la enfermería.

Luxemburgo no tiene un gran cesto en el que elegir, sobre todo en el medio campo, pero su receta resulta cuestionable. Sin Gravesen y Pablo García, el técnico brasileño ha envidado por una pareja postiza. Como pivote, Sergio Ramos puede ser un recurso de urgencia, porque tiene quite y un pase largo más que aceptable; Diogo, no es nada. A cambio, Luxemburgo mantiene exiliado a De la Red, un centrocampista puro al que se le supone alguna condición interesante, puesto que el Madrid le tiene alistado en el filial, en Segunda División.

Tan poco claro lo tiene el entrenador que en cuanto se lesionó Woodgate, mediado el primer tiempo, dio vuelo a un central —Mejía— al que ubicó como pivote, y retrasó a Ramos. Como si en el eje pueda anclarse cualquier futbolista. Al míster no le gustó el gaseoso experimento y devolvió a Ramos, el mejor de la noche, a su zona inicial. Ciertamente, ante un contrario tan flojo, Ramos no pintaba nada delante de Casillas. En realidad, hasta el propio meta madridista pudo tomarse unas vacaciones durante todo el primer acto. Sólo al inicio del tramo final, cuando Diego Milito ramató al larguero y Savio cargó un par de veces su zurda, se dejó ver el Zaragoza. Y también en el último suspiro, cuando Casilla hizo una soberbia parada tras un zapatazo de Movilla pasado el minuto 90. Un espejismo, porque sólo el Madrid tuvo un guión destacable durante todo el partido. El Zaragoza no tuvo discurso: seco en ataque, lento como pocos en la zona central, y muy confuso en los laterales de su defensa.

Tras tocar fondo en Riazor, el Madrid, que lleva tres victorias consecutivas sin encajar un gol, ha sabido negociar los resultados con lo que le queda sano. Tiene grietas en todo el pasillo de seguridad —Helguera, Pablo García, Baptista y Ronaldo— y le cuesta coser cada alineación. Casillas y Ramos sostienen al equipo atrás; Robinho y Raúl deben poner la dinamita; y Beckham siempre está para cualquier rosca que sea menester. Y queda Guti, claro, autor del fantástico pase a Robinho en el primer penalti. Así, sin muchos más argumentos, pudo con el Zaragoza, al que fue capaz de someter a base de un encomiable ejercicio de fe en la segunda parte, cuando apretó los dientes y metió en la cueva a su pálido rival. Apareció Robinho —aún lejos de aquel jugqador que debutara en Cádiz— y la madurez de Roberto Carlos se encargó del resto. Lo que no es poco: un botín de tres puntos a la espera de que se rehabiliten Ronaldo y compañía. Hasta entonces el Madrid ha encontrado la forma de exprimir lo que le queda. De momento modela a Robinho —ayer superado por César, en el penalti y en un remate cara a cara, pero muy dinámico para barrer el frente de ataque— y admira a Sergio Ramos, un jugador de cuerpo entero que lleva camino de instalarse de por vida en Chamartín.

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