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Crónica:FÚTBOL | Séptima jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

Uranga, el más pillo

La primera derrota del Zaragoza llega tras una pícara maniobra en el área del ariete de la Real Sociedad (0-1)

La Real Sociedad privó a la capital aragonesa de sellar las fiestas del Pilar con un final feliz. Los jugadores del Zaragoza, aunque no desazonados como la mayoría de los jóvenes maños por ingerir cantidades desorbitadas de alcohol, sí parecieron contagiarse de la atmósfera amodorrada de la ciudad. La artimaña de Uranga, la maraña de hombres en el centro del campo, la desafortunada actuación del colegiado y la falta de recursos ofensivos del Zaragoza, hicieron el resto.

Cuando los futbolistas del Zaragoza se estaban quitando las legañas, Uranga los despertó de un susto. O con una picardía que, aún siendo trampa, fue válida porque el árbitro la juzgó erróneamente. Un penalti que no fue. Así, de un centro inofensivo de Xabi Prieto al área, Uranga sacó petróleo. Lo hizo, una vez se dio cuenta de que no llegaba con la cabeza al balón y al notar el aliento de Álvaro por detrás, tirándose a la piscina. Demérito también del central brasileño, que, inocente y en lo que fue un error típico de alevines, extendió los brazos dentro del área como si quisiera contener al mediapunta. No lo tocó, pero la caída voluntaria de Uranga acompañada por sus brazos acusadores, crearon la coyuntura perfecta para que el colegiado corriese hacia el punto de penalti. Tras una paradinha con intención, Xabi Prieto acabó la jugada que segundos antes empezó.

La pillería de Uranga propició el escenario perfecto para el conjunto donostiarra, que se dedicó a esperar las sucesivas embestidas del Zaragoza para salir al contragolpe y buscar a Nihat, auténtico llanero solitario ayer y que realizó un palo en las postrimerías. Y fue idóneo porque ambos equipos, con idéntico sistema, un 4-2-3-1, acumularon sus hombres en el centro de campo. Algo explicable porque Amorrortu, dada la baja de Darko Kovacevic —en Serbia por el fallecimiento de su madre—, optó por remodelar el sistema que habitúa, por desmembrar su delantera y reforzar el medio.

Más ímpetu puso el Zaragoza en triangular, en tratar de circular el esférico en campo contrario. Pero se topó con la realidad: careció de un jugador determinante capaz de avivar un partido adormilado. Ni Savio, que suele ser el encargado de prender la mecha, ni Diego Milito, que mediante diagonales y brega hurga en las zagas rivales, dieron señales de vida. El Zaragoza no encontró la senda del gol ni con superioridad numérica, expulsado Aramburu. Así que recurrió a esa ley no escrita que se conoce como la de compensación. Pero el colegiado no picó con los piscinazos aragoneses. Y la única artimaña válida fue la de Uranga, que se tradujo en la primera derrota del Zaragoza y victoria donostiarra a domicilio.

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