El Málaga saca los colores al Madrid
Pésimo partido del equipo de Del Bosque, que fue superado en todos los aspectos por su rival
El Málaga sacó un resultado peor del que mereció en Chamartín. Le dio un revolcón al Real Madrid, que está tieso. Fracasó de manera tan evidente que el turno de preguntas ya está abierto. Mal organizado, con un dibujo sospechoso y con varios jugadores en un estado pésimo, el Madrid pasó un calvario en medio de la decepción de su hinchada, que se teme un campeonato difícil. Por ahora, a la gente no le gusta nada lo que ve. Y con razón.
El Madrid emitió pésimas señales durante todo el partido. Por ahora, está mal cosido, con gente que habla lenguajes muy diferentes. Por ejemplo, Flavio habla sánscrito. No le entiende nadie y probablemente tampoco él sabe lo que dice. O le asusta el Madrid o no está preparado para jugar en este equipo. Flavio fue la peor expresión de un equipo lleno de carencias que ni tuvo armonía ni hizo valer la categoría de sus lujosos jugadores.
Por categoría, el mejor fue Sandro, que movió al Málaga con una facilidad extraordinaria. Debió de ser una noche muy especial para Sandro, que abandonó el Madrid como un apestado. La afición le detestaba por esas misteriosas razones que habitan en el alma de la hinchada. No era un futbolista para un gran Madrid, pero siempre ha sido un buen jugador de fútbol; muy especial, si se quiere, pero futbolista, algo que no se puede decir precisamente de algunos a los que tanto ha apreciado el público madridista.
A Sandro le ayudó Zárate, y Zárate encontró la colaboración de Darío Silva, y todo el Málaga, en fin, funcionó con el sentido colectivo que le faltó al Madrid. Hubo una constante amenaza de gol en el área madridista, pero no tanto por el hecho de que Casillas se viera abrumado de trabajo, sino por la sensación de superioridad del Málaga en la mayoría de las facetas del juego, excepto en el aspecto defensivo. Sus defensas dieron unas facilidades asombrosas, con errores escandalosos que desestabilizaron al equipo. Así, a pesar de su muy deficiente actuación, el Madrid dispuso de media docena de oportunidades, casi todas propiciadas por la cobertura rival.
El Málaga también tuvo las suyas, especialmente una de Zárate en el segundo tiempo, cuando el público comenzaba temerse lo peor. Y con razón. El Madrid no encontraba ninguna tecla. La incomunicación entre su medio campo y su delantera resultaba evidente. La única posibilidad pasaba por Zidane, a quien no dio tregua Romero. Pero sin faltas. El Málaga no dio una patada en Chamartín. Simplemente, fue mejor.
No hubo hilo entre la defensa, el medio campo y la delantera del Madrid. Muy de vez en cuando, Zidane encontraba alguna salida limpia y tiraba paredes por aquí y por allá, sin demasiada respuesta. En esas acciones se veía al jugadorazo, pero sus apariciones fueron discontinuas, en buena parte por la falta de suministro. Makelele y Flavio fracasaron en la elaboración y tampoco funcionaron defensivamente. Fue el típico caso de una suma improductiva. Uno más uno igual a uno.
Algo de eso debió de observar Vicente del Bosque cuando cambió a Flavio por Solari. La medida tenía miga porque el Madrid pasaba dificultades evidentes y esa decisión suponía jugar con un solo pivote. La incorporación de Solari recuperaba la simetría perdida en un equipo en el que Roberto Carlos tiene que hacer de hombre orquesta por la banda izquierda. Y, aunque el lateral brasileño fue el mejor del Madrid con diferencia, no parece adecuado exprimirle de esta manera.
Antes de que se apreciara el efecto del cambio de Flavio por Solari, el Málaga marcó el gol del empate, que se produjo en el típico despiste de los centrales en el juego aéreo. Darío Silva cabeceó limpiamente ante la pasividad de Hierro y Karanka. La pelota salió rechazada por el palo ante un sorprendido Casillas, que no pudo detener el remate final de Fernando Sanz.
Fue un premio menor para el Málaga, al que correspondió todo el mérito del partido. Porque el Madrid fue un espanto.
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