El Bierzo, en tiempo y forma
Esta comarca limítrofe con Galicia, zona de paso, se agarra a Las Médulas, que se disfrutan más con la luz y la tranquilidad del otoño, y a su parador para que el viajero se quede y no pase por alto Villafranca, con sus palacios de la calle del Agua o la puerta del Perdón de la iglesia de Santiago, justo en el Camino Francés
Todo se conoce ya, por supuesto Las Médulas, en el Bierzo (León), una explotación minera de oro de tiempos de los romanos: una destrucción del entorno (aquí el hombre se lució) a fuerza de crear canales interiores y precipitar grandes cantidades de agua desde depósitos artificiales en altura. El aluvión derrumbaba la montaña y el metal amarillo y brillante aparecía, con mucho trabajo, eso sí, el de la población local, pero no esclava, dicen los estudios. Todo se visita ya también, pero hay horas y hay fechas. Conviene madrugar si uno se queda en el parador de Villafranca del Bierzo, a media hora en coche de este Patrimonio de la Humanidad; y vale más hacerlo en otoño, por la luz y por el silencio, porque a las 9 de la mañana la foto sale mejor que la de Google que le ha llevado hasta allí y porque al amanecer resulta más fácil ver un corzo que un humano en las inmediaciones del mirador de Orellán, un punto accesible para contemplar cómo las paredes de arcilla se elevan sobre robles, encinas y castaños.
Dentro del parador
Villafranca del Bierzo (2.694 habitantes; INE, 2023) se encuentra al lado de la A-6. Siempre ha sido un lugar de paso, cuenta el director del parador, Alberto San Sebastián, sentado junto a una chimenea herencia de cuando este hotel era un albergue de carretera, en 1959. Los viajeros pernoctaban, ponían gasolina y reparaban sus coches. Si el parador de Manzanares (Ciudad Real) acogía a automovilistas de la antigua N-IV, el de Villafranca lo hacía con los de la autovía que une Madrid con Galicia. “Seguimos teniendo clientes de paso, pero también los hay que se quedan dos o tres noches para ver los recursos de la zona”, afirma San Sebastián, nacido en Ponferrada, la capital del Bierzo.
Los recursos que señala el director se dividen en monumentales, como la colegiata de Santa María (que iba para catedral), el monasterio de La Anunciada, los palacios de la calle del Agua y el castillo de los marqueses de Villafranca. O naturales, formados por los Ancares, una reserva de la biosfera por la que practicar senderismo; el valle del Silencio, “zona de eremitas con muchos monasterios”, explica; o Las Médulas –o Médulas, sin el artículo, como dicen los de la zona–: “La mina de oro más grande del Imperio Romano”, describe San Sebastián, que lleva 31 años en Paradores.
Naturaleza para los sentidos
Actividades culturales, turismo sostenible, dinamización de la zona...
Cómo sacarle el máximo partido al entorno del parador de Villafranca del Bierzo
La forma más sencilla de visitar esta explotación a cielo abierto es desviarse de la A-6 con el coche y dirigirse al mirador de Orellán, que cuenta con aparcamiento (4 euros, pero a partir de las 10; madrugar encierra valor). Pero hay alternativas más movidas para aquellos que se quedan unos días en el Bierzo. Existen rutas de senderismo y de cicloturismo señalizadas para practicar deporte y conocer con pausa las cuevas y los canales que formaron parte de esta explotación durante 200 años. Y luego está Marco Barba y sus caballos. Lo primero que hace este experto ecuestre es aclarar que Las Médulas no es solo la foto que aparece en Google en la que se ven las paredes naranjas rodeadas de vegetación. “Es mucho más. Ahora mismo estamos en Médulas”, afirma. Su rancho, en Salas de la Ribera, se incluye dentro de este paraje, por lo que nada más iniciar una ruta a caballo se atraviesan valles de castaños y robles que se incluían dentro de la zona minera. “Hay quien agradece conocer esta parte y hay quien quiere ver la arcilla naranja”, zanja Barba, de 47 años, mientras cita a los caballos desde lejos. Y vienen e imponen.
Las salidas duran una o dos horas para los nuevos y medio día o un día entero para grupos de polacos o alemanes muy aficionados que organizan viajes solo para montar a caballo, explica Barba. En las más cortas, para todos los públicos (también para los que nunca se han subido a uno), se enseña a buscar oro y se encuentra, pero solo pepitas como un grano de arena. Este hombre tranquilo, que responde con precisión si se le pregunta, ofrece rutas por la noche con luna llena o visitas a viñedos. Pero la gran distracción es el animal, por suponer una novedad para muchos. “El caballo me hace estar bien, me mantiene en el presente”, explica. “Te aporta equilibrio, claridad, disciplina. Te ayuda a no recrearte en lo malo, a valorar las cosas que tú aportas”, relata este licenciado en Bellas Artes, que en cierto modo se somete a terapia cada día cuando los cepilla y los monta.
Se empieza preguntando por el Imperio Romano y el oro –siempre tan cautivador, “aunque no sirva para nada hoy”, dice– y se acaba aprendiendo que las pesadas moscas evitan que a los caballos se les infecten las heridas y que la dificultad para domarlos radica en que ellos son presa y tienen miedo. “Llevo sombrero en lugar de casco porque es más probable que me dé una insolación a que me caiga del caballo”, cuenta con suficiencia. Es lo que uno espera oír.
Siria, Juan Manuel y Eva recomiendan
Me gusta adentrarme en el monte, en la zona de Corullón, donde se encuentran los sotos de castaños. Cada propietario pinta sus iniciales en los troncos para saber cuáles son los suyos y así recoger las castañas. Es temporada ahora.
Siria Rodríguez
Gobernanta 12 años en Paradores
Se puede dejar el coche en Balboa y desde ahí caminar cuatro kilómetros hasta Cantexeira, que está lleno de pallozas, unas construcciones de origen celta de dos plantas y con el tejado de paja. Las vistas al valle del Bierzo son muy espectaculares.
Juan Manuel Méndez
Jefe de Administración 24 años en Paradores
Para desconectar me gusta ir por un sendero que transcurre al lado del río Burbia y que se conoce como la ruta de los pozos. Empieza en Villafranca, es circular y se completa en una hora. Se pasa por el pueblo de Puente de Rey. Apto para ir con niños.
Eva Borbolla
Recepcionista 3 años en Paradores
Al volver a Villafranca, si se pasa por Cacabelos, un pueblo a 10 kilómetros, la vista se dirige desde la ventanilla a los viñedos que flanquean la carretera. Verdes y frondosos todavía a finales de septiembre, como los castaños que pueblan la zona. “A medida que avanza el otoño las hojas de estos árboles se empiezan a dorar”, describe Siria Rodríguez, la gobernanta del parador, a días de jubilarse. Lleva unos cuantos años observándolo.
La excursión principal, la ineludible, son Las Médulas, adonde ha llegado una pareja de jubilados. Él es inglés, de Warwick, una ciudad a 14 kilómetros de Stratford-upon-Avon, donde nació Shakespeare. Ella es francesa, de Rennes. “Vamos mirando por el suelo a ver si encontramos oro”, afirma él, bromista, actor de teatro afincado en Álava desde hace 40 años. Están de paso, se dirigen a Ourense. Los que se quedan en la zona, los que reservan varios días, visitan Villafranca en profundidad. Ayudan las explicaciones de Noelia Correa, de Guías Bierzo. Se detiene en la calle del Agua, donde se alinean palacios del siglo XVII a un lado y a otro de la acera; también una casa judía con una estrella de David en el suelo de canto rodado. Está en obras la calle, levantada por completo, desluce un poco la visita, pero por otra parte impide que pasen los coches: tal vez se encuentre en su mejor momento. Correa no necesita amplificar su voz.
Guías Bierzo lo forman tres trabajadoras a tiempo completo todo el año, algo de lo que se enorgullece Correa. Indica que hay público en cualquier época y tiene sentido porque a los peregrinos –por Villafranca pasa el Camino Francés– se les suman amantes de la naturaleza y paseantes de ciudad, viajeros que se mueven por el patrimonio.
Una muestra: la iglesia de Santiago, de estilo románico tardío, con ese arco que ya va volviéndose apuntado, ofrece indulgencia a los peregrinos lesionados que no pueden llegar a Santiago si atraviesan la puerta del Perdón. La colegiata de Santa Cristina, una de las sedes de la XXVII edición de Las Edades del Hombre, una exposición de arte sacro que está abierta hasta el 17 de noviembre. El retablo barroco italiano de columnas retorcidas y colores pastel alojado en el monasterio de La Anunciada. O las esculturas del artista berciano Arturo Nogueira, distribuidas por la ciudad, al aire libre, para contemplar con tiempo, como Las Médulas.