Turismo de interior y en temporada baja: la utilidad de un castillo en el siglo XXI
La fortaleza medieval del pueblo conquense de Alarcón, convertido en parador en 1966, muestra cómo un edificio histórico puede pasar de ser un mero reclamo turístico a contribuir a la supervivencia y desarrollo de una población entera durante todo el año
Algunos estadios de fútbol reciben el tópico de inexpugnables por pueblos como Alarcón. Esta localidad conquense de 156 habitantes era un feudo en el que resultaba casi imposible llevarse la victoria. El río Júcar, que en un eterno meandro lo circunda hasta convertirlo en una península con un único acceso al resto de la comarca de La Manchuela, lleva millones de años dibujando un paisaje escarpado y bello en sus alrededores, un foso natural.
Con tres líneas de murallas defendidas por torreones, el pueblo conserva otras tantas puertas atravesadas por una carretera de un solo carril donde los vecinos ceden el paso a visitantes que proceden del Reino Unido, de los Países Bajos o de Valencia. Llegan en sus coches para asomarse a las cuatro iglesias de gran valor patrimonial que se conservan en, su momento, esta importante plaza que llegó a tener 3.000 habitantes en el siglo XVI (cuando incluso Albacete era una aldea de Alarcón); para recorrer los senderos en paralelo al cañón que forma el río; y para visitar el castillo construido por Alfonso VIII sobre la anterior alcazaba tras conquistar la ciudad a los musulmanes en 1184. Esta fortaleza se convirtió en 1966 en parador, lo que prueba que lo que antes servía para protegerse, hoy se emplea para abrirse y expandirse. Un edificio histórico que atrae a los de fuera para que no tengan que irse los de dentro. O, al menos, no todos.
EL PARADOR Y SU COMARCA
A la expansión turística de Alarcón iniciada por el parador hace más de medio siglo contribuyó el Ministerio de Cultura, que declaró al entorno conjunto histórico-artístico en 1981, y la Unesco, que otorgó protección en 1997 por su alto interés a las pinturas murales creadas por el artista conquense Jesús Mateo en la antigua iglesia de San Juan Bautista. Una obra de arte que ocupa los 1.500 metros cuadrados de pared y que se financió con la aportación constante de unos mil mecenas antes de que el concepto crowdfunding se empleara por doquier y de empresas de la zona. El Ayuntamiento de Alarcón contribuyó con la cesión de una vivienda al pintor y el parador, con la manutención, en una muestra de que las ideas buenas no se malogran. La asociación Amigos de las Pinturas Murales gestiona el museo y vela por la conservación de la obra.
Esa expansión llega a viajeros procedentes de Europa como el matrimonio de jubilados neerlandeses Philomena Frissen y Bastiaan Ponte que, tras recorrer el litoral peninsular tiempo atrás, se han embarcado en un viaje de cinco semanas por una España más despoblada que les va a llevar a cuatro paradores, entre ellos, al de Alarcón. “Hemos estado en más de 100 países. Somos viajeros de verdad”, afirma Frissen, antigua funcionaria del Estado en su país, para dejar claro que saben lo que hacen. Por la mañana realizaron una caminata de tres horas por las hoces del Júcar –existen dos rutas circulares–; a mediodía subieron a la renacentista torre del homenaje, que ofrece unas vistas hasta los límites con la Comunidad Valenciana y que también está abierta para los visitantes que no se hospedan en el castillo; por la tarde dieron un paseo por el pueblo, con las mencionadas iglesias y la grande y cuadrada plaza mayor manchega como atractivos; y por la noche cenaron y durmieron en el parador antes de dirigirse a Teruel a la mañana siguiente.
VISITANTES Y VISITADOS DE ALARCÓN
Javier Álvarez, el director del parador, subraya la importancia de los visitantes que apuestan por el interior y lo hacen en otoño o en invierno: “Supone un gran potencial económico para estas zonas”, confirma. Y aporta una de las razones por las que este tipo de turistas eligen lugares menos conocidos: “Algunos veraneaban en la costa española cuando eran más jóvenes. Ya mayores, siguen viniendo, a veces con sus hijos, para conocer el interior”, afirma este jienense, que también dirige el parador de Albacete. Sirva el caso de Andrew y Martina Wintour, una pareja que procede de la isla de Jersey (Reino Unido). Tomaron un ferry desde Plymouth hasta Santander para poder traer el coche. Los padres de Andrew compraron un piso en Alicante en 1971, como tantos británicos que se asentaron en el Levante. Grandes conocedores de España, esta pareja formada por un inglés y una irlandesa se han hospedado en 35 paradores, de una red formada por 96 hoteles. Hospedados en el de Alarcón, vienen de caminar por las hoces del Júcar bajo la luz anaranjada de las tardes de otoño.
Las estrechas relaciones que propicia el parador
El potencial económico al que se refiere Álvarez, que forma parte de Paradores desde 1992, atañe a los trabajadores del hotel, al resto de negocios que se benefician de la llegada de turistas –incluidos otros alojamientos existentes en la zona– y, en el caso concreto de Alarcón, al pueblo entero. Ya no es que los residentes mantengan una estrecha relación con el parador, sino que son la misma cosa. Vicenta Carretero, oriunda del municipio cercano de Olmedilla de Alarcón, tiene 67 años y trabajó en el hotel desde los 14 hasta los 61. Allí conoció a su marido, Rafael Alarcón, que ejercía de recepcionista. Su hija Pilar, que ha decorado unos muros que cubren los contenedores del pueblo con frases del infante Don Juan Manuel (autor de El conde Lucanor y al que Fernando IV le otorgó el señorío del pueblo), trabaja en el parador de camarera. Pero es que otra empleada se casó con el dueño del restaurante La Cabaña, otra más está emparentada con uno de los pocos ganaderos que quedan en el pueblo…. Las relaciones se dan igual que se darían en otro lugar, pero son más elocuentes al converger todas de una u otra manera en el parador y convertirlo casi en un lugar sagrado.
DENTRO DEL PARADOR
Otro hijo del parador es el guía turístico Jesús Mallor. Su padre, aragonés, fue el administrador del hotel durante mucho tiempo. Mallor, que estudió Empresariales en Albacete y se formó como guía en Valencia, fundó junto a su pareja la empresa Alarkum en 2000. Realizan tours por las cuatro iglesias –una de ellas convertida en el museo con la obra de Jesús Mateo y otra, en auditorio– y por el castillo. “Con la apertura del parador todo se fue renovando”, afirma Mallor, de 49 años. Se rehabilitaron los templos o se les dio nuevos usos, en una localidad cuidada y amable, fortificada pero no de cuento, sino muy real: un pueblo manchego con un patrimonio de gran valor y bien conservado.
“Las iniciativas privadas surgieron de gente de fuera, que crearon negocios orientados a los turistas. Los de aquí pensaban al principio que lo suyo era la agricultura o la ganadería”, asegura. “Más tarde se fueron sumando con la apertura de casas rurales, posadas, restaurantes… Incluso una galería de arte, que está operativa los fines de semana”, explica, y que se toma las vacaciones en verano cuando aprieta el calor y los visitantes prefieren la playa. Las iniciativas locales se mezclan con las de nuevos vecinos que se asentaron en Alarcón atraídos por el tiempo. Un tiempo que cunde, y mucho.
PARADORES RECOMIENDA
Una tienda para todo y para todos
María del Carmen Pinilla, que procede de Arganda del Rey (Madrid), se instaló en Alarcón a finales de 2019. Abrió un establecimiento, que es panadería y restaurante y bar de copas y tienda de la esquina y mentidero: los más mayores del lugar se reúnen para tomar el café en su terraza y para pasar revista a sus quehaceres, una forma de ocupar el tiempo.
—¿Por qué te fuiste de Madrid?
—Porque en Alarcón se vive con menos. Se necesita menos, se trabaja menos; se tiene más tiempo libre, el mayor lujo que existe.
Pinilla afirma, no obstante, que hay que saber salir de Madrid, que cuesta instalarse en una localidad tan pequeña. Esta madrileña de 37 años tiene la tienda en Alarcón pero vive con sus hijos en Motilla del Palancar, el pueblo al que se va al médico, al instituto y a la compra. Sus padres vinieron de avanzadilla tiempo atrás y montaron un hotelito en Alarcón. “No les unía nada al pueblo. Compraron un terreno y se quedaron a vivir”, cuenta esta interiorista. A esto se une un nuevo tipo de habitante foráneo que se está asentando en el pueblo: el de los trabajadores que instalan placas solares y aerogeneradores en las inmediaciones del municipio. Vecinos de diario que contrastan con valencianos y madrileños –Alarcón se encuentra pegado a la A3, a mitad de camino de ambas capitales– que buscan estirar el tiempo el fin de semana para que parezcan vacaciones.
TRES SALIDAS SIN SALIR DE LA REGIÓN
La tienda de Pinilla, Canela en Rama, se adapta a la población local con la venta de productos básicos, y a los clientes que proceden del parador con manjares de la tierra, como sus propios dulces, las perdices escabechadas y el lomo de orza. Estos dos últimos proceden de El Colorao, situado en Motilla del Palancar. En La Manchuela abunda la caza y una forma de conservar el género cuando no había refrigeradores era escabecharlo, esto es, cocinar la carne a fuego lento con ajo, zanahorias, cebolla y cocerla posteriormente en vinagre y vino blanco. Los hermanos Alberto y Vanessa García heredaron El Colorao, el negocio de conservas de su padre, y hoy emplean a cinco trabajadoras. Realizan venta directa en la fábrica, comercializan sus productos a través de la web y son proveedores del parador desde hace 10 años. Una tienda, la de Pinilla, que se nutre de los clientes del parador, pero que al mismo tiempo complementa los servicios del hotel al ser un lugar donde parar y comprar, un escaparate de lo que sucede en la zona.
Alarcón, abierto todo el año, reclama atención fuera de los meses de verano con su cada vez más cuidado patrimonio, con una poco conocida pero rica y variada gastronomía y con un entorno natural apto para los muy mayores y sus hijos adultos o estos con los suyos más pequeños. Todo lo inexpugnable que resultaba antes esta península, como si fuera el estadio del mejor equipo de fútbol del mundo, se ha tornado un lugar muy accesible para sus visitantes, nunca más asaltantes, y sus vecinos.