‘Scherzo’ celebra su 40º aniversario con una sobredosis deslumbrante de virtuosismo pianístico
La revista de música clásica reúne en el Auditorio Nacional a diez solistas de primer nivel que interpretan durante más de tres horas; destacan el Boulez de Aimard, el Beethoven de Fellner, el Prokófiev de Volodin y el Schubert de Leonskaja
En diciembre de 1985, ocho melómanos, bajo el liderazgo de Antonio Moral, emprendieron la empresa de crear en España una nueva revista de música clásica. Una publicación “exigente, informada, vital”, según proclamaba su primer editorial, “sin pretensiones dogmáticas, sin afán de enseñar o dirigir, sino únicamente de ayudar a comprender”. Cuarenta años después, Scherzo es un referente internacional de la clásica en español, tanto en su edición impresa como en su página web, actualmente bajo la dirección de Juan Lucas.
La revista instauró en 1986 la singular tradición de celebrar su supervivencia anual con un recital de piano. Para su tercer aniversario, en 1988, se programó la actuación de Claudio Arrau, en el que sería su último recital en España. El décimo cumpleaños derivó, en 1995, en una serie de actuaciones que reunió a Maurizio Pollini, Krystian Zimerman, Maria João Pires, Alicia de Larrocha y Sviatoslav Richter, en su última visita a nuestro país. De aquella experiencia nació el Ciclo de Grandes Intérpretes, que celebra ahora su 31ª edición y mantiene viva la tradición de presentar en Madrid a los pianistas más destacados de la actualidad.
Para celebrar el 40º aniversario de la revista, Moral organizó el pasado lunes, 1 de diciembre, una verdadera maratón de más de tres horas en la sala sinfónica del Auditorio Nacional. Diez pianistas de varias generaciones, desde la joven francesa Arielle Beck de 16 años a la gran dama georgiana Elisabeth Leonskaja de 80, que fueron apareciendo en solitario para tocar una composición o un breve programa de unos 20 minutos. Todos han participado en esta celebración de forma desinteresada y lo recaudado será destinado por la Fundación Scherzo a becas para jóvenes instrumentistas.
La velada, que pudo seguirse en directo por Radio Clásica y visualizarse por streaming a través de la plataforma RTVE Play, se abrió con música de Bach. La francesa Arielle Beck (París, 16 años) eligió para su debut en los conciertos de Scherzo la Suite inglesa núm. 2, BWV 807. Su interpretación destacó por su claridad y sensibilidad, con un exquisito jeu perlé, aunque acompañada de decisiones interpretativas singulares. Privilegió la nitidez sobre la energía en el preludio, suprimió una repetición en la courante y prácticamente limitó los adornos a las repeticiones de la zarabanda, que no logró elevar. No obstante, su ejecución cobró una narrativa mucho más fluida y flexible en las dos bourrées y en la giga final.
El primer hito musical de la noche lo protagonizó, a continuación, su compatriota Pierre-Laurent Aimard (Lyon, 68 años), con una magistral interpretación de las tempranas Douze Notations pour piano, de Pierre Boulez. Su lectura humanizó el radicalismo del compositor de Montbrison —de quien se conmemora este año el centenario— y lo acercó a sus primeras influencias: Ravel, Messiaen y Webern. Pero fue el virtuosismo de Aimard, junto con su profunda comprensión de esta música, lo que le permitió explorar insospechados matices expresivos, como esos clusters sin pedal en el registro más grave, tocados en pianississimo (ppp), en la núm. 9 Lointain – Calme, que parecían surgir de ultratumba.
A continuación, Till Fellner (Viena, 53 años) ofreció una excelente interpretación de la Sonata núm. 27, op. 90, de Beethoven. El pianista austriaco halló el tono poético justo para contraponer la tensión discursiva del primer movimiento con el carácter conversacional del segundo, a la luz de las supuestas influencias amorosas del compositor, según el poco fiable Anton Schindler, en la relación entre el conde Moritz von Lichnowsky y una cantante vienesa. Brillaron la compostura y el equilibrio de su mentor, Alfred Brendel.
Por el contrario, Paul Lewis (Liverpool, 53 años) no logró encontrar la misma fuerza narrativa en los Tres Intermezzi, op. 117, de Brahms. No lo tuvo fácil, con la distracción constante de teléfonos móviles sonando en momentos cruciales. En el primero apenas se vislumbró la balada escocesa del siglo XVI que cita Brahms, con esa sección central donde Lady Anne Bothwell sueña en mi bemol menor con su esposo muerto. En el segundo, no llegamos a conectar con la tristeza resignada expresada mediante una melodía entrecortada en si bemol menor, pese al exquisito legato de Lewis. Su distanciamiento expresivo en el tercero impidió elevar este tríptico de nostalgia marcado en la sección central por la huella de Schumann.
El programa más interesante de toda la velada lo interpretó Christian Zacharias (Jamshedpur, India, 75 años) antes del descanso. Resultó asombrosa su capacidad para fusionar el refinamiento tardobarroco de la Sonata K. 158 de Scarlatti con la última improvisación de Poulenc, compuesta más de dos siglos después como homenaje a Édith Piaf. La tonalidad de do menor, empleada como hilo conductor, le permitió regresar al siglo XVIII para abordar Las sombras errantes de Couperin y avanzar hacia el fascinante Haydn de la Sonata Hob. XVI:48, ahora en do mayor, aunque impregnada de la intensidad expresiva del Sturm und Drang. Concluyó con un vivaz e ingenioso rondó, del que el pianista alemán extrajo toda su chispa, aunque por momentos sonara algo enmarañado.
La segunda parte se abrió con otra joven figura destacada del piano actual, Alexandra Dovgan (Moscú, 18 años), ampliamente reconocida como protegida de Grigori Sokolov. La pianista rusa delineó con autoridad y un poderoso sonido el arco del Preludio, coral y fuga de César Franck, apoyándose en todas las variantes del tema cíclico que estructura la obra. Su interpretación reveló una sorprendente madurez en la naturalidad con que fluye su virtuosismo, aunque también cierta limitación expresiva para acercar esta música al ámbito de la meditación que defendía Alfred Cortot.
A Juan Floristán (Sevilla, 32 años) le ocurrió algo parecido con la Fantasía Bética, de Falla. La demostración técnica del único representante español en esta maratón fue apabullante, pero, en su afán por aproximar el sonido de Falla a la modernidad de Stravinski, la música del compositor gaditano pierde la autenticidad y el espíritu que solemos asociar con el duende. Gracias a su innato sentido del color sonoro, le fue mejor con los efectos tímbricos de Alborada del gracioso, de Ravel.
Tampoco fascinó Yulianna Avdeeva (Moscú, 40 años) con Chopin. La pianista rusa, reconocida autoridad en el compositor polaco tras ganar en 2010 el prestigioso concurso internacional de Varsovia dedicado a su música, ofreció una versión de la monumental Fantasía, op. 49 destacada por su solidez y rigor discursivo, aunque limitada en flexibilidad expresiva y espontaneidad dramática. Fue una lectura moderna e intelectual de Chopin no exenta de algún pasaje discutible, que igualmente acusó falta de mayor elegancia en el Vals, op. 42, pese a una brillante exhibición de virtuosismo y autoridad.
Quizá resultó innecesario que Alexei Volodin (San Petersburgo, 48 años) iniciara su breve actuación con más Chopin. Su interpretación del Nocturno op. 15 núm. 2 fue una elocuente muestra de su implacable técnica y su excelente dominio de la gama dinámica. Sin embargo, lo más relevante de su presentación fue la sobrecogedora versión de la Sonata núm. 7 de Prokófiev. Compuesta en 1942, en pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial, esta obra enfrenta en su primer movimiento la violencia exterior del conflicto con la intimidad del sufrimiento. El pianista ruso se esmeró en llevar al límite esos contrastes dramáticos, especialmente en la sección central del andante caloroso, donde los estallidos armónicos fueron reveladores. El público rompió en aplausos al final de este segundo movimiento, aunque aún faltaba la tensa y deslumbrante demostración de virtuosismo que supuso, en sus manos, el célebre precipitato, con ese martilleo asimétrico y obsesivo que desató la ovación más entusiasta de la noche.
Todo culminó con la autoridad musical de Elisabeth Leonskaja (Tiflis, 80 años), en su interpretación de la Fantasía “Wanderer” de Schubert. La pianista georgiana se ha consagrado como una de las grandes intérpretes de esta obra virtuosa que tanto fascinó a Liszt. Así lo evidenció con un inicio arrollador, sustentado en el motivo cíclico dactílico que estructura la pieza. A partir de ahí, desplegó una ejecución plena de contrastes y conexiones sutiles. Su lectura del adagio ha ganado en solemnidad, al tiempo que profundiza en cada una de las variaciones. El scherzo avanzó in crescendo, alternando fuerza y lirismo en los dos tríos. Culminó con un allegro final de intensidad sinfónica, desde la afirmación poderosa de la fuga hasta su stretta conclusiva, que, gracias al virtuosismo triunfal de Leonskaja, se convirtió en un colofón ideal.
Scherzo. 40º aniversario
Obras de Bach, Boulez, Beethoven, Brahms, Scarlatti, Poulenc, Couperin, Haydn, Franck, Falla, Ravel, Chopin, Prokófiev y Schubert.
Arielle Beck, Pierre-Laurent Aimar, Till Fellner, Paul Lewis, Christian Zacharias, Alexandra Dovgan, Juan Floristán, Yulianna Avdeeva, Alexei Volodin y Elisabeth Leonskaja (piano).
Auditorio Nacional de Madrid, 1 de diciembre.