La extraordinaria vida de Mike Kennedy, voz de Los Bravos y genuino rebelde hasta hoy

Fue la primera estrella del rock español. Lo tuvo todo, pero lo perdió por un comportamiento anárquico, hipocondriaco y estrafalario. “He sido mi peor enemigo. Sé duro conmigo”, dice desde una residencia en Vitoria, a punto de cumplir 80 años

Mike Kennedy con la editora de revistas de música Bertha Yebra, simulando su boda en 1973 para un reportaje en 'Popular 1'.Martin Frias

Mike Kennedy sabe que ya no va a cantar más en público. Quizá por ello se desquita entonando con su actual voz limitada (pero aún arañando) alguna melodía mientras cuenta su extraordinaria historia a EL PAÍS desde la habitación de una residencia en Vitoria. Le gusta canturrear especialmente un tema, Louisiana, de su etapa en solitario (concretamente de 1970) y compuesto por Fernando Arbex. Mike Kennedy fue la primera e...

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Mike Kennedy sabe que ya no va a cantar más en público. Quizá por ello se desquita entonando con su actual voz limitada (pero aún arañando) alguna melodía mientras cuenta su extraordinaria historia a EL PAÍS desde la habitación de una residencia en Vitoria. Le gusta canturrear especialmente un tema, Louisiana, de su etapa en solitario (concretamente de 1970) y compuesto por Fernando Arbex. Mike Kennedy fue la primera estrella del rock español en el sentido más canónico: por el abrumador éxito como cantante de Los Bravos, locura adolescente incluida; por una despreocupada forma de vivir; por su contumaz rebeldía, y por su inevitable decadencia. “Era una fuerza de la naturaleza. Cantaba tan bien como Gene Pitney o Del Shannon, con el mismo registro, pero con más volumen en la voz. No había nadie por estos lares que tuviera una voz tan peculiar”, afirma para este reportaje Miguel Ríos, compañero de generación. Pero Kennedy no solo fue eso. Un alemán aterrizado en la España de los sesenta con un carácter estrafalario, una enorme hipocondría y una actitud casi anarquista inédita en un país asustadizo y prusiano con Franco en el poder. “Siempre he sido mi peor enemigo. Confío en que seas duro conmigo”, se despide Kennedy del entrevistador. Pero para llegar a ese momento, quedan muchas aventuras por contar.

En bastantes imágenes de su época dorada, Mike Kennedy posa con unas molonas gafas tintadas. Hoy va sin ellas, y se pueden ver unos bonitos ojos azul cielo, que se llenarán de lágrimas en algún momento de la charla, mientras rememora su vida. En la habitación nos acompaña Begoña Arteaga, su ángel de la guarda durante los últimos 15 años, una vitoriana que ha intentado poner orden en la caótica vida de un hombre ingobernable. “Si no llega a ser por Begoña estaría muerto”, reconoce el cantante, que en abril cumplirá 80 años y al que de momento no se prevé una vida fuera de un lugar donde se le ofrezcan cuidados permanentes.

La formación clásica de Los Bravos en una imagen promocional de los años sesenta. Desde la izquierda, Manolo Fernández (fallecido en 1968), Pablo Sanllehí, Mike Kennedy, Tony Martínez (fallecido en 1990) y Miguel Vicens (fallecido en 2022).

Michael Volker Kogel (su nombre real) no tuvo una buena relación con sus padres. Su madre era esbelta, sofisticada, una actriz con un carácter expansivo que sin duda heredó su hijo. Su padre, que trabajaba en un cabaret de actor, apenas convivió en familia. “Mi madre era muy guapa y deseaba vivir la vida. Tenía al hombre que quería. En el sentido emocional y de cuidados se puede decir que no tuve padres”, cuenta con cierta tristeza Kennedy. Su madre se suicidó con 65 años. “Me crie con mi abuela, que lo fue todo para mí. Era testigo de Jehová y me lo inculcó. Aunque luego se me pasó el fervor”. Le duró unos años, porque para el primer viaje de Los Bravos a Estados Unidos, a mediados de los sesenta, Mike se negó a volar: en aquella época las autoridades estadounidenses obligaban a vacunarse a los visitantes y él dijo que era testigo de Jehová “y no podía”. Luego le convencieron.

De un oscuro Berlín de los cuarenta, donde nació, pasó a vivir en Colonia con su madre y su padrastro. Allí estuvo trabajando de aprendiz de maestro cervecero y actuando por las noches en clubes. “Aprendí a cantar porque era un gran fan de Elvis Presley. Le imitaba vocalmente, en los gestos y hasta en cómo se peinaba. Pat Boone, Eddie Cochran y Ricky Nelson también me encantaban”, explica. Aprendió inglés (y muy bien) escuchando la Berlín American Forces Network, la emisora para los soldados americanos destinados en Alemania.

Su vida se transformó cuando coincidió en un club de Colonia con unos músicos españoles, de Mallorca, a los que les habían organizado una gira por Alemania, Los Runaways. Como el cantante tuvo que regresar a España con las cuerdas vocales destrozadas después de jornadas de ocho horas, Kennedy pasó a ocupar la plaza de vocalista. Así nacieron Mike and the Runaways, que después de la experiencia alemana regresaron a Mallorca. “Fue una liberación venir a España. Mi intención no era triunfar, sino tumbarme en la playa a disfrutar del sol”, cuenta.

Ya en España, Los Sonor, conjunto establecido, fichó a Mike y a parte de los Runaways. Aquí entra en juego Manolo Díaz, compositor, cazatalentos y años después presidente de multinacionales como CBS y Emi: “Los Sonor me dijeron que fuera a ver a su nuevo cantante, que era muy bueno, pero estaba completamente loco y era cleptómano y anarquista. Nada más subirse al escenario en un club de Madrid, Mike se puso el micrófono en el culo y se tiró un enorme pedo. Estamos hablando de mediados de los sesenta en España. Eso era muy punk. Pero luego se puso a cantar y era impresionante. Les recomendé a Los Sonor seguir con él y aguantarlo, porque su voz y su forma de cantar estaban entre las mejores del pop-rock mundial. Les dije: ‘No podéis perderos esto, os va a hacer millonarios”.

Postal repartida entre el club de fans de Mike Kennedy a principios de los años setenta.

Díaz contactó con Alain Milhaud, un francés instalado en Barcelona que internacionalizó el pop español de los sesenta con sus producciones. Faltaba una tercera pata: Tomás Martín Blanco, creador de El Gran Musical (Cadena Ser). Ya estaba el plan en marcha: Díaz componiendo, Milhaud de productor y manager (con contactos en Reino Unido y Estados Unidos) y Martín Blanco para expandir las canciones en las ondas. Habían nacido Los Bravos, “la banda española más exitosa e internacional de todos los tiempos”, cuenta Salvador Domínguez, autor del libro Bienvenido Mr. Rock, la historia del pop-rock en español.

Black Is Black estaba compuesta por la nómina de escritores de la discográfica Decca, en Londres. Se grabó en la capital inglesa bajo las estrictas reglas del sindicato de músicos de allí. Todos los instrumentos que se grababan en el Reino Unido debían tocarlos profesionales ingleses. Los cinco Bravos viajaron a Londres, pero solo trabajó Mike, el cantante. La leyenda de que en Black Is Black tocó Jimmy Page, fundador de Led Zeppelin, no está clara. Resulta más verídico que John Bonham, impetuoso batería de Led Zeppelin, participase en Bring A Little Lovin, otro éxito internacional de Los Bravos.

“A mí no me gustaba Black Is Black, y me sigue sin gustar. Me parecía una melodía facilona y una letra que no dice gran cosa”, señala hoy Kennedy, aferrado al autosabotaje. La canción fue número uno en España y Canadá, dos en Inglaterra y cuatro en Estados Unidos. Todo entre 1966/67. Manolo García tenía 13 años y estaba lejos de formar El Último de la Fila. “Que Black Is Black entrara en las listas inglesas y americanas era motivo de orgullo para los adolescentes españoles de la época. Era como: ‘Hostia, una banda española triunfando en Estados Unidos. Qué pasada”, explica por teléfono. Y añade: “Los Bravos, Los Brincos, Los Mustang… Colonizaron con música un país yermo culturalmente. Eran tiempos de dictadura, muy grises y la cultura era un disparate. Ellos trajeron aire fresco… La gente joven de esa época estaba deseando respirar. Fue un soplo de modernidad. Y a la dictadura también le convenía abrir la mano, aunque fuera de mala gana”.

Portada de 'Black Is Black'. Mike Kennedy es el segundo por la izquierda.

Kennedy dotaba al grupo de un aire cosmopolita: cantaba en un inglés fluido y poseía un carácter desinhibido del que carecían los españoles. Los temas en castellano los afrontaba con el peculiar acento de un extranjero. Estas canciones, además, ofrecían sutiles mensajes que la censura no captaba (o los dejaba pasar): los temas que les componía Manolo Díaz ponían en primer plano a la juventud, la diversión, cierto aire de libertad.

La vida de Los Bravos fue efímera, algo más de dos años en su época de éxito (1966-1968), pero intensísima. Filmaron dos películas de amplia aceptación popular (Los chicos con las chicas, 1967, y ¡Dame un poco de amooor...!, 1968) y funcionaron con excentricidades de estrellas. Presentaciones en los cines de la madrileña Gran Vía (entonces avenida de José Antonio) donde llegaban en carrozas de caballos, aterrizajes en helicópteros para actuaciones en plazas de toros, Kennedy irrumpiendo en el escenario en una moto… No fue un grupo de un solo éxito. Cada canción que publicaban tenía una enorme repercusión, tanto si era en inglés como en el español de Kennedy: Black Is Black, Bring A Little Lovin, La moto, Los chicos con las chicas Canciones beat o de vigoroso soul-rock, siempre empujadas por la voz agresiva y potente de Kennedy. Les lastró económicamente (sobre todo cuando llegaron los tiempos duros) no haber sido los compositores, ya que no cobraron derechos de autor, que sin duda les hubiesen sacado de apuros. Manolo García incide en la importancia de los filmes: “Había mucha inocencia e ingenuidad en España, así que la gente joven entraba al trapo de todo lo que fuera juerga, fiesta, rocanrol, porrazos, ligoteos, beber, fumar… Y eso estaba en las películas de Los Bravos. Era abrirse a los placeres hedonistas de la vida que el régimen militar reprimía”.

Kennedy asume que su carácter difícil provocó en buena medida la ruptura de Los Bravos. El cantante llevó durante mucho tiempo a un médico que estaba en nómina del grupo y no se separaba de él. Lo explica: “Era y soy un hipocondriaco perdido. Todo empezó antes de un concierto en Estambul, en 1967. Quería probar el hachís de allí, y lo mezclé con alcohol y anfetaminas. Las anfetaminas las tomábamos como bocadillos. Para aguantar, porque tocábamos ocho horas seguidas. Entonces, con ese cóctel, fui a actuar y me sentí fatal. Tenía arritmias, pensé que se me paraba el corazón, me tenía que apoyar con una mano en la pared… Aquello se convirtió en una obsesión y a veces me viene todavía. Es como tener hormigas que me recorren el cuerpo. Así que llevaba siempre al médico, para que me calmase. Pero nunca tuve problemas con las drogas fuertes. Solo hachís, anfetaminas y cubatas. Vi algún tripi, pero nunca lo tomé. Me daba miedo”. Miguel Ríos aporta algún dato: “Cuando se fue de Los Bravos coincidí unos años con él en el circuito de bolos en su carrera como solista. Me asombraba su aguante para pimplar y luego salir a cantar como si nada, ni un desafine. Es posible que Mike fuera tímido y necesitara beber para combatir el miedo escénico. Y cantando bien se ha tirado un largo tiempo en la brecha”.

Mike Kennedy, en una imagen promocional de los setenta.

Otro suceso marcó el final de Los Bravos. En abril 1968, Manolo Fernández, el teclista, tuvo un accidente de coche en el que murió su mujer. Un mes después, Fernández, sin superarlo, escribió una nota de despedida, compuso en su casa un altar con las fotos de su esposa fallecida y se pegó un tiro con una escopeta. En aquella época el suicidio era un tema oscuro sobre el que no había debate. Esta tragedia, la mala relación del resto del grupo con Mike Kennedy y la promesa de Alain Milhaud de una exitosa carrera en solitario para el vocalista acabó con la mejor etapa de Los Bravos, que continuó despeñándose en popularidad con otros cantantes.

Kennedy publicó en los setenta buenos trabajos, pero nunca llegaron al nivel de éxito de sus canciones con el grupo. Él continuaba sin atender a reglas, asunto que tampoco ayudó. “Me negaba a cantar algunas canciones que me pasaba Milhaud. Le tenía que haber hecho más caso, pero siempre tuve un carácter difícil. Me hago daño a mí mismo. Hasta actualmente me pasa. Lo he lamentado muchas veces, pero caigo siembre en la misma trampa. Tendría que haber sido más exigente conmigo mismo, pero he sido un narcisista engreído”, se fustiga. Manolo Díaz reconoce: “Mike no tenía sentido del negocio ni de una disciplina para promover su carrera. Milhaud y yo nos aprovechamos de su enorme categoría como intérprete, pero no le supimos ayudar a establecerse. Continuó siendo un anarquista”.

Como director de discográficas, Díaz ha trabajado con decenas de intérpretes, de Julio Iglesias a Bunbury: “De todos los que he conocido, Mike fue el más desapegado del negocio musical, al que menos le importaba. Le gustaba el éxito, pero no hacía nada por conseguirlo. Al contrario, todo lo que hacía era para ponérselo a él mismo más difícil. Pero su voz y su forma de cantar… Nunca existió en España nadie que pudiera competir con él en el pop-rock. Ni siquiera hoy en día”. La editora de la revista Popular 1, Bertha Yebra, que conoce a Kennedy desde hace 50 años, comenta por teléfono: “Junto con Nino Bravo ha sido la mejor voz que ha tenido la música española. En su época de mayor popularidad y cuando ganaba dinero te daba lo que le pidieras. Y entraba en un restaurante e invitaba a todo el mundo a comer. Era una estrella loca y extravagante”.

En los ochenta llegó la etapa dorada del pop español y borró a los músicos de los sesenta. Kennedy siguió viviendo aventuras: actuó por Latinoamérica (“en El Salvador casi me secuestra la guerrilla”, informa); participó en varias etapas en reformas poco triunfadoras de Los Bravos; vivió en Barcelona, Mallorca, Valencia, Madrid; formó parte de giras nostálgicas con otros músicos de los sesenta… “He llegado a tener mucho dinero, pero como vino se fue”, confiesa. Los últimos 15 años Kennedy ha residido en Vitoria, solo, en un piso cuarto sin ascensor, un apartamento de unos 40 metros cuadrados. “Allí fui feliz”, reconoce. Se daba paseos en bici y acudía a alguna actuación en pequeñas salas, a veces cantando en playback y por un puñado de euros. Todo gestionado por Begoña Arteaga, 70 años, su cuidadora durante los últimos años y hasta hoy. “A mí me gustaban Raphael y Mike Kennedy. Me hice del club de fans de Mike cuando era una jovencita. Junto con mi marido le seguimos mucho y más o menos estuvimos en contacto. Y hace 15 años propuse a Mike que se viniera a Vitoria”. Begoña ha sido desde entonces casi el único apoyo del cantante. Ella le ha cocinado y se ha ocupado de sus asuntos, buscándole recitales aquí y allá. También gestionando con asuntos sociales su situación actual, ya que Kennedy no tiene pareja ni hijos. Su único familiar es un hermano por parte de madre que vive en Alemania y con el que no se ve, pero habla ocasionalmente por teléfono.

En octubre, Kennedy sufrió una caída en su casa vitoriana y Begoña se lo encontró tirado en el suelo. Llevaba 24 horas tumbado, con heridas. Este percance se sumó a otros problemas de salud. Desde entonces no ha salido de hospitales, hasta llegar a la residencia donde vive. Mejora poco a poco, pero necesita ayuda para caminar. Su último concierto fue en 2016, en Madrid, en un espectáculo llamado Pioneros Madrileños del Pop, y donde compartió escenario con miembros de Los Pekenikes, Los Brincos, Los Pasos o Micky.

Mike Kennedy y Begoña Arteaga, en 2020.Begoña Arteaga

Kennedy no posee bienes: ni casa ni coches ni otro tipo de activos materiales. Su situación económica dista de ser buena. No fue autor de los grandes éxitos de Los Bravos y no cobra por ello. Sí como intérprete. Cuando Quentin Tarantino incluyó Bring A Little Lovin en Érase una vez en Hollywood (2019), a Mike, intérprete de ese tema, le llegó “algo de dinero”. Manolo García está realizando gestiones para que las asociaciones de intérpretes y autores españoles se hagan cargo de su situación. “Me parece una salvajada que se deje a esta gente tirada. Cualquier músico que haya formado parte de grupos que hayan dado alegría y vida al país debería tener una pensión, tanto si ha cotizado como si no. Solo por el hecho de dar vida y alegría. Evidentemente no les vas a comprar un yate, pero sí que tengan un final digno. En Francia se hace y en muchos países europeos. Y con dinero público, que pagamos muchísimos impuestos. Mike Kennedy se merece, por el amor de dios, una pensión de, al menos, 1.500 euros”, señala García.

En los últimos tiempos, Kennedy intercambiaba audios con Concha Velasco. “Era una gran amiga. Me animaba cuando empecé a estar enfermo. Y me decía que algún día nos casaríamos. Era una guasona”, señala. Intenta cantar una canción, pero no puede: “Coño, qué pasa con mi voz. Claro, estoy todo el día en la cama... Hablo solo conmigo y luego quiero cantar y no sale la voz”. Entre tanto sinsabor de los últimos tiempos, Mike Kennedy ha tenido una alegría: por fin pudo ver a Los Bravos en un especial de Nochevieja de TVE. Salieron varias veces en los sesenta, pero nunca vio los programas. “Este año pusieron una actuación [en Cachitos] y por fin la vi. La pena es que lo tuve que ver desde la cama. Demasiado tarde…”.

A la salida de la residencia, su médico informa con humor de que a los pocos días de entrar el cantante, escribieron en su expediente: “Ojo, guerrero”. Así ha sido toda la vida Mike Kennedy.


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