La fiesta de Joan Manuel Serrat no se acaba nunca
El cantante solo era un chaval de posguerra, crecido en un barrio más popular que obrero, hasta que se convirtió en la banda sonora de más de una generación
La fiesta empezó el 18 de febrero de 1965. Aquella mañana el hijo de Josep —empleado de la Compañía de Gas que había militado en la CNT— y Ángeles —aragonesa que marchó de su tierra tras la ocupación franquista— entró en el estudio Toresky de Radio Barcelona. En ese instante arrancaba la parábola más memorable de la historia de la música pop en España.
Hacía poco más de un mes que ...
La fiesta empezó el 18 de febrero de 1965. Aquella mañana el hijo de Josep —empleado de la Compañía de Gas que había militado en la CNT— y Ángeles —aragonesa que marchó de su tierra tras la ocupación franquista— entró en el estudio Toresky de Radio Barcelona. En ese instante arrancaba la parábola más memorable de la historia de la música pop en España.
Hacía poco más de un mes que Joan Manuel Serrat había cumplido los 21. Hacía algo más de un año que el polifacético Salvador Escamilla conducía Radioscope, un programa musical cuya sintonía hoy suena como la banda sonora de los cincuenta norteamericanos. Se emitía para Cataluña y Baleares y era la principal plataforma de difusión de la incipiente canción popular en catalán. Serrat, con voz tímida y rostro de buen chico, se estrenó cantando la ya nostálgica Una guitarra.
Aparentemente, solo era un chaval de posguerra, crecido en un barrio más popular que obrero. Calle Poeta Cabanyes del Poble-sec, entre Montjuïc y el Paral·lel, en una capital industrial. Esa geografía social, asociada a una tradición de cultura popular y un determinado retablo humano, es constitutiva de su relato biográfico y su memoria sentimental. Ha sido buen estudiante en una casa en la que la madre, para ir tirando, gana un sobresueldo cosiendo. Al cumplir los 16 años su padre le regala una guitarra. Y sin formación musical, descubre su don: un talento innato para la creación de canciones. Por eso está en Radioscope.
Cuando ese día de 1965 Serrat canta en directo, un diamante en bruto se escucha por las ondas. Transmite con difícil sencillez, con las palabras de todos, lealtad a su mundo y esperanza de cambio. Podría ser la voz del cambio de sensibilidad. No es una cuestión intelectual. Es la encarnación genuina de una época a través de la cual una generación quiere mudar de piel. El movimiento de la nova cançó, amateur y resistente, descubre al cantante que puede conectar con el gran público y consolidar la modestísima industria discográfica que había impulsado la militante pequeña burguesía catalanista.
Primeras canciones
El primer salto de escala lo da con el extended play Ara que tinc vint anys. A finales de 1966, cuatro canciones más, tres, obras maestras: Cançó de matinada, Paraules d’amor y Me’n vaig a peu. Es número uno en ventas. Serrat se canta en las casas de Barcelona y se escucha también en Vigo o Madrid porque enseña a sentir a un país. A principios de abril de 1967 llena dos noches el Palau de la Música, donde estrena Cançó de bressol. Se escucha como la primera pieza de un tríptico integrado por El abuelo Vítor, de Víctor Manuel, y Jo vinc d’un silenci, de Raimon. Las tres asumen el legado de la derrota y sobre esas raíces refundan una identidad cívica. Al mezclar una nana en castellano y el amor a la madre en catalán, al normalizar la dualidad de identidades, su canción es el himno conmovedor de la gran epopeya de la posguerra española.
En el verano de 1967 se distribuye su primer long play, que gana el Premio Gavina en Lloret de Mar. No practica la canción ligera encorbatada ni importa un imaginario francés o anglosajón. Está dando forma al pop local cuadrando el círculo de calidad con popularidad. En octubre, otra vez en los estudios de Radio Barcelona, le descubre una especie de coronel Parker hispano: el representante de artistas Lasso de la Vega. Le propone ser una estrella del show business. Serrat acepta un reto que implica tomar una decisión fundamental: alternará los discos en catalán y en castellano con excepcional naturalidad. Entra definitivamente en el engranaje de la industria. Firma contrato con Zafiro. Como es una apuesta firme, como todos pueden ganar mucho dinero, lo miman. Ejemplo práctico: el representante de la compañía en Barcelona le dejaba carnés del Barça en la tienda de discos de mi padre para que pudiese acudir a los partidos.
Lasso puso en marcha la maquinaria. Se nota incluso en la evolución de su imagen, lo muestra la portada de un nuevo single. Ya no es el chaval educado y formal. Aparece sentado en una playa con unas buenas patillas, la mirada perdida y una camisa desabotonada que deja entrever parte del torso desnudo. Es un icono, pronto mal actor de películas y habitual en las portadas de Garbo, Lecturas o Fotogramas. Es el galán joven y desenfadado que protagoniza la bellísima pieza de erotismo que es Poco antes de que den las diez, cuyo arreglista es Waldo de los Ríos, uno de los alfiles en la sombra que ennoblecen sus canciones.
La estrategia pilotada por Lasso tenía Eurovisión como principal catapulta. Logra que Serrat sea el intérprete de Radio Televisión Española en el festival de 1968, que en primavera iba a celebrarse en Londres. No cantará El titiritero, que era su propuesta y sería su primer single, sino La, la, la, compuesta por el Dúo Dinámico. “Algunos expertos aseguran que sus cantigas entroncan con ciertos humildes poemas de Antonio Machado”, se lee en uno de los múltiples artículos publicados en plena campaña de promoción. Empiezan semanas de tensión creciente, se multiplica la presión para que interprete la canción en catalán. Con titubeos, sintiéndose desbordado, se compromete en una carta pública: no cantará si no le dejan cantar en catalán.
Ética y pop
Si su decisión implicaba un veto en los medios oficiales, lo asume. En el prólogo del mayo parisino, Serrat empieza a acumular un capital ético que ha ido engrandeciendo a lo largo de más de medio siglo. La traslación musical de esa dimensión ética cristaliza entonces precisamente con su adaptación de Machado. Había ensayado con Alberti en La Paloma y luego vendrán Miguel Hernández o Salvat Papasseit. Pero la confluencia del Machado más sentencioso con su perfil ético es perfecta. Sabe que puede plantearse ese desafío artístico porque ha descubierto al músico Ricardo Miralles, colaborador esencial que será el arreglista y director orquestal del disco machadiano. Se estrena en mayo de 1969 e, inesperadamente, fue un éxito de ventas.
Después del verano del 69 viaja a Brasil en otra operación marca Lasso de la Vega: concursar en el festival de canción en Río de Janeiro. Penélope. La letra es de Serrat y la música de Augusto Algueró, compositor de Tómbola o Chica ye-ye. El éxito cambia los planes y el mánager organiza la primera gira por América Latina. Canta Machado acompañado por una orquesta y cierra el recital con Fiesta. Deslumbra en Chile, da un concierto gratuito en el rebautizado Auditorio Che Guevara de la UNAM de México o actúa en la televisión argentina. Es el salto de escala definitivo: se convierte en un artista latino internacional.
Pero no es solo el éxito y la fama. Para el cantante, que ya lleva melena, América ha sido una revelación. Para el continente, también. Allí, incluso más que en España, será reconocido eternamente como una voz cercana y generosa que traza el camino de la libertad política con honestidad. En la única grabación que se conserva de una canción maldita —La montonera—, se refirió “al maltratado y olvidado pueblo argentino” como su hermano. La lealtad nunca se ha interrumpido.
Serrat vive en la vorágine. Más discos, más giras, otra película, incluso está en el encierro de intelectuales y artistas en Montserrat para protestar por el Proceso de Burgos. Hasta que en mayo de 1971 decide distanciarse del frenesí del espectáculo. Se instala en un hotelito de Calella, en la Costa Brava, y empieza a componer las canciones que integrarán Mediterráneo. Su génesis es conocida, también los nombres de quienes intervienen —Juan Carlos Calderón y Antoni Ros Marbà—. Pero ¿qué es ese disco? La catedral del pop español. Desde la virguería sonora del arranque impone una expansión de la conciencia que lleva a interiorizar con naturalidad una refundación contemporánea de la cultura latina para sentir el presente con el espíritu de los clásicos.
A partir de entonces digamos que la trayectoria de Serrat se estabiliza como un referente cuya centralidad explica Manuel Vázquez Montalbán en el ensayo que le dedica. Publica prácticamente un disco cada año, casi siempre con una o dos canciones memorables. ¿Hay alguna mejor y más triste que Romance de Curro El Palmo? Noches de juerga con los amigos en Bocaccio, giras por España y América Latina, plenitud en directo como evidencia el colosal recital A su aire, de 1974, que retransmitió RTVE.
Madurez en plenitud
Pero en las postrimerías del franquismo, cuando debía volar de Cuba a México, la dictadura condena a muerte a tres militantes del revolucionario FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) y a dos de ETA. Septiembre de 1975. Como protesta, México cierra fronteras a los españoles, pero la presidencia del gobierno le concede a Serrat autorización para regresar y actuar en el Palacio de Bellas Artes de DF. Ante la duda, otro gesto ético: piensa las declaraciones de condena del régimen que hará al llegar al aeropuerto. En España, el búnker periodístico empieza una campaña en su contra y a mediados de octubre el Gobierno le prohíbe volver. Improvisa una estancia en México de casi un año. Once meses de exilio.
Cuando el 20 de agosto de 1976 aterriza en El Prat, tras haber dado un concierto en París, España ha cambiado y él se implica en ese cambio. “Me solidarizó con los exiliados españoles” fue el titular que Alfons Quintà escogió para la noticia que publicó este periódico. Había sido uno de los firmantes de la llamada para constituir un gran partido socialista catalán y sus primeras actuaciones fueron en diversos barrios de Barcelona para apoyar las asociaciones de vecinos (sacó de beneficios netos 1.264.263 de pesetas). En la Transición es una bandera del progresismo. Así se muestra en la larga entrevista televisada que a finales de 1977 le hizo Joaquín Soler Serrano. Asume ese papel icónico sin impostura, casi sin querer, desprendiendo decencia, consciente de ser un referente de la democracia.
Para evitar los atentados de la extrema derecha, durante una temporada vivió semiescondido en casa del creativo legendario Quico Sabaté. Las largas noches de diálogos ingeniosos tendrán su reflejo en los magníficos Tal com raja y En tránsito. Una canción como Temps era temps es ya una reelaboración del imaginario que él había creado. Como si estuviese cerrando el ciclo que había empezado en Cançó de bressol y después por Pare, se sitúa en el lugar del padre en Esos locos bajitos. Con retórica en apariencia administrativa y con el tono de voz, ahora sí, de cantautor, en A quien corresponda, jugando con las palabras, fija la mirada sobre su sociedad y su tiempo, que ya no dejará de desarrollar. La irónica No hago otra cosa que pensar en ti fue número 1 en la lista de Los 40 Principales. Esa refundación de su trayectoria en esos dos discos, producidos por Rafael Moll y acompañado por una gran banda (Josep Maria Bardagí y las “Malas compañías”), tiene que ver con su madurez biográfica y con la conciencia de su lugar en la cultura hispánica.
En 1983 sale de gira para presentar Cada loco con su tema. En Chile la dictadura le prohibirá actuar, porque su posicionamiento ha sido constante desde el golpe de 1973, pero por fin puede volver a Buenos Aires. La expectativa es máxima. “Serrat hace canción de vida y aquí la vida estuvo muy, muy trabada”, responde un joven al periodista de Informe Semanal. Tal vez sean los conciertos más trascendentes de su trayectoria, están enterrando una dictadura criminal y son el prólogo a la libertad. El público que desborda el Rex, fervoroso, corea: “‘¡Se va a acabar, se va a acabar, la Junta Militar!”. Pocas veces se había sentido tan bien utilizado, le confiesa a Maruja Torres al regresar a España.
Serrat y nosotros
Serrat se ha fundido con la biografía de generaciones de españoles. Mi primer Serrat no fueron sus clásicos sino Material sensible. Sonaba una y otra vez en el coche de mis padres y aún podría tararearlo entero, empezando por la joya menor que es Kubala —la mejor canción dedicada a un futbolista— y la mayor que es Barcelona i jo —una de las mejores odas a mi ciudad—. Esa vinculación con la propia vida la asoció también a la alegría de mis padres al regresar del show grupal Mucho más que dos de Ana Belén y Víctor Manuel en Gijón. De inmediato otro ejercicio grupal, en este caso liderado por él mismo y que presentó en un concierto único en el Palau Sant Jordi: Banda sonora d’un temps, d’un país, la antología de la nova cançó que él cantó y con la que buscaba la reconciliación con un sector de la cultura catalana que no ha dejado de mirarlo con suspicacia desde que decidió ser un artista bilingüe.
Desde entonces, todo. Y en especial desde un funeral, el día que lo he tenido más cerca. Había fallecido el padre de una compañera mía de la Universidad. Cuando iba a terminar la ceremonia, un tipo se levantó de la silla para despedirse de un amigo de la juventud del Poble Sec. Era Serrat. Cantó su elegía de 1970 El meu carrer. De repente, aquel imaginario colectivo, tantas veces recreado, se convertía en un presente de auténtica verdad a través de una demostración de lealtad fraterna. Esos valores de sus canciones son los que hacen su cancionero eterno. No importa que al fin haya llegado el final de la última gira del Nano, de un patriarca de nuestra democracia. Al salir del Palau Sant Jordi contemplaremos las nubes que mañana quemará el sol, como describe en una de las últimas piezas del cancionero de un clásico contemporáneo.