El español Albert Serra deslumbra en Cannes con el paraíso crepuscular de su nueva película
En ‘Pacifiction’ un inmenso Benoît Magimel interpreta a un alto funcionario del Gobierno francés que recorre la isla polinesia de Tahití
El sexto largometraje del director catalán Albert Serra, Pacifiction, el único de un cineasta español con opción a la Palma de Oro de esta edición del festival de Cannes, es una deslumbrante inmersión en un paraíso decadente y crepuscular. Protagonizado por el actor Benoît Magimel, que está inmenso en la piel de un alto funcionario del Gobierno francés que recorre la isla polinesia de Tahití con un...
El sexto largometraje del director catalán Albert Serra, Pacifiction, el único de un cineasta español con opción a la Palma de Oro de esta edición del festival de Cannes, es una deslumbrante inmersión en un paraíso decadente y crepuscular. Protagonizado por el actor Benoît Magimel, que está inmenso en la piel de un alto funcionario del Gobierno francés que recorre la isla polinesia de Tahití con un traje y un coche blanco, Pacifiction es un fresco apocalíptico de un vergel convertido en agónico club nocturno. Serra ha escrito y filmado una película sobre el ocaso del mundo de una belleza nocturna y arrebatada. Una película más narrativa de lo habitual en su cine, aunque fiel a su estilo y, por tanto, difícil de transitar para los que se resisten a dejarse llevar por un lenguaje varado en los puntos muertos, capaz de revelar capas ocultas de la realidad gracias a ese duermevela en el que el cineasta parece concebir sus historias y personajes.
Pacifiction es la pesadilla de un sueño. Es el viaje por una isla fantasma de un hombre de ademanes mafiosos y pensamientos erráticos y confusos. Un hombre contradictorio, tan atractivo como repulsivo. Con su labio lascivo y su aire de libertino, Magimel transita por una isla cargado de reflexiones sobre el presente. Como en todo gran relato en el que subyace el colonialismo, Serra compone su particular versión de El corazón de las tinieblas a partir de una lectura que nada tiene que ver con Conrad sino con las memorias de Tarita Tériipaia, la tahitiana de la que se enamoró Marlon Brando durante el rodaje de Rebelión a bordo y con la que estuvo casado 10 años. El fantasma del coronel Kurtz evocado por la voz de su musa tahitiana.
La impresionante plasticidad de la película, sus rojos, amarillos y verdes, se abren a un mundo en el que confluyen los cócteles de colores vivos y paraguas de papel de un bar tiki con los cuerpos desnudos de un club berlinés y el paraíso perdido de Paul Gauguin. La riqueza expresiva de Serra, su potencia estética, no para de crecer en una película que casi dura tres horas y que en su recta final se adentra en una zona azul donde hasta puede sonar una canción de Northen Soul sobre el torso desnudo de un hombre. Es el extraño romanticismo, la oscura sensualidad, de una película tan extraterrestre como humana.
Desde su primer largometraje, Honor de caballería, adaptación libre de Don Quijote, Serra no ha dejado de ir a más en su islote creativo. Juega a la provocación con sus declaraciones, pero si atendemos a su cine comprobamos que lo que dice es solo una maniobra de distracción propia de un sentido del humor pendenciero y desafiante. En alguna ocasión ha dicho que detesta a los actores profesionales, pero lo que hace con Benoît Magimel en la composición de su personaje confirma lo contrario. Como en Història de la meva mort (2013), La mort de Louis XIV (2016) o Liberté (2019), nos volvemos a cruzar con el rostro amable de su presencia fetiche, Lluís Serrat, o con el actor Sergi López, que junto a un coro de personajes variopintos, de la isla o foráneos, transitan junto a Magimel por este paraíso corrompido. De todos estos secundarios destaca el personaje de Shannah, una trans “mitad león, mitad tigre” que interpreta Pahoa Mahagafanau.
Rodada hace un año durante 25 días, Pacifiction es de forma involuntaria una reflexión sobre este aterrador presente y sobre la autodestrucción en la que estamos sumidos. Pese a su fondo radical, en ningún caso juega al alegato político sino a la ebriedad y el pesimismo. En el fondo, toda la película ocurre en la voz interior de su personaje principal. Un largo monólogo en imágenes en el que a veces intervienen otros personajes pero en el que la voz omnipresente de Magimel lo es todo. En algún momento, este impecable y turbio funcionario dice que la política es como una discoteca, una pista de baile en la que se cruzan peleas de gallos, la corrupción inmobiliaria y las guerras nucleares. De su cínica mano todo nos repele y atrae por igual porque de esa ruina que suplanta al paraíso Serra extrae una belleza paranormal.