¿Puede un ecologista comer jamón?
¿Puede un ministro que recomienda consumir menos carne picotear jamón en la barra de una caseta? Solo los mentirosos y los catetos encontrarían en ese hecho una incongruencia
Paso el mes de mayo inmersa en el rodaje de una película en Pamplona. Inmersa, digo, porque no hay otra manera de abordar trabajo tan absorbente. A la hora de la comida, nos sentamos con nuestra bandeja en mesas rectangulares y la imagen del conjunto nos devuelve a la infancia, a los comedores escolares. Se bebe agua y se come una lo que le pongan, que es bastante saludable, por cierto. Hay vegetarianas que han avisado previamente de su particularidad alimenticia, algo que cada vez más es contemplado con naturalidad. Mientras comemos hablamos de lo que vamos a cenar, que es una empecinada trad...
Paso el mes de mayo inmersa en el rodaje de una película en Pamplona. Inmersa, digo, porque no hay otra manera de abordar trabajo tan absorbente. A la hora de la comida, nos sentamos con nuestra bandeja en mesas rectangulares y la imagen del conjunto nos devuelve a la infancia, a los comedores escolares. Se bebe agua y se come una lo que le pongan, que es bastante saludable, por cierto. Hay vegetarianas que han avisado previamente de su particularidad alimenticia, algo que cada vez más es contemplado con naturalidad. Mientras comemos hablamos de lo que vamos a cenar, que es una empecinada tradición española. Rememorar lo que comiste aquel día con todo detalle y proyectar futuras comilonas. Suenan en el aire nombres de restaurantes, de barras con pintxos, de delicias pamplonicas. Si hay una nostalgia que compartimos de norte a sur en este pequeño país de múltiples diversidades es la gastronómica. Nuestra memoria sensorial es rica en sabores y en aromas.
Cuando acaba la jornada, a pesar del cansancio matador, es imposible resistirse a la oferta pamplonica. Podría una quedarse en el hotel con las piernas para arriba, pero mi espíritu hedonista me arroja al entramado de calles de la ciudad vieja. Vivir para trabajar es el infierno, así que una busca el cielo en los bares. Lo que se encuentra, a partir del jueves, día donde se honra al pintxo, es una multitud entregada a unas verduras del jardín del Edén, cocinadas en un punto inigualable, y si eres omnívora, como es mi caso, pescado y carne, que a la brasica, como dicen con dulzura los camareros, es superior. Se da cuenta de cerveza y vino, ese vino que, según la presidenta de la Comunidad de Madrid, van a prohibirnos los comunistas. Si Díaz Ayuso se cree lo que dice debe vivir aterrada. Yo también lo estaría. No me imagino salir de un trabajo agotador y lanzarme a los bares para tomarme un Aquarius. De cualquier manera, no siento coartada mi libertad por pensar en la salud; es un elemento que ha entrado a formar parte de las sobremesas de comilones. La gente con un mínimo de información sabe que es mejor controlar el consumo de vino, controlar es el verbo, también el de carne roja, y el de comida procesada. A eso lo llaman comunismo y puritanismo y se afanan en convertir las recomendaciones de Sanidad en una supuesta e inminente prohibición. Consiguen sacar rentabilidad a su agitación embustera. Da vergüenza y pavor, porque hay un periodismo que les respalda y sirve de altavoz a estos disparates dañinos.
Pillaron a un ministro comiendo jamón. ¿Puede un ministro que recomienda consumir menos carne picotear jamón en la barra de una caseta? Solo los mentirosos y los catetos encontrarían en ese hecho una incongruencia. Somos muchos los que creyendo en un consumo moderado, por la salud propia y la del planeta, tomamos jamón y vino. También procuramos comer productos locales: ¿Cómo vas a estar en Pamplona y no disfrutar de los manjares que da su tierra? Hay gente, sobre todo joven, que va más allá, comienza reduciendo el consumo de carne y termina eliminándola. Cuando leí El día que dejé de comer animales de Javier Morales o El dilema del omnívoro de Michael Pollan me parecieron argumentaciones tan sensatas que consideré la posibilidad del vegetarianismo, pero caer en la tentación de vez en cuando me funciona como recompensa emocional. El jamón, sí, el jamón. Lo fascinante es que siga existiendo la burla a quien elige su dieta, a quien determina su menú por unas convicciones medioambientales o éticas. El tuit burlesco y acusador a un ministro que come jamón siendo ecologista obtendrá muchos retuits, no lo dudo, pero la maniobra sucia es indigna de un político, de un periodista y de quien se hace eco de semejante mamarrachada. No sé qué les darán esas personas de comer a sus hijos, puede que los alimenten sanamente y que la dieta del desparrame la recomienden para el pueblo. Es urgente que los colegios impartan educación alimentaria porque de eso depende la salud futura de los que ahora son niños. Relacionar este asunto, cargado de razones contrastadas, con la libertad es malévolo, y simplón, y peligroso. Tan calcado del discurso trumpista, trumpero, que da vergüenza ajena.
Y sí, señora Ayuso, señor Hernando, señor Zoilo, y sí, periodistas portavoces de la mentira, hay personas con conciencia ambiental que comemos jamón, bebemos vino, y no lo hacemos clandestinamente. Pueden echarnos una foto.