Cristina Oñoro: “Si la historia hubiese estado bien contada, completa, el mundo hoy sería otro”

La investigadora y profesora de la Universidad Complutense recupera en ‘Las que faltaban. Una historia del mundo diferente’ las biografías de 13 mujeres que completan esa parte del pasado de la humanidad que los hombres no contaron

Cristina Oñoro, autora de 'Las que faltaban', el pasado 11 de abril en Madrid.JUAN BARBOSA

— No recuerdo haber abierto en mi vida un solo libro en el que no se aluda, de una manera u otra, a la inconstancia de las mujeres. Todas las canciones y todos los proverbios giran en torno a las flaquezas femeninas, dice el capitán Harville.

— No tome usted ejemplo de los libros. Los hombres siempre han disfrutado de una ventaja, y esa es la de ser narradores de su propia historia. Han contado con todos los privilegios de la educación, y, además, han tenido la pluma en sus manos. No, no admito que presente los libros como prueba, le contesta Anne Elliot.

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— No recuerdo haber abierto en mi vida un solo libro en el que no se aluda, de una manera u otra, a la inconstancia de las mujeres. Todas las canciones y todos los proverbios giran en torno a las flaquezas femeninas, dice el capitán Harville.

— No tome usted ejemplo de los libros. Los hombres siempre han disfrutado de una ventaja, y esa es la de ser narradores de su propia historia. Han contado con todos los privilegios de la educación, y, además, han tenido la pluma en sus manos. No, no admito que presente los libros como prueba, le contesta Anne Elliot.

Esta conversación ocurrió en 1816, en medio de las páginas de Persuasión, de Jane Austen. Más de dos siglos después, esos extractos aparecen en mitad de Las que faltaban. Una historia del mundo diferente (Taurus, 2022), de Cristina Oñoro, un libro que Austen podría utilizar como prueba de su propio argumento. Se trata de una obra que reúne a 13 mujeres a través de cuyas intrahistorias se percibe cómo aquello siguió sucediendo, cómo sucede todavía hoy, en distintos grados y según las latitudes: la historia, configurada desde y para los hombres. Y es leyendo la historia completa, la que incluye a las mujeres que los hombres no contaron, como se entiende, nítido, el presente.

¿Vientres de alquiler? Ya apuntaba maneras Esquilo en Las Euménides: “La madre es engendradora de aquel a quien llama su hijo, sino solo la nodriza del germen recién sembrado. Engendra el que fecunda, mientras que ella solo conserva el brote”. ¿Asumir la construcción de género (el masculino) para rebelarse a él o ser libre a través de él? Ya lo hicieron Juana de Arco, Agnódice, y Victoria Kent. ¿Que el criterio, el trabajo y la capacidad de las mujeres se vapulea o se invisibiliza solo por el hecho de ser mujeres? Le pasó a Malinche y a Rosa Parks. ¿Conciliación y ayuda del entorno para el desarrollo profesional? Un vistazo a la historia de Marie Curie puede ser un máster en corresponsabilidad y soporte familiar.

Muchas de las aberturas que aún ahora tiene que cerrar o debatir el feminismo, ya estaban antes, algunas desde siempre. Y Oñoro —42 años, filósofa, doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y profesora de la Universidad Complutense de Madrid—, decidió el 8 de marzo de 2018 que sobre todas esas cuestiones abiertas iba a preguntar a 13 mujeres. Ninguna viva, se puso por lo tanto a “estudiar sus ausencias”, y lo cuenta una mañana de lunes de abril.

Pregunta. ¿Qué buscaba?

Respuesta. Mi intención no era repetir las historias que ya conocemos, sino preguntar a esos personajes sobre cuestiones que están abiertas ahora mismo en el feminismo: si la historia hubiese estado bien contada, completa, el mundo hoy sería otro. Y esta es una mirada a momentos de la historia cargados de significado para plantear preguntas.

P. Un ejemplo.

R. Cleopatra. Había tenido una hija, que la había sobrevivido y que había reinado. Ahí la pregunta es quién se quedaba a cargo de nuestras memorias, de las memorias de nuestras madres, de nuestras abuelas. Quién se queda ahora. O la vida de Marie Curie, a la que conocemos más como científica, pero su estructura familiar es más desconocida para quien no se haya sumergido en sus propios escritos.

P. Marie Curie es la conciliación.

R. Ellos [Pierre y Marie Curie] estaban tan interesados por las simetrías... A nivel casi metafórico, servía un poco a la simetría de género que existe.

P. Pero siempre rodeada de hombres, eso sí, hombres que compartían con ella trabajo y cuidados.

R. En ella tenemos por primera vez el rostro de una mujer en una fotografía con los grandes científicos, pero es la única, sin embargo, no aparece como excepción, que es lo que justamente yo trataba de evitar en mi libro, no quería presentar a las 13 mujeres como excepciones, sino buscar la manera en la que la historia de Marie Curie pudiera repetirse de nuevo. Y encontré la figura de su suegro, que es fascinante. Era quien se quedaba con las niñas para que ella pudiera ir al laboratorio. Y también Pierre, que insistió mucho en que ella llevase a cabo su trabajo y dejó de lado sus propios intereses de investigación para abrazar los que tenía ella.

Participantes en la primera Conferencia de Solvay, en Bruselas, en 1911. De izquierda a derecha, sentados, Walther Nernst, Marcel Brillouin, Ernest Solvay, Hendrik Lorentz, Emil Warburg, Jean Baptiste Perrin, Wilhelm Wien, Marie Skłodowska-Curie y Henri Poincaré. De pie, Robert Goldschmidt, Max Planck, Heinrich Rubens, Arnold Sommerfeld, Frederick Lindemann, Maurice de Broglie, Martin Knudsen, Friedrich Hasenöhrl, Georges Hostelet, Edouard Herzen, James Hopwood Jeans, Ernest Rutherford, Heike Kamerlingh Onnes, Albert Einstein y Paul Langevin.Benjamin Couprie

P. Hay otra cuestión que subyace en todo el libro: el poco o mucho rastro que queda de las mujeres muchas veces lo han escrito otras mujeres.

R. En el libro refleja eso muy bien Selene, la hija de Cleopatra. Con esas moneditas que ella hace [Selene acuñó unas monedas en las que, rodeando su rostro, se lee la inscripción Reina Cleopatra, hija de Cleopatra], y donde puede haber, quizá, una historia de conmemoración a la memoria materna. Es en esa parte del libro donde apunto que estamos mucho más educados culturalmente para las grandes épicas, no para formas culturales que tienen que ver con lo femenino.

P. Y lo pequeño, entre comillas, queda fuera de la historia.

R. Sí. A veces parece que, en contraposición, las pequeñas historias, las que tienen que ver con las realidades que a veces han vivido las mujeres, no entran, porque tenemos esa mirada. Valorar una cultura que no está en el centro del canon o que hemos infravalorado con nuestro sistema de alta y baja cultura, y que ha sido asociado muchas veces a lo masculino y lo femenino. Y son las mujeres las que en muchas ocasiones han recuperado esos legados. En el libro trato de estar atenta a esos pequeños homenajes que se han hecho las mujeres para recuperarse a ellas mismas.

La activista Rosa Parks en un autobús de Montgomery.

P. En el capítulo de Rosa Parks, recuerda que Charles Payne escribió: “Ellos lideraron el movimiento [por los derechos civiles], pero fueron ellas quienes lo organizaron”.

R. Totalmente. Y tampoco es que tuviera que ponerme a buscar muchísimo para encontrar esas frases maravillosas, las perlas que cuenta Parks en sus propias memorias, cuando recuerda que Edgar Daniel Nixon le decía que el lugar de las mujeres es la cocina y entonces ella le contestaba: “¿Para qué quieres que esté aquí?”. Y él le respondía: “Porque eres muy buena secretaria, ¿me traes el sándwich?”. Es lógico que estemos fascinados con el personaje y con el discurso y con el magnetismo de figuras como Martin Luther King, pero parece que la historia se queda ahí congelada y el boicot [sentarse en los autobuses en los asientos reservados para blancos y también dejar de utilizarlos] es menos conocido. Y fue un movimiento en el que participaron muchísimas mujeres a nivel logístico, organizativo.

P. En Rosa Parks o en Malinche se ve muy bien reflejado el mito de la eterna becaria. Mujeres desplazadas a un segundo plano, cuando no totalmente invisibilizadas, a pesar de sus conocimientos y su criterio.

R. En la figura de Malinche es muy evidente. A mí me interesaba abordar su figura desde ahí, desde su función como traductora, intérprete, la que está posibilitando, sosteniendo una escena histórica. A pesar de que ella, como muchas otras, quedan relegadas a zonas de oscuridad. No está suficientemente reconocida la importancia que tuvo en la comunicación entre dos visiones del mundo, Hernán Cortés y Moctezuma.

P. Malinche es más conocida, aunque muchas veces se haya revisado su historia desde una perspectiva androcéntrica, pero ¿cuánto cree que se conoce, en general, sobre la vida de la pensadora Simone Weil?

R. No mucho probablemente. La elegí porque me parecía que su filosofía, conectaba maravillosamente con el feminismo desde las éticas relacionales, de los cuidados, de una visión más dialógica del mundo. Y me fascinaba su proyecto de que hubiese enfermeras que irían desarmadas en primera línea en la II Guerra Mundial para atender a los heridos o acompañar a los moribundos, como símbolo. Un antagonismo moral a la imagen de las SS, que es la imagen de la muerte, de la violencia. Me parecía que ahí había una línea filosófica muy interesante, la del cuidado.

P. El cuidado, cómo y quién cuida, también es algo que aparece de una u otra forma en todos los capítulos. En el de Mary Wollstonecraft, por ejemplo, ese cuidado atraviesa desde las niñas a las que educa cuando era institutriz hasta luego sus hijas. En su caso, un cuidado especial para la época porque el eje era la educación. ¿Es su favorita, verdad?

R. [Oñoro se ríe] Sí, ¿se nota mucho? Es que ella fue capaz de pensar contra quienes le habían enseñado a pensar para ponerse del lado de todas las mujeres, incluso con aquellas con las que no tenía intereses comunes, como las aristócratas. Ese gesto de pensar contra el maestro estableciendo una relación de identificación de género con otras mujeres, incluidas las que no eran como ella, es la razón por la que es una de las madres del feminismo moderno.

P. De ese despertar metafórico para rebelarse contra sus maestros en Wollstonecraft al “Elsa, despierta” que le dice Anna a su hermana en Frozen y que es el último capítulo, la posdata del libro. ¿A qué cree que hay que estar ahora despiertas, desde el feminismo?

R. A que todo lo logrado no está ganado definitivamente, que es algo que se puede ver a lo largo de los capítulos. El libro empieza ahí, en el 2018, con aquella fuerza y aquel espíritu de 2018 es el que hay que cuidar, volver a él, no darlo por hecho. Hay que seguir.

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