Un análisis un poco más positivo y constructivo de la fiesta de los toros
Una mirada taurina edulcorada evita disgustos, pero no implica la renovación del sector
A raíz del post de la semana pasada, dedicado a la Gira de Reconstrucción, un aficionado pedía en las redes sociales que este blog “a veces, podía ser más positivo y hacer análisis más constructivos… por el bien de la fiesta”.
No son pocos los seguidores de los toros que no comulgan con los juicios críticos sobre el sector ni con las denuncias ante situaciones que denotan una presunta irresponsabilidad o pasividad de sus protagonistas; prefieren, —eso, al menos, parece—, que se pase de puntillas sobre los problemas y se destaquen los aspectos positivos de la tauromaquia, como una manera de no echar más leña al fuego a una fiesta que tantas agresiones sufre desde numerosos y distintos flancos.
Quizá, tengan razón; al menos, debe ser tenido en cuenta su deseo de que no solo se ponga el foco en los aspectos negativos de una fiesta que ha llegado hasta el siglo XXI gracias a su propia grandeza.
Lo que está claro, no obstante, es que no se pueden cerrar los ojos a la realidad. Distinto es que se ponga mayor o menor énfasis en unos u otros aspectos, pero elogiar a los taurinos cuando aciertan, criticarlos cuando se equivocan y denunciarlos cuando abusan o se inhiben debe formar parte de las preocupaciones de los aficionados y, sobre todo, es labor prioritaria de los periodistas.
No son pocos los aficionados que no comulgan con los juicios rigurosos sobre el sector
Por lo general, la crítica periodística suele ser constructiva, persigue el bien de la fiesta, y quien la ejerce no es el enemigo; el indiferente ignora y el enemigo ataca y persigue la desaparición de la fiesta.
Pero es posible, claro que sí, hacer un análisis positivo de la tauromaquia; distinto es que coincida con la realidad. Y algo más grave: no está nada claro que contribuya a la mejora del espectáculo y a su permanencia en el tiempo.
Dígase, por ejemplo, que la fiesta está más viva que nunca, que se ven muchos jóvenes en los tendidos de las plazas, que los antitaurinos son una minoría insignificante y que el animalismo es una moda que, como todas, pasará al olvido en un corto plazo.
Las estructuras empresariales y económicas del sector son sólidas y modernas; las plazas, establecimientos cómodos, y los clientes, personajes satisfechos por el servicio que reciben.
Añádase que los espectáculos taurinos actuales son divertidos para los espectadores y emocionantes para los aficionados.
El toro artista es el protagonista del momento, guapo de cara, deslumbrante de estampa, con las fuerzas medidas, eso sí, para que el tercio de varas sea un simulacro y el público no tenga opción de abuchear al piquero por ejercer una labor fundamental de la lidia. Ese es un toro que desborda nobleza y dulzura, de modo que colabora al disfrute y al triunfo del torero.
Ese es el toro que crían o sueñan la mayoría de los ganaderos pertenecientes a la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL), la élite noble de los ganaderos, —una de las cinco asociaciones de criadores existentes— que guarda un cómplice y corporativista silencio ante la progresiva degeneración del toro bravo, lo cual es normal porque son compañeros que se apoyan unos a otros.
El sector taurino lo forman diversos estamentos con intereses diferentes, lo cual no debe repercutir negativamente en el desarrollo del espectáculo ni impide que se adopten medidas de apoyo y defensa del mismo.
La observación crítica puede rezumar amargura, pero el presente no permite otra cosa
Ese sector (es decir, toreros, empresarios y ganaderos, junto al canal televisivo de Movistar) ha puesto en marcha la llamada Gira de Reconstrucción, que es una buena idea para no perder de vista el espectáculo. Entre todos, después de casi siete largos meses de negociación, han acordado que se celebren 15 corridas en las que otras tantas figuras han elegido una ganadería de su predilección (cuatro toros y no seis, como es habitual) y un amigo para que les acompañe en el paseíllo. Esta es un gran proyecto que, a la vista está, ha revolucionado la fiesta de los toros y la coloca en el mejor trampolín para el próximo año.
Un dato muy positivo fue la creación de la Fundación del Toro de Lidia (FTL), hasta ahora dedicada casi en exclusiva a defender al sector de los supuestos delitos de odio y establecer una vía de diálogo con las Administraciones. Considera que no es su misión opinar o influir en asuntos profesionales de la actividad taurina. (No van a criticar a sus propios socios…).
A raíz de la pandemia, la FTL inició, no sin dificultad, conversaciones con el Ministerio de Cultura, al que hizo llegar un documento con las 37 medidas que el sector en su conjunto considera necesarias para reflotarlo. El envío fue en mayo, y aún no se tienen noticias. No hay que alarmarse; las cosas de palacio van despacio, y, en cualquier momento, el ministro llamará a Victorino Martín, presidente de la FTL, y le dará, seguro, una buena noticia.
Mientras tanto, el Ministerio de Trabajo aún no ha reconocido a los toreros (matadores, picadores, banderilleros y mozos de espada) su condición de artistas de espectáculos públicos, y, en consecuencia, el derecho de percibir una ayuda derivada de la pandemia, pero habrá que tener esperanza, que ya ha repetido el Gobierno que ningún trabajador se quedará atrás.
Las comunidades autónomas que expresan reiteradamente su apoyo verbal a la fiesta de los toros no reflejan su compromiso en los presupuestos anuales, mientras aprueban partidas económicas para atender otras industrias culturales. No puede haber dinero para todos, hay que entenderlo. Son buena gente que reparten efusivos codazos y contentan a los taurinos con reuniones bien provistas de fotógrafos y bonitas palabras de aliento.
La temporada 2020 acabará en blanco. A día de hoy, solo está previsto que se abra mañana, lunes, una plaza de primera categoría, Córdoba, para el mano a mano entre Morante y Juan Ortega. Las Ventas y La Maestranza permanecerán cerradas durante todo el año, pero no pasa nada; ya ha profetizado el diestro de La Puebla que la gente volverá a las taquillas en 2021 como si tal cosa.
Y así, si así lo desean, puede continuar esta ficción…
Quizá, tengan razón quienes prefieren que se orillen los problemas de la fiesta de los toros y se traslade a la sociedad una mirada edulcorada y positiva, aunque sea falsa y no implique una transformación de la problemática situación actual. Es un modo de evitar disgustos, sin duda.
Por desgracia, la tauromaquia ya no goza del predicamento social de antaño, cuando la presión popular superó prohibiciones vaticanas y monárquicas. Hoy, necesita realismo, compromiso, autenticidad, honradez, integridad… En otras palabras, una revolución interna para coger aire en las procelosas aguas del animalista siglo XXI.
La ganadería de José Cruz escribía hace unos días en su cuenta de Twitter el siguiente mensaje: “Si alguien no piensa que tras la pandemia vendrá un cambio de estilo de vida está ciego. Vayamos reestructurando el sector; en caso de no hacerlo, preparemos su funeral”.
¿Optimismo, a pesar de todo? Claro que sí.
En la misma red social se leía en San Isidro de 2019 la siguiente declaración de amor: “Qué veneno tendrá esta afición que cada tarde salgo maldiciendo de la plaza, y, al día siguiente, bajo por la calle de Alcalá con la ilusión de un niño el día de Reyes”.
Pues eso; no se confunda la crítica constructiva con el derrotismo… por el bien de la fiesta.
Y siempre nos quedará la premonición de Luis Francisco Esplá: “Yo creo que todo volverá a su sitio porque pertenece al sentir del pueblo, porque a su alrededor hay una economía, y también una ordenación ecológica que sería grave dañar...”.
A veces, es cierto, los análisis que pretenden ser positivos y críticos pueden rezumar amargura, pero es que el presente no permite otra cosa.
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